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Carlos Fos: Fray Mocho durante los primeros años del desarrollismo

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Una historia de creaciones y conflictos (1958-1960)

REVOLUCIÓN EN LA CULTURA

Cultura es literatura, teatro, poesía, arquitectura, pintura, escultura, música. Es el despliegue de las fuerzas espirituales cuyo asidero firme, como todo, lo constituyen las relaciones sociales de producción de bienes materiales, producto de la mano dura de las mujeres y hombres del trabajo.

Fray Mocho durante los primeros años del desarrollismo.

Una historia de creaciones y conflictos (1958-1960)

Por Carlos Fos Nueva Pensamiento Crítico (La Revita), Verano 2023

“Los problemas del arte dramático son de una importancia singular dentro de la cultura, ya que este arte no puede existir, tal como lo soñamos sino donde existuna comunidad, y por lo tanto está ligada a la vida y salud de un país”.

Declaración de propósitos de Fray Mocho

El 1 de mayo de 1958 asumía como presidente constitucional de la República Argentina Arturo Frondizi y con él se ponía en marcha una esperanza teñida de sus promesas y pactos preelectorales y de sus pregonadas ideas desarrollistas. Las presiones internas no se hicieron esperar y hasta pusieron en peligro su acceso al poder, ante el intento de una asonada frustrada encabezada por Isaac Rojas. Los corrillos en los pasillos del poder real se preguntaban cuánto duraría esta experiencia política y hasta revistas de gran influencia mundial como The Wall Street Journal dedicaban páginas al tema. La publicación citada, órgano del sistema financiero norteamericano, en su sección de temas internacionales, destinó una nota a la debilidad del nuevo presidente. La nota en cuestión se titulaba “¿Cuánto durará Frondizi?” El caudal de votos, heterogéneo en su composición, pero contundente en su número, le aseguraba mayoría en ambas cámaras y la aprobación sin complicaciones, en teoría, de los proyectos de ley. No obstante, la percepción general era que los acuerdos previos con el peronismo podían rápidamente romperse y que las tensiones con las Fuerzas Armadas dañarían seriamente la autonomía del flamante gobierno. Los primeros forcejeos no tardaron en manifestarse. Frondizi debía legalizar al peronismo, como parte de lo convenido, pero la mayor parte de los militares, empresarios y partidos de la oposición no lo permitirían.

Por supuesto que el líder de la UCRI no era ingenuo y sabía de estos inconvenientes, pero siempre confió en que podría contentar a los dos bandos en disputa. Esta posición conciliadora fue el comienzo de su fin. En su discurso inicial como primer mandatario había afirmado: “Nadie será perseguido por sus ideas ni por su actuación política o gremial […]. El Poder Ejecutivo considera que debe ser derogada toda legislación represiva de las ideas […]. Cualquier ciudadano podrá elegir y ser elegido, y todos los partidos políticos podrán constituirse y desarrollar libremente su actividad”[1]. En el seno del justicialismo, estas palabras eran las esperadas porque abrían la puerta al final de la proscripción. Claro que en la vereda de enfrente el malestar creció al punto de que se mencionaba a Frondizi como un traidor a la presunta causa del golpe de 1955. Pero el mandatario correntino, con rapidez inusitada, tomó un viraje en pocos días, al disponer los ascensos de las dos caras más visibles del régimen ilegal que depuso a Perón. Pedro Eugenio Aramburu se convirtió en teniente general e Isaac Rojas en almirante.

Siguiendo el zigzagueante camino emprendido, el Congreso deroga el decreto-ley 4161, que prohibía el uso de los símbolos peronistas. El clima era denso, se denunciaban pactos por parte de los núcleos políticos liberales, conservadores y radicales del pueblo. Todos querían dominar la situación, mientras Frondizi pretendía sentar las bases económicas de un modelo desarrollista. Este modelo exigía la intervención del Estado, no sólo como regulador sino como el principal actor en las decisiones económicas. Se trataba de un proyecto, estructurado en torno a tecnócratas, que deseaban apurar medidas necesarias para sacar al país de su estancamiento. Claro que para que esas medidas pudieran implementarse tenían que ser sostenidas por decisiones políticas y las dificultades ya señaladas que sufría la recién asumida administración no estaba en condiciones de lidiar con especialistas que despreciaran los recovecos de las negociaciones parlamentarias.

