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Ángel Quintero Rivera: un libro importante

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Estamos ante un libro importante lastrado por un título largo: El libro del sociólogo Ángel Quintero Rivera titulado Bases sociales de la transformación ideológica del Partido Popular Democrático en la década de 1940-50 contiene esa cualidad de la buena ciencia, es decir, la explicación de la mayor cantidad de fenómenos.

Este libro contiene el trasfondo social de buena parte de la literatura puertorriqueña del Siglo XX, escribe Edgardo Rodríguez Juliá. (Suministrada)
Edgardo Rodríguez Juliá

PUERTORRO BLUES

Por Edgardo Rodríguez Juliá El Nuevo Día

Estamos ante un libro importante lastrado por un título largo: El libro del sociólogo Ángel Quintero Rivera titulado Bases sociales de la transformación ideológica del Partido Popular Democrático en la década de 1940-50 contiene esa cualidad de la buena ciencia, es decir, la explicación de la mayor cantidad de fenómenos.

En el asunto que más me atañe, este libro contiene el trasfondo social de buena parte de la literatura puertorriqueña del Siglo XX. Es un brillante libro de sociología que a la vez nos da las coordenadas sociales para entender cómo la literatura ha reflejado nuestro devenir social y económico. Además del largo título, una de las dificultades que enfrentamos es el análisis marxista; cuando el libro fue primeramente redactado, en la década de los años setenta, el marxismo era central en el pensamiento del autor, por lo cual Quintero Rivera alude a algunas de las más certeras páginas de El Capital. Como tantas veces se ha dicho: quizás Marx no fue profeta de las vicisitudes del comunismo, aunque bien explicó como nadie lo ha hecho el funcionamiento y las disfunciones del sistema capitalista.

Lo que el libro explica siempre directa e implícitamente es el drama puertorriqueño que ha intentado testimoniar nuestra literatura. El libro puntualiza cómo nos hemos organizado, y cómo tantas veces nuestras convergencias han resultado fallidas. En años recientes la obra sociológica de Quintero Rivera ha evolucionado hacia el campo de los estudios culturales, muy específicamente hacia lo que él llama “la música tropical”. También ha indagado brillantemente, con su libro Saoco salsero, en las transformaciones de ese “simulacro de ciudad” que ha sido nuestro Santurce.

Con la implantación del capitalismo agrario industrial, el surgimiento de las grandes centrales azucareras, se creó el gran problema social que fue la “tenencia” de la tierra. La Ley de “los quinientos acres” en la Ley Foraker, que prohibía que pocos terratenientes acapararan el uso de terrenos, siempre fue letra muerta. Y aquí comenzó la problemática social: Primero con la gran emigración a Hawái y en los años veinte la primera ola migratoria a Nueva York, fenómeno testimoniado por las novelas de principio de Siglo XX La Gleba, de Ramón Juliá Marín y El negocio, de Manuel Zeno Gandía. Ambos describieron la proletarización del campesino, su exilio a barriadas marginales en pueblos y ciudades. La Gleba narra un espeluznante accidente en una central, la explosión de una de sus calderas. Por otro lado, Ramón Juliá Marín también reseña el progreso urbano que la Central Cambalache trajo a Arecibo. Estas novelas anteriores a la tercera década del Siglo XX ya anunciaban la crisis por llegar en las décadas posteriores.

El desempleo siempre latente en la industria azucarera, las grandes huelgas a raíz de la Gran Depresión económica son los temas de obras como Tiempo muerto de Méndez Ballester y La llamarada de Enrique Laguerre, escribe Edgardo Rodríguez Juliá. (GIULIANO DE PORTU)

El desempleo siempre latente en la industria azucarera, las grandes huelgas a raíz de la Gran Depresión económica son los temas de obras como Tiempo muerto de Méndez Ballester y La llamarada de Enrique Laguerre. Ya en 1910 los cañeros, la Asociación de Productores de Azúcar, crearon La Estación Experimental Agrícola, que cuatro años después le cederían al gobierno. Se experimentaba y se estudiaba también en el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez el rendimiento de los terrenos para el cultivo de la caña de azúcar. Era un gran tema; es por lo que el héroe de la novela La llamarada fue el agrónomo Juan Antonio Borrás, como también fue agrónomo el escritor René Marqués. Quintero Rivera nos habla de la aparición de fertilizantes y tecnologías relacionadas con la molienda como hechos decisivos para que cada vez se necesitara menos mano de obra para lograr la misma producción de azúcar: en palabras de Marx, estos avances crearían una “sobrepoblación relativa latente” que prontamente conocería el desempleo. Se buscaron soluciones que propiciaron el éxodo al arrabal de la ciudad, subempleos domésticos en una “industria de la aguja” con sueldos de hambre.

