Por Mayra Montero El Nuevo Día
sábado, 1 de octubre de 2022
Aquí va a pasar de todo
Nos salvamos por un pelo. Y no me refiero a Fiona, un huracán que, bien mirado, no fue ni tan fuerte ni tan devastador como Ian. Me refiero a la decisión tomada el pasado miércoles por la jueza Laura Taylor Swain, de no desestimar la quiebra de la Autoridad de Energía Eléctrica como pedían bonistas y aseguradoras, que en honor a la verdad no cobran hace un siglo.
Desestimar la quiebra hubiera sido hundir a la Isla en uno de los agujeros más insondables de la galaxia, porque habría traído como consecuencia la designación de un síndico, un individuo con absoluta autonomía sobre la Autoridad, quien a fin de pagar la deuda en los términos que estimara convenientes, nos hubiera subido al doble o al triple las tarifas que pagamos ahora.
Casi todo el mundo apostó a que la sensatez de la jueza iba a prevalecer frente a los reclamos de la jauría. Pero, ¿y si no prevalecía? ¿Y si la jueza Swain, por esas cosas de la vida, se levantaba ese día con el “moño virao”, como decía mi abuela, y pensaba que ya estaba bueno de esfuerzos de mediación y contemplaciones, desestimando, y a Dios que reparta velas? En ese sentido, es paradójico que Fiona, aun con todos los males que causó, nos ayudó a ablandarle el corazón a la magistrada. Hubiera sido terrible que, cuando todavía medio país estaba a oscuras, la jueza nos hubiera tirado a los leones.
Nada es definitivo, sin embargo. Para el primero de diciembre, o sea, en dos meses, la Junta de Control Fiscal deberá presentar un nuevo Plan de Ajuste de la deuda de la corporación, al que tendrán que poner su granito de arena, hilando fino —que significa sosegadamente, atenidos a la realidad— tanto el Comité de Acreedores No Asegurados, como los jubilados y los trabajadores de la propia Autoridad.
Esta vez el país se la estará jugando fría, aunque los acreedores, por suerte, tendrán que pensarlo dos veces antes de pedir imposibles, o sea, antes de insistir en que nos masacren. Será el Plan o el diluvio. Y del diluvio ya hemos olfateado un adelanto.
Todo el mundo en la calle debería saber (pero pregunten para que vean cuántos no lo saben), que si se hubiera desestimado la quiebra y levantado las protecciones que han impedido que los buitres caigan como lo que son, con sus picos ganchudos, con la subsiguiente ola de litigios, a escarbar para ver lo que pueden sacar —más el síndico, que nos iba a estar respirando en la nuca—, Puerto Rico hubiera sufrido un irreparable disloque.
Y quede muy claro que, frente a tal escenario, no tendrían ningún impacto los cacerolazos en La Fortaleza ni las marchas contra LUMA. No tiene que ver con eso.
De hecho, no sé si al ver que todo se complicaba, la gente de LUMA, que no es Stensby ni Austin, sino unos señores inversionistas de varios consejos de dirección unidos en “consorcio”, hubieran dicho que el dinero es para ganarlo, no para cubrir los gastos, y que para agonías mejor se quedaban tirando cables en el parque Jellystone del Oso Yogui.
Frente a tal escenario, siniestro total, ¿quién nos iba a fiar el combustible?
Los culpables del derrumbe de la AEE se regodearon durante décadas en los pasillos de la corporación, calentaron elegantes butacas de cuero, nos pasaron gato por liebre en la compra del crudo, se repartieron bonos de productividad y salpicaron, como buenos tiburones, billetes desde su particular bañera. Busquen en la hemeroteca a ver cuántas manifestaciones o protestas se organizaron cada vez que salía a flote una de esas corruptelas. Las protestas se hacían en busca de mejores salarios o mayores beneficios, pero no como cuestión moral para exigir renuncias y medidas contra la podredumbre.
Finalmente, ahora que todo el mundo se está agarrando al clavo ardiendo de las placas solares, aquí hará falta un organismo, más allá de DACO, que regule a esas compañías antes de que el mal esté hecho.
Con el apagón de Fiona mucha gente descubrió que, después de gastar decenas de miles en un sistema de placas solares, no tenían lo que les prometieron.
Lo peor que le puede pasar a Puerto Rico, en cuanto a su legítima aspiración de transformarse y evolucionar hacia un modelo de energía renovable, es que empiece a cundir la desconfianza entre la población, y lo cierto es que el boca a boca es poderoso y todo el mundo sabe de un vecino, un amigo, un compañero de trabajo, que se quedó a oscuras aún contando con placas solares y baterías que no funcionaron a la hora en que debían hacerlo.
Por lo demás, los huracanes continuarán trayendo esas rutas sorpresivas y tumultuosas que tienen a medio mundo en ascuas. Hay que interiorizar esa realidad. Cuando se alejan los meteoros, nadie puede pretender que en dos o tres días amanezcamos como si nada hubiera pasado. Porque tal como va el planeta, tal como va el cambio climático, va a pasar de todo.