Mientras tanto, las actividades del Teatro Fray Mocho crecían en número y en calidad, profundizándose varias de las acciones que se venían llevando a cabo. La necesidad de pensar una acción artística en términos federales impulsó al grupo a crear y sostener tres elencos paralelos, con objetivos y ámbitos de trabajo distintos. Un colectivo se dedicaría a la producción de los espectáculos en la sala propia, un segundo mantendría el criterio de gira continua por el denominado interior del país y habría un tercero encargado de recorrer los barrios para afianzar lo que Ferrigno y su gente habían calificado como “acción popular”. Esta febril tarea requería de fondos adecuados, fondos con los que no se contaban en el marco de una economía nacional marcada por la inflación desbordada y los salarios cuasi congelados. A tal punto la situación era complicada que unas de las primeras decisiones en materia salarial de Frondizi fue aumentar en un 60% los salarios. Pero las políticas desarrollistas, en la teoría de los proyectos de gran valor para reiniciar un ciclo virtuoso en Argentina, tuvieron en el propio presidente un pobre aliado. Poco tardó en caer en graves contradicciones.

En su conocido y legitimado libro Petróleo y política, Frondizi se manifestaba como un enemigo de la participación de capitales extranjeros en esta área de gran valor estratégico. Esa publicación había sido una crítica, muy bien fundamentada, a los convenios que Perón había firmado con la empresa californiana Standard Oil. A fines de la década del 50 nuestro país importaba el 65 % del petróleo que se utilizaba para abastecer al mercado interno. Con el argumento de que el Estado no tenía dinero para financiar el desarrollo de la industria pesada y las inversiones requeridas en prospección, extracción, refinería, distribución de combustibles, el presidente sorprendió a todos anunciando que había signado trece contratos con empresas británicas y norteamericanas. Una flagrante traición a la plataforma electoral y la elección de un camino peligroso. Fray Mocho tuvo que subalquilar la sala a Nuevo Teatro por motivos económicos y artísticos, ya que su propuesta de Los pequeños burgueses de Gorki no estaba lista a comienzos de temporada. Por el contrario, el grupo que lideraban Asquini y Boero mantenían dos éxitos en cartelera y requerían otro espacio. De esta manera, Los indios estaban cabreros de Cuzzani ocupó la sala del Teatro Cangallo de mayo a septiembre. Muchos teatristas habían apoyado directa o indirectamente la candidatura del líder de la UCRI, considerándose representados desde posturas de izquierda. Otros que habían optado por los partidos socialista o comunista veían con cierta simpatía las primeras declaraciones del primer mandatario electo. Para ellos, como para otros simpatizantes progresistas, el desencanto definitivo llegó con el apoyo a los sectores eclesiásticos católicos y el lanzamiento del proyecto de ley de enseñanza privada, que los beneficia directamente. También se discute la posibilidad de que las universidades privadas, en su mayoría de orientación religiosa, tengan  la potestad de entregar títulos oficiales, atribución de la que gozaban las casas de altos estudios estatales. Esta propuesta generó un debate acalorado, que tal vez sirviera de nube de humo para ocultar otras decisiones controversiales del gobierno. El equilibrio en la delgada cuerda se asemejaba, cada vez más, a una quimera. El descontento aumentaba en los sectores sindicales y políticos. Una de las figuras con mayor prestigio en el Parlamento local, Alfredo Palacios le pide la renuncia, mientras que las huelgas se hacen sentir a partir de octubre. Fray Mocho no detenía su acción; por el contrario, se lanzó a una breve pero intensa mini temporada en Montevideo, con el estreno de George Dandin y la presentación de Historias de mi esquina de Osvaldo Dragún.

