Cuarenta años después: el debate del PSP
Héctor Meléndez Coabey
Quizá por algún simbolismo que se atribuye a los decenios, algunos amigos me invitan
a que escriba una reflexión sobre el debate en el Partido Socialista Puertorriqueño
(PSP) hace cuatro décadas, es decir en 1982, del cual fui uno de los protagonistas.
Recurriré aquí mayormente a la memoria y la reflexión en la propia mente. Escritos y
publicaciones referentes a hechos e interpretaciones que diré están accesibles en este
mismo espacio de Proyecto Coabey, gracias a su encomiable trabajo de recopilarlos.
El de 1982 fue un debate importante, aunque subestimado en la conversación
pública, entonces y en los tiempos que siguieron. Aunque tuvo giros sorprendentes,
sucumbió a la común precariedad de la memoria colectiva y las dificultades en calibrar
los acontecimientos. No pocos militantes del PSP de aquella época aún hoy apenas
entienden qué ocurrió, o por qué. Estuvo lejos de ser una mera desavenencia más,
como mucha gente creyó, sin importancia por ocurrir en un grupo chiquito. Esencial
es ir más allá de las apariencias y las imágenes.
Al leerse las líneas que siguen debe considerarse que la política no trata
principalmente de personalidades –como las que mencionaré aquí– sino de clases
sociales que defienden y promueven sus intereses y visiones de mundo. Las
personalidades más conocidas expresan la ideología de su clase y, desde luego, añaden
sus ingredientes particulares, a menudo decisivos. Asimismo, los partidos son
fenómenos de miles de personas, con tendencias diferentes en su interior; incluyen un
núcleo principal y una gran masa de simpatizantes que colaboran en diversos grados.
Antonio Gramsci propuso que el partido de la clase obrera debía ser un intelectual
colectivo. Es una aspiración revolucionaria, pero podría ampliarse la idea y decirse que
todos los partidos son, en cierto modo, un proceso intelectual y además colectivo.
Sin embargo, estas premisas son discutibles. Es difícil evitar la idea de que el MPI
y el PSP tratan de una historia que trazó en medida decisiva el impulso personal de
Mari Brás. Su empuje ascendió desde fines de los años 50, y veinte años después decayó
y luego terminó, terminando también el partido. Parece común en formaciones
socioeconómicas modestas del Caribe que el elemento psicológico y personal sea
determinante, si las clases sociales tardan en cobrar cuerpo. Quizá por eso a veces se
oye decir, folklóricamente, “aquí lo que se necesita es un líder”.
El MPI y el PSP estaban rodeados por la creciente anexión material de Puerto
Rico a Estados Unidos que se desató a partir de la década de 1950, y ha crecido desde
fines de siglo y en el siglo XXI. En 1982, alarmados por el progreso de esta asimilación,
que supusieron una conspiración, Mari y su grupo pusieron fin a su interés, siquiera
formal, en la construcción de un partido de trabajadores, algo que conlleva una labor
paciente y compleja. Pero en vez de irse del PSP, aprovecharon su poder en la
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organización, secuestrándola, para separarla del socialismo. Mari alegó que en vez del
partido, procedía hacer un gran movimiento, que aparecería a partir de nadie sabe qué,
para detener la “conspiración anexionista”. Después admitió que ni siquiera los
pequeños grupos independentistas podían unirse. Así, se mataron las posibilidades de
un partido de las masas trabajadoras, al menos a partir del PSP, que era un vehículo
crucial para hacerlo, lo cual debilitó más aún el independentismo. La oposición
anticolonial se debilitó durante los años por venir. El colonialismo se reforzó también
como parte de una recomposición del capital (que incluyó golpear al socialismo). El
anexionismo se disparó. Aumentó la coerción contra el pueblo, el cual, aunque
políticamente desarmado, no cesa de protestar por los efectos de una crisis social
perpetua. Aquel pasado se relaciona con el presente.
1.
A fines de 1981 el secretario general del PSP, Juan Mari Brás, se dispuso a informar
públicamente que la organización iría desistiendo de hacerse un partido de la clase
obrera, y en enero de 1982 lo expresó en un discurso en Mayagüez, de forma confusa
y velada. La idea no se había conversado, y mucho menos adoptado, en el grupo de
dirección ejecutiva del PSP, la Comisión Política. Tampoco se había discutido en el
Comité Central, en teoría el cuerpo máximo en ausencia de una asamblea general. Mari
la había madurado en conversaciones privadas con unas pocas personas, quienes
estaban lejos de ser un cuerpo decisional del PSP.