Esta crisis incita a nivel ideológico libros como Insularismo de Antonio S. Pedreira y el Prontuario Histórico de Tomás Blanco, esfuerzos por encontrarle dirección e identidad a un país que en los años treinta parecía una muchedumbre sin rumbo. Pedreira pondría sus esperanzas en el surgimiento de una juventud redentora. Parte de esa juventud militaría en el Partido Nacionalista Puertorriqueño, mientras que otro sector asistió a aquella Universidad para la pequeña burguesía retratada en Los cuentos de la Universidad de Emilio S. Belaval, de 1929. Bajo la gobernación de Winship se concibió el turismo como posible solución. Ya se habían hecho significativos avances en la Salud Pública, ello en parte mediante la creación de la Escuela de Medicina Tropical y los auspicios de la Fundación Rockefeller. El “body politic”, la sociedad puertorriqueña, estaba enferma, tanto en lo físico como en lo económico y social. Era una sociedad que había enfermado por la explotación capitalista de la tierra.

No es hasta los comienzos de los años cuarenta, bajo los auspicios del llamado “Plan Chardón”, que se vislumbra una tenencia de la tierra más justiciera y equitativa. El Partido Popular Democrático, y lo que llama Quintero Rivera una nueva “clase en hacerse”, intentaron una reforma agraria. A pesar de que el desarrollo más favorecido sería la industrialización lo que llama nuestro autor un “capitalismo por invitación” mediante industrias “intensivas en manos de obra”, la reforma agraria estaría concebida según cierta añoranza del pequeño propietario, el campesino antes de su proletarización a causa de la explotación cañera. Resulta curiosa que esta reforma agraria, hoy olvidada, tuviera los mismos perfiles de aquella “vieja felicidad colectiva” que Albizu Campos, con su temperamento reaccionario y pasadista, identificaba con una mejor convivencia.

René Marqués con La carreta llegó a visualizar lo que ya hubiese sido un imposible regreso al terruño del medianero, del “agregao” o parcelero idealizado, escribe Edgardo Rodríguez Juliá.

Ya la generación literaria de los años cuarenta y cincuenta, mediante obras como La carreta, Spiks, El hombre en la calle, culminaría esa visión de un país en éxodo del campo a la ciudad, para luego “embarcarse” hacia la metrópolis en el Norte. René Marqués con La carreta llegó a visualizar lo que ya hubiese sido un imposible regreso al terruño del medianero, del “agregao” o parcelero idealizado.

Lo que Quintero llama “clase en hacerse”, o “clase por hacerse”, esa clase dirigente profesional y gobernante que inauguraría el Partido Popular Democrático, pienso que culminaría algunos dirían que se suicidó con la fundación del movimiento Ciudadanos Pro-Estado 51, bajo el liderato de Carlos Romero Barceló. Estos futuros fundadores del Partido Nuevo Progresista en un primer momento llegaban de la experiencia gubernamental, a partir de 1940, con los programas del Nuevo Trato bajo el gobernador Tugwell y el presidente del Senado, Luis Muñoz Marín. Muchos eran empleados federales, otros provenían de la experiencia administrativa durante esa primera década del gobierno del Partido Popular Democrático. Todos pertenecían a una clase media emergente. De ser una clase emprendedora y dirigente eventualmente se iría consolidando como una clase intermediaria y de nuevo cuño transaccional entre la colonia y la metrópoli. Sus nietos son los actuales litigantes ante la Junta de Supervisión Fiscal. La obsesión con el estadoísmo asimilista no permitió que esta clase “cuajara”: Se quedó “en hacerse” y “por hacerse”.

Resulta curioso que este libro tan sugerente, tan inteligente y provocador, no describa la clase intelectual puertorriqueña a partir de los cuarenta, tanto la de tendencia nacionalista que se refugió en la Universidad de Puerto Rico como la que adquirió prominencia en el Partido Popular Democrático, sector de lo que el libro llama clase “en hacerse”. ¿Cómo se insertaron los intelectuales en el drama social? Tal pareciera que aparte del poeta, ensayista y periodista Luis Muñoz Marín, perteneciente a una clase dirigente muy anterior, y los intelectuales y tecnócratas del Partido Popular, la imaginación y el pensamiento puertorriqueños solo han participado como testigos de nuestra accidentada, aunque nada catastrófica, Historia.

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