El éxito acompañó al grupo desde el primer día, por lo que tuvieron que agregar funciones. La capital uruguaya se afianzaba como una plaza fuerte y sus actuaciones eran tan celebradas como esperadas. Las giras nacionales tuvieron otro capítulo durante el turbulento año 1958. En julio, invitados por los organizadores de la Semana de Córdoba, estrenaron en el Teatro Municipal Rivera Indarte, Los pequeños burgueses, principal emprendimiento artístico encarado a pesar de los graves problemas económicos que acuciaban al conjunto. Una vez más, el estreno de una propuesta teatral de Fray Mocho tenía lugar fuera de la Ciudad de Buenos Aires, cumpliendo el objetivo de federalización que los animaba. Las clases se continuaron dictando con la misma profesionalidad y profundidad de contenidos que eran marca registrada en el grupo, aunque estuvieron limitados físicamente por el sub-arrendamiento de la sala.

A pesar de que un par de materias no pudieron dictarse, no afectó esta circunstancia significativamente el desarrollo de los cursos. Cuando el Teatro Cangallo volvió a ser ocupado por un elenco de Fray Mocho en octubre de 1958, nuevos factores externos afectaban la vida cotidiana de los argentinos. El ahogo económico se intentó resolver con fórmulas reaccionarias que iban a contramarcha de lo anunciado. Se hablaba de un Estado interventor, pero se proclamaba el recorte abrupto del gasto público; se había incrementado el valor nominal del salario, pero a escasos meses se lo congelaba, liberando los precios.

Ya la extranjerización de parte de la riqueza petrolera promovía el rechazo airado de Perón y las medidas de fuerza de los sindicatos del crudo en diversas provincias. El Sindicato Unido de Petroleros del Estado (SUPE) fue citado por el líder exiliado como el garante de que esos contratos quedaran sin efecto, con la amenaza de paro total de actividades en el ramo. Un defensor del valor estratégico del petróleo abre la puerta a las grandes empresas extranjeras, un luchador por la reforma universitaria de 1918 apoya la “educación libre”; Frondizi se desdibujaba. Pero aún faltaba la decisión de militar los conflictos, que el presidente toma al crear el nefasto plan de Conmoción Interna del Estado. Con la entrada en vigor del CONINTES se quería frenar las protestas sociales y aplacar el clima político luego de que el vicepresidente Gómez demandara la creación de un gobierno de y en respuesta fuera removido del cargo. Este anticonstitucional ardid contó con el apoyo de las fuerzas armadas, que veían acrecentadas su influencia. Con mecanismos de control y coacción diseñados para la guerra colonial en Argelia por Francia como modelo, el CONINTES ponía al personal civil de la administración pública y a los trabajadores de las empresas estatales bajo el poder del código de justicia militar. Tal arbitraria resolución podía castigar con más de un año de prisión al agente civil que contrariara la orden de un oficial militar, sin autoridad legal sobre él. Así se contestaba a las huelgas, con la cierta promesa de cárcel.

Seis meses habían pasado desde su asunción y Frondizi había terminado de quebrar lo que aún restaba de sus compromisos previos. Decretos represivos y un vicepresidente provisional del Senado adecuado para continuar una política antipopular eran el derrotero elegido. José María Guido, un desconocido senador por Río Negro ocuparía el cargo mencionado. Este hombre cumpliría un sino trágico para el país años más tarde.