Mari Brás nunca hizo claro, ni se supo, qué cosa sustituiría el proyecto de
construcción de un partido revolucionario de la clase obrera que había unido a miles
de miembros y simpatizantes del PSP desde su fundación en Bayamón en 1971, en la
Isla y en Estados Unidos. Este proyecto se había discutido, explicado y elaborado en
numerosas reuniones, documentos, tesis, artículos y seminarios. Construir este partido
era el fundamento del programa y el reglamento que colectivamente se habían
adoptado en asambleas del PSP.
Una vez surgió oposición a la autoliquidación, Mari rápidamente se movió para
hacerse con el respaldo de los cuerpos directivos del partido, en busca de legitimidad.
Lo logró sin dificultad, si bien algunos miembros de la directiva pagarían altos precios,
moral y emocionalmente, desgarrados entre su lealtad a Mari Brás y lo que su
conciencia sabía. Fue grande el sector del PSP que se opuso al giro de Mari y afirmó
el proyecto de un partido de la clase obrera, que había sido dejado de lado durante
años por la directiva. Este sector produjo en junio de 1982 un Manifiesto de
Afirmación del Partido Socialista, que firmó un nutrido grupo de militantes,
incluyendo miembros del Comité Central y secretarios de zona del país, y logró la
adhesión moral probablemente de la mayoría del partido, a veces con gran vocalidad.
Sin embargo, la cantidad de adherentes explícitos o activos se redujo con el paso
de los meses. La coerción del grupo encabezado por Mari fue verdaderamente
abrumadora. Muchos fueron intimidados. Se dice que Juan marcó con un bolígrafo en
la lista de firmantes del Manifiesto los nombres de quienes podían ser presionados con
éxito para que se retractaran. La coerción apeló a presuntos deberes de fidelidad al
líder y a la continuidad histórica que éste presuntamente encarnaba, en una operación
que tenía poco que envidiar a prácticas típicas del dictador Stalin. Con el beneficio de
controlar la organización, el grupo de Mari manipuló sentimientos de culpa por el
pecado de pensar distinto al secretario general y dudar de su discurso, aunque su
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propuesta fuese confusa y oscura, o más bien inexistente. A pesar de la intachable
probidad de los firmantes del Manifiesto, sugirió que podría tratarse de agentes
encubiertos del enemigo, ya que se oponían a Mari Brás; no debe subestimarse el
peligro de violencia que esta sugerencia implicaba. Cuarenta años después es más
asombroso aún el contraste entre la gran energía que el grupo de Mari desplegó para
presionar y coaccionar la base del PSP, y la flaqueza esmirriada de sus ideas.
Lo que se debatió aquel año, por tanto, fue la voluntad del poder por el poder
mismo. Esta voluntad de poder no buscaba tanto crear algo, como liquidar el PSP.
Este último desde luego tenía muchos defectos, por ejemplo, los desafortunados
resultados del desenfreno de la lucha armada según se había idealizado desde tiempos
del MPI. Los defectos resultaban en no poca medida del liderato que habían impartido
los líderes, encabezados por el propio Mari. El despliegue autoritario buscaría, además,
asegurar la grandeza del caudillo para la posteridad.
Durante el debate público que inició en febrero de 1982 y duró unos nueve meses,
Mari Brás mencionó que la organización debía hacerse un “movimiento de liberación
nacional”, como si fuese algo opuesto al partido de trabajadores que reclamaban los
postulados del partido y defendía el grupo que se le opuso en el debate, y del que fui
parte. La idea de Mari difícilmente era contradictoria con la del partido obrero
socialista, al menos en principio. El PSP había entendido que para que se creara un
movimiento para liberar la nación, amplio, multiclasista y multisectorial, la clase
trabajadora debía organizarse políticamente para poder impulsarlo. Además, la causa
anticolonial debía crecer entre las mayorías populares, votantes de los proimperialistas
partidos Nuevo Progresista (PNP) y Popular Democrático (PPD), algo para lo cual
habría que trabajar bastante. El PSP había sostenido que era indispensable dedicar
esfuerzos a estimular e influenciar las luchas sociales, económicas, sindicales,
comunitarias y ambientales, para progresivamente articularlas a la causa contra la
dominación norteamericana.
En el razonamiento colectivo del PSP había estado implícita la idea de que, si las
clases populares y trabajadoras –la mayoría de la sociedad– no hacían suya la causa
independentista, ésta seguiría empequeñecida, reducida a algunos abogados,
estudiantes, profesores, médicos, empresarios, artistas, escritores y otros, que en
conjunto podrían calificarse como una élite, incapaz de enfrentar con éxito al poderoso
y complejo colonialismo norteamericano. Seguiríamos, como siempre, protestando
una y otra vez por los continuos escándalos e injusticias, sin formar un movimiento
ofensivo, estratégico, proactivo, capaz de crear un poder de las mayorías populares.
Para la descolonización boricua serían indispensables alianzas entre diferentes
clases y grupos de la sociedad, incluyendo, óptimamente, ricos y burgueses que
quisieran alejarse del poder norteamericano. Para que la clase trabajadora participara
en una alianza, si ésta se produjese, era indispensable que tuviera un partido propio
que entablara conversaciones con los otros grupos, algo imposible si no estaba
organizada como clase. Más aún, era un partido de la clase obrera lo que podría crear
condiciones para que naciera un amplio movimiento de alianzas que incluyera reclamos
de las distintas clases sociales. La clase trabajadora debía luchar por encabezar la alianza
para que llegara a buen término. Difícilmente avanzaría dejada a burgueses o
pequeñoburgueses –en sentido económico o ideológico–, típicamente dados a la
inconsistencia y ausencia de concepto claro, y manipulables por los numerosos hilos
del capital y del imperialismo. De cualquier modo, la alianza se reducía a especulaciones
y deseos muy distantes de la realidad que había.
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Parecía que se tenía el entendimiento elemental de la política como relaciones
entre fuerzas, por formar parte de la política moderna y, más aún, por ser elaborado
en múltiples escritos de Karl Marx, Friedrich Engels, V.I. Lenin y otros pensadores
que los socialistas debían haber leído. En teoría el PSP se adscribía a las ideas de Marx
y Lenin, es decir, de la revolución comunista. También el MPI, desde fines de los años
60, se había adherido al marxismo leninismo como guía para la acción. De pronto, sin
embargo, en el PSP habían sido olvidadas sus ideas más elementales. Una cosa era la
retórica y otra la práctica.
No debe, por cierto, pensarse el marxismo solamente como los escritos de los
pensadores iniciales, sino como un rico continente teórico y práctico, una gran caja de
herramientas para luchar, que crece con contribuciones de movimientos populares e
intelectuales de todos los países y continentes.
En el curso de la discusión de 1982, quienes defendimos el programa socialista a
veces calificamos como pequeñoburguesa la ideología que Juan manifestó y representó
bien. Significa la tendencia, especialmente entre clases medias, a desear ansiosamente
el cambio social radical, e incluso proclamar que está avanzando con gran fuerza, sin
tener claro cómo el mismo sería posible o se llevaría a cabo, aunque el discurso
aparente dominar estas complejas cuestiones.
El capitalismo y el colonialismo son dimensiones inseparables entre sí. La
transformación socialista de la conciencia de las clases trabajadoras se impulsa, y se
aprecia, en una relación dinámica entre teoría y práctica de acuerdo con la historia y
cultura del país. Una sociedad nueva nacería –idealmente– de la vida concreta de las
clases populares y sus luchas. Ni el socialismo ni la independencia serían algo a
imponérseles ni a invocar en su nombre sin que ellas mismas lo organicen. Si los
socialistas hacían una labor inteligente y respetuosa, las masas podrían acercarse, desde
esas luchas sociales, a la proposición de la independencia de Puerto Rico. No sería un
proceso rápido ni simple.
El uso que dimos en 1982 a la categoría sociológica de pequeña burguesía fue
motivo de ofensa, enchismamiento y escándalo entre algunos pesepeístas, sobre todo
en el grupo que veneraba a Mari y en algunos casos lo veía como el sucesor de Betances
y Albizu Campos, en una visión infantil e infundada. En otros, en cambio, pareció
causar el asombro de ver en la mente algo que se había intuido durante años. En todo
caso, es poca la costumbre de asumir con realismo el carácter histórico de las relaciones
que damos por normales y con que nos hemos hecho como personas, esto es, intentar
una aproximación objetiva al autorreconocimiento individual y colectivo.