Fray Mocho había diseñado y ejecutado un plan de extensión teatral en la isla Maciel, con óptimos resultados. La experiencia involucró a diversas organizaciones del barrio que se agrupaban en el Centro de Desarrollo Integral de la zona. En tablados preparados para tal ocasión, un ávido público pudo disfrutar de funciones gratuitas del grupo de títeres y coros de Fray Mocho. También Comedia de comediantes, George Dandín, Historias para ser contadas y El pibe de la noche, obras del repertorio del grupo fueron ofrecidas por dos elencos dedicados a este emprendimiento.  Con estas versiones se presentaron en distintos barrios de la ciudad y en pueblos de la provincia de Buenos Aires, llevando su arte a diversas y heterogéneas audiencias, poniéndose en contacto con personas vírgenes en relación con el teatro. La tarea de extensión de Fray Mocho es reconocida en múltiples localidades como disparadora de vocaciones y cuadros de aficionados. Los periódicos de las zonas visitadas se hacen eco de la relevancia que posee para el pequeño campo teatral local la estancia del colectivo y, los grupos preexistentes suelen aprovechar para tomar clases con los teatristas porteños. Se produce un interesante ida y vuelta, en el que todos se enriquecen; Fray Mocho conociendo realidades que les eran extrañas y reafirmando su vocación popular y los receptores sumando herramientas para el desarrollo de sus propias tareas artísticas.

La función social es, también, notable. Lo destacable, aún por encima de las propias actividades en sí mismas, es que lo realizado se sostenía con fondos recaudados por el conjunto, sin o con escaso apoyo estatal. En ocasiones eran invitados por sindicatos que se hacían cargo de los costos, como ocurrió con las actuaciones en Punta Chica, auspiciadas por la Secretaría de Cultura y Deportes del Sindicato del Vestido y Afines. Esta voluntad de trascender los espacios preparados y reconocidos para la representación teatral se mantuvo, con terquedad de principio de acción, hasta el final del grupo. Desde el documento que fijaba los objetivos y bases que le daban vida, Fray Mocho entendió que debía centrarse en tres tareas: escuela, teatro y centro de estudios. Partir de un proyecto singular y ambicioso requería de muchas manos, por lo que la convocatoria a formar parte de él fue amplia y generosa.

Sabían que quedar reducidos a un público cautivo, de clase media ilustrada, era un error. Por eso, la búsqueda de nuevos auditorios, en no lugares, para interactuar con individuos de escasa relación con las prácticas escénicas. Así cumplían con esa suerte de máxima que esbozaron en sus inicios: “No nos conformaremos con un público reducido y de “élite” por más fiel y comprensivo que éste fuere. Necesitamos que esa frase, que es ya un lugar común el teatro no debe ser privilegio de ninguna clase social, sea para nosotros una palabra de orden y una línea de conducta”.[2] Estas palabras de 1951 se encarnaron en cientos de funciones en recintos no convencionales para el teatro, aún el esforzado teatro independiente.

En el país el contradictorio derrotero de Frondizi sólo podía finalizar en un virtual cogobierno con las Fuerzas Armadas. Los llamados planteamientos que las mismas hicieron durante su gestión tuvieron como válida excusa el pedido que el propio presidente les hizo para restaurar un supuesto orden necesario. Las huelgas virulentas y los reclamos airados de buena parte de la oposición y los sectores sociales postergados por medidas antipopulares hallaron como simplificada solución la escalada de violencia estatal. Ese líder de centro izquierda clamaba por la intervención de los soldados en la calle, imponiendo el estado de sitio. La resistencia estudiantil y obrera jaqueaba a Frondizi y lo mantenía en una atmósfera de histeria constante. Veía fantasmas de conspiraciones comunistas en cada acción directa.

Una gestión autoproclamada desarrollista que gastó en cada discurso la mejora de vida para los veinte millones de argentinos que integraban la población del territorio nacional por entonces, quedaba reducida a los recetarios recesivos de los organismos internacionales financieros. Las consecuencias para el campo popular no podían ser peores. El férreo cerrojo que se le había impuesto a la inversión pública no frenó el crecimiento de la inflación, que trepó al 35 por ciento. Los salarios, sin ser actualizados, pierden buena parte de su poder adquisitivo, por lo que el mercado interno cede en su capacidad de movilidad social, al descender el consumo. En el otro extremo, una nueva devaluación del peso favorece las aspiraciones de exportación de los grandes productores agropecuarios. La pieza oratoria con la que se dirige el presidente a todos los argentinos en el tradicional saludo de fiestas y fin de año vuelve a poner énfasis en promesas de bienestar. Era imprescindible ajustar la economía, para luego dar el salto de calidad que nos pusiera en condiciones de competir con el resto del mundo. Se preveían dos años de altibajos y precario nivel de vida como antesala a un “estado de gracia”, alcanzado por una mayor producción y acumulación de riqueza. Ya no se invocaba el papel preponderante estatal en la regulación de la economía y se insistía en la privatización de bienes que se consideraban onerosos para el tesoro público. Así se devolvieron al poderoso grupo Bemberg las empresas expropiadas por el peronismo, un gesto que refrendaba lo expuesto. Pero el dirigente correntino no soñaba con los inconvenientes que se avecinaban en un caliente enero. Mientras el elenco de acción popular de Fray Mocho se alistaba para nuevas presentaciones en barrios y localidades vecinas, estallaba el conflicto en el Frigorífico Lisandro de la Torre, uno de los de mayor envergadura del continente. Frondizi envió el 10 de enero de 1959 un proyecto de ley que dejaba en manos privadas este establecimiento modelo ubicado en Avellaneda. Días aciagos se perfilaban en el horizonte para los emprendimientos fabriles de mediano y pequeño porte en la región del Conurbano bonaerense. En menos de veinte años una de las zonas de mayor producción industrial de Argentina quedaría reducida a mínimas expresiones, muchas de las cuales terminaron de morir en los años del neoliberalismo local. Los frigoríficos no habían sido codiciados por los grandes capitales nacionales porque las exportaciones estaban limitadas por razones del mercado y por la peste de aftosa que afectaba a nuestro ganado desde hacía dos años. Sin embargo, la posibilidad de quedarse con emprendimientos de envergadura en manos públicas dedicados a abastecer la demanda interna comenzó a ser visto por esos ojos renuentes con interés renovado.

El Lisandro de la Torre se convertiría en un caso testigo para medir la capacidad combativa de los sindicatos y de las comisiones obreras nacidas al calor de la resistencia peronista. En las elecciones de diciembre de 1958 había triunfado una lista liderada por Sebastián Borro, joven dirigente iniciado en la actividad política durante la proscripción del justicialismo. Algunos de sus compañeros de lista eran de extracción comunista y otros como Héctor Saavedra venían del exilio obligado por haber formado parte de los denominados comandos peronistas. Muchos conocían la cárcel y la tortura en el marco de la coacción implementada por la “Libertadora”. Con una historia de confrontaciones, aún durante el peronismo, el emblemático frigorífico se alistaba para impedir la anunciada cesión a particulares. Para ello tuvieron reuniones con legisladores para que no se lograra el número necesario en la sesión en recinto y esperaron con una concentración multitudinaria, apoyada por diversos sectores, en plena plaza frente al Congreso Nacional el discurrir del debate. Lamentablemente, a pesar de los sólidos argumentos que presentaron Borro y sus compañeros, la mayoría de los diputados trató el tema con rapidez enviando el proyecto aprobado a Senado, quien lo aprobó sin siquiera tomarse un tiempo para analizarlo. Desde ese mismo momento sólo quedaba el improbable veto presidencial, que fue exigido por el secretariado de las 62 Organizaciones.

Frondizi, convencido, se negó a tal medida y ni siquiera recibió a una comisión de trabajadores. En una sorpresiva maniobra los obreros del establecimiento concurrieron a trabajar el día 15, tan sólo para decidir el paro y toma de las instalaciones. Mientras Frondizi partía en viaje protocolar a los Estados Unidos, la tragedia tomaba forma. En cumplimiento de los decretos represivos conocidos como Plan CONINTES, la zona de producción ocupada es rodeada por efectivos de policía, a los que no tardan en sumarse gendarmes y hasta cuatro tanques con soldados del Ejército. Durante días hay enfrentamientos entre los obreros y las fuerzas del “orden”, que deja un saldo luctuoso. Finalmente, la cúpula de las 62 Organizaciones levanta el paro, en una actitud por lo menos complaciente. Dirigentes de la talla de John William Cooke y Felipe Vallese son detenidos. El área del conflicto es considerada de control militar, al igual que las ciudades de La Plata, Berisso y Ensenada. El cuerpo de delegados en prisión y cinco mil cesanteados marcaron la combatividad de una clase obrera que no estaba dispuesta a entregarse mansamente, más allá de componendas de cúpula.

Fray Mocho anunció un ciclo en su reconocida escuela a cargo de profesores externos exclusivamente. Prosiguió con sus recorridos en giras y afianzó su compromiso con los sectores postergados visitando en sus planes de acción cultural barriadas y pueblos con escasa o nula programación teatral. Ciclos de teatro leído, conferencias y la creación de un Departamento de Cine eran signos del crecimiento de la agrupación. En octubre de 1959 llegaba Atahualpa Del Cioppo con su emblemático Teatro El Galpón de Montevideo. Su visita entregó una celebrada puesta de El círculo de tiza caucasiano de Brecht y la conformación de una Comisión Federativa de Teatro Independiente Rioplatense, en la Oscar Ferrigno representó al colectivo que integraba.

Los inconvenientes surgieron de la mano de una decisión comunal que pretendía poner a las salas independientes en pie de igualdad con las del circuito empresarial en cuanto a requerimientos edilicios. Se desprendió de la aplicación de esta norma la clausura preventiva por deficiencia edilicias de la sala de  la calle Cangallo durante el lapso que se extendió entre el 26 de septiembre al 2 de octubre. El perjuicio económico, de haberse extendido el cierre compulsivo del teatro, era imaginable. La noticia estremeció al grupo, pues ponía en seria duda su continuidad. Se hicieron gestiones ante diversos ámbitos oficiales y de la cultura, lográndose el apoyo inmediato de la prensa porteña. Finalmente, el organismo municipal que entendía el tema dejó sin efecto la clausura, limitándola a los cuatro días señalados. La situación económica de Fray Mocho, ahogado por un juicio iniciado ante la falta de pago del alquiler de la sala. Esa demanda por desalojo, iniciada por el dueño Edmundo Ruffo, no pasaría de amenaza porque el Fondo Nacional de las Artes depositó, tardíamente, la suma de $112.00 reclamados. Los diarios locales cubrieron la situación con artículos en los manifestaron su apoyo al grupo, reclamando por su continuidad en mérito a su calidad artística y a su accionar cultural relevante. Ese dinero de la Institución oficial se sumó al recaudado por abono, bonos especiales creados para la ocasión y un generoso bordereaux generado por el éxito de Los pequeños burgueses. Lo que parecía imposible se logró, aunque el peligro de bancarrota siempre pendería sobre esta agrupación. Estas vicisitudes, aunadas a la cada vez más compleja realidad nacional, exigieron restricciones en los gastos, dejándose de realizar las esperadas y tradicionales giras por el interior y países limítrofes. Pero, como vimos, no impidieron concretar una temporada rica en ofertas y conservando el espíritu de puertas afuera que diera sentido original a Fray Mocho. Había expectativas en torno de un tour latinoamericano, inédito para nuestro teatro independiente. De haberse concretado, las posibilidades de intercambio de experiencias tanto estéticas como de gestión hubieran redundado en beneficio de los sistemas teatrales de los países involucrados. Pero la situación económica en Argentina se enrarecía y lejos estaban las predicciones de un gobierno sin brújula de poder ser puestas en realidad. Los servicios, en manos estatales, subían desmesuradamente sus tarifas, la resistencia peronista comenzaba a tornarse virulenta con atentados puntuales con bombas sobre blancos precisos. Frondizi aplicaba métodos de la cercana dictadura, con clausura e intervención de sindicatos, encarcelamiento de opositores y mal trato de los mismos en las comisarías. El presidente cae en nuevas incoherencias al hacer acusaciones a supuestos grupos comunistas desestabilizadores de su gestión e ingresando en un peligroso territorio de relaciones quebradas con el bloque soviético. La oposición no aportaba más que combustible a la fogata en expansión. Se limitaban a señalar, en cuanto acto realizaban, que la duración de la gestión desarrollista estaba próxima a terminar, introduciendo un elemento peligroso, resumido en la posibilidad de una nueva autocracia. Ante las presiones de los poderosos y su propia ineficacia, Frondizi elige el camino más sencillo. Se recuesta sobre la oligarquía y se olvida una vez más de la palabra empeñada a favor del pueblo. En primer lugar suma al gabinete a  tres dirigentes de dilatada actividad durante los años del “patriótico” (entre ellos César Bunge); luego pasa a retiro a secretarios militares de probada fidelidad al sistema democrático para culminar designando como Ministro de Economía y de  Trabajo a un personaje que marcaría parte de la vida política de los próximos años: Álvaro Alsogaray. El frigerismo retrocedía ante la implacable implementación de planes de enfriamiento de la economía, resultantes en recesión y desindustrialización a largo plazo. Alsogaray conocía bien la gestión pública, pues se había desempeñado bajo las administraciones ilegítimas de Lonardi y Aramburu. No dudó en poner en marcha medidas antipopulares, dejando un panorama de fin de año poco auspicioso. Fuerzas Armadas con la misma impronta del golpe del 55, recortes en programas de desarrollo, represión y el nacimiento de la primera guerrilla vernácula, los Uturuncos.

El año 1960 fue un período de discusiones y conflictos en el seno del grupo teatral que estudiamos. Tal intensidad cobró las divergencias que emergieron en la ocasión que varios integrantes fundacionales de la agrupación terminaron abandonándola e iniciando, de cierto modo, el final anticipado del proyecto. Antes de continuar con el grave inconveniente interno que minó las fuerzas del colectivo no podemos dejar de mencionar que siguieron realizándose múltiples actividades durante el citado año. La Escuela continuó con la respuesta de alumnas que la caracterizaba, teniendo un nuevo plan de estudio y una flamante directora por concurso: Isabel Herrera. Andrés Lizarraga, miembro de Fray Mocho estrenó en sala dos de sus primeras obras: Santa Juana de América (a la postre ganadora del Premio Casa de las Américas de Cuba) y El carro Eternidad, ambas con dirección de Oscar Ferrigno. En cuanto al elenco dedicado a la actividad fuera de sala, la que se denominaba de “acción popular”, su labor fue intensa y productiva. Llevaron tres obras del repertorio estrenaron El gaucho Martín Fierro en versión teatral de José González Castillo en barrios porteños y en localidades de la provincia de Buenos Aires, especialmente del Conurbano bonaerense. En estas funciones los espacios elegidos de representación respondían a la lógica de los objetivos que animaban al elenco: llegar a un público sin experiencia teatral previa. Así ocuparon los improvisados salones de bibliotecas, sociedades de fomento, sindicatos, clubes, bomberos voluntarios y cooperativas.  También el Teatro Fray Mocho siguió con su exitoso ciclo de conferencias y con mesas redondas en las que transmitían su pensamiento sobre la actividad escénica. Asimismo, fue importante el seminario de autores coordinado por Osvaldo Dragún. Allí se discutieron los trabajos que los propios autores noveles leían. Nombres como Ricardo Halac, Blas Raúl Gallo, Julio Imbert y Andrés Lizarraga enriquecieron la reunión a puertas cerradas. Entre las obras expuestas se leyó Soledad para cuatro de Halac, de importantes repercusiones en el campo una vez estrenada.  Ese mismo año 1960 fue testigo del Primer Festival Rioplatense de Teatros Independientes, concretado en la sala del Teatro Victoria de Montevideo. Fray Mocho puso en escena en la noche inaugural del 26 de marzo, El carro Eternidad. Este Festival binacional era unas de las primeras acciones tomadas por el Departamento Argentino Uruguayo de Teatro Independiente.

El país se debatía en una profunda crisis económica y se daban a conocer números que daban cuenta de una radiografía social con datos escalofriantes. Se estimaban que vivían en el territorio nacional cerca de seis millones de pobres, muchos de ellos con enfermedades de fácil resolución o prevención y sin escolaridad. La mortalidad infantil había crecido, al punto en un lapso de una hora morían cinco lactantes. La gran infraestructura que en salud y educación había gestado el peronismo se volvía obsoleta por falta de inversión o la calidad de atención primaria y de complejidad se resentía por la escasez de médicos o el régimen de guardias sin respeto al descanso obligatorio al que recurrían por los bajos salarios en el ámbito público. Los precios experimentan una irrefrenable carrera ascendente, mientras el ministro Alsogaray, jocosamente, hablaba de venturosos futuros mientras exhortaba al esfuerzo de “pasar el invierno”. Las represiones se tornaron brutales y la excusa de la guerrilla fue utilizada por primera vez para eliminar físicamente a jóvenes militantes. La resistencia trabajadora continuaba con actos de sabotaje y paros. La picana eléctrica juega un papel bochornoso en un estado de derecho incapaz de detener la práctica de la tortura. En este clima llegan las elecciones del 27 marzo de 1960, en las que el peronismo desde la orgánica practica el voto en blanco. El partido del gobierno gana en sólo once provincias, favoreciéndose el sector de la Unión Cívica Radical del Pueblo. No pasaba semana en la que se discutiera la posibilidad de un golpe de estado. La suerte del político correntino parecía echada, pero esa ruptura del orden institucional no se concretaba. Mientras tanto las concesiones a los más duros y antiperonistas núcleos militares se multiplicaban, así como los guiños al poder económico eran constantes.

Al pensarse el reemplazo para El carro Eternidad, la Comisión de Asesoría Literaria del grupo propuso la obra de Bertold Brecht, El círculo de tiza caucasiano. La moción fue tratada en asamblea. Los ánimos se caldearon y la mayoría rechazó la pieza del gran maestro alemán, aludiendo argumentos poco sólidos. Finalmente, como era costumbre en las prácticas democráticas del colectivo, se hizo una nueva votación y se ratificó la segunda opción: Santa Juana de América de Andrés Lizarraga. Ferrigno, seguro de que la propuesta del autor de Galileo Galilei iba a prosperar, había iniciado los ensayos con el primer elenco esperando el resultado del cónclave. Cuando se optó por la alternativa puntualizada hubo que rearmar el elenco ante varias renuncias. En octubre de 1960, la atmósfera de Fray Mocho parecía contagiarse de la que ennegrecía con nubarrones a la Argentina. Este conflicto, que esta vez no surgía de apuros económicos, sino de la discusión de los mismos principios y valores nacidos en la fundación. Por ello, el malestar se extendió a todas las actividades del grupo, manifestándose con fuerza en la actividad divergente de los dos elencos: el de sala y el de acción social. El futuro era una incógnita para un desarrollismo, despojado de sus propios ideales y para Fray Mocho, legitimado en el campo teatral pero en crisis no resuelta entre sus miembros.

Bibliografía

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[1] Discurso presidencial de asunción, fuente Secretaría de prensa de la Nación, mayo 1958.

[2] Declaración Propósitos del Teatro Popular Independiente Fray Mocho, 1 de junio de 1951.

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