No es casualidad que cuarenta años después apenas se conozca en Puerto Rico
que el PSP existió, y su experiencia deba ser sacada del olvido por investigadores
universitarios, como los arqueólogos que desentierran un hallazgo milenario, a pesar
de que contó con resonantes medios de comunicación y presencia pública. Pues el PSP
fue el esfuerzo revolucionario más arrojado, masivo, creativo y efectivo de la historia
moderna de Puerto Rico –pueblo que también reside en Estados Unidos– después de
la represión contra la gesta nacionalista. Después de 1982, el grupo de ideología
pequeñoburguesa que se apoderó de la organización y de Claridad ocultó durante años
la fértil experiencia del PSP y por qué éste dejó de existir, esto es, la destrucción del
proyecto y las causas de esa destrucción. No fue destruido el proyecto del partido
obrero por fuerzas represivas que aniquilaran físicamente a sus miles de socialistas
(como ha ocurrido en otros países). Tampoco terminó meramente porque hubiera un
debate, como supondría alguna predisposición autoritaria que teme a la discusión de
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ideas, saludable para todo proyecto social. Fue la intención premeditada de Mari y un
sector, con la anuencia o pasividad de otros, lo que destruyó el proyecto PSP; el debate
se produjo al descubrirse el plan. Dicho grupo destruyó además la memoria colectiva
sobre aquella experiencia; contribuyó así a la tradición colonial de que el pueblo ignore
su propia historia. Mari después alegaría, al ser preguntado, que el marxismo no aplica
a Puerto Rico –algo que han dicho numerosos políticos burgueses latinoamericanos–
como si el marxismo fuese una mercancía que se compra, en lugar de una práctica
colectiva que hay que producir, según la cultura de cada país. Como el socialismo no
aspira a continuar la política tradicional, sino dejar atrás el capitalismo –éste no existe
sólo en países ricos; también en el Caribe, Asia, África, etc.–, reclama estudio y
determinación, en fin, superar la holgazanería intelectual. Arrepentido de haberse
acercado al socialismo –la principal fuerza anticolonial del mundo–, después de 1982
el grupo fanático de Mari Brás se dedicó a encubrir no sólo su propia incapacidad de
asumir el reto, sino su autoría en la desaparición de aquel proyecto. Así proclamó, de
nuevo, su escasa confianza en el potencial político de la clase trabajadora.
2.
Que Mari planeaba un serio cambio de ruta venía susurrándose en los pasillos y
aceptándose, entre no pocos dirigentes y funcionarios del PSP, como algo inevitable
que se avecinaba. Esto indicaba poca comprensión de los principios condensados en
los documentos adoptados colectivamente y, por otro lado, miedo a pensar distinto al
jefe. Este miedo es común en la sociedad: normal, podría decirse. Puede ser consciente
y también inconsciente.
No hubiese encontrado mayor obstáculo el plan de Juan, tal vez, de no ser porque
un miembro de la Comisión Política desde 1978, Wilfredo Mattos Cintrón, circuló en
diciembre de 1981 una carta personal al Comité Central en que renunciaba al PSP.
Señalaba que el partido no estaba poniendo en vigor el principio de organizar a los
trabajadores, contenido en el programa. La carta circuló más allá del Comité Central.
Aclaró el pensamiento de algunos, incluyéndome a mí, sobre todo después de escuchar
el discurso de Mari en Mayagüez unas semanas después, en enero.
Así pues, en febrero escribí un artículo en el periódico Claridad, donde trabajaba
como periodista desde 1973. Claridad era un órgano del PSP, pero además había
logrado una circulación masiva en el país y en comunidades boricuas en Estados
Unidos, como periódico de investigación y producción de noticias, reportajes y
análisis, con una amplia cubierta de diversas facetas de la sociedad, el mundo y la vida
puertorriqueña; en los años 60 fue semanario, después salió quincenalmente, y fue
diario durante entre fines de 1974 y comienzos de 1977; luego volvió a salir cada dos
semanas. En décadas posteriores se disminuiría progresivamente, pues su circulación
popular dependía de la labor militante del PSP.
En el artículo argumenté que era inaceptable echar a un lado el programa socialista
sin que el asunto se discutiera a través de la organización, y que era claro que el PSP
no ponía en práctica lo que decía en papel, a pesar de que en 1978 había adoptado un
programa de alta calidad, que actualizaba el análisis sobre la sociedad puertorriqueña y
la política. Mari Brás respondió con otro escrito en Claridad, insultándome y
humillándome, sin responder los argumentos. Yo riposté con otro artículo,
ateniéndome a los argumentos y absteniéndome de ataques personales; después
escribiría otros más, incluso en periódicos capitalistas de circulación general. Las
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degradaciones, amenazas, difamaciones y patologizaciones contra quienes nos
opusimos a la línea de Mari se repetirían. Luego intervinieron muchos otros. La
discusión se extendió rápidamente entre la organización, a través de Puerto Rico y en
Estados Unidos.
En respaldo a Mari acudieron otros de la cúpula del PSP, aunque aparentemente
sin comprender qué proponía el líder. Honestamente creo que ni siquiera Mari Brás
tenía claro a qué cosa él mismo se refería, o qué quería. Por alguna razón debía afirmar
su voluntad de primado a como diese lugar. Parecía perseguir que desapareciera no
sólo el proyecto de partido de trabajadores, sino incluso el PSP como entidad formal.
El debate del 82 seguramente lo forzó a aceptar que el PSP permaneciera como
cascarón formal, sin que creciera como fuerza real de la clase obrera, y lo representara
acaso Carlos Gallisá u otro, mientras él conversaría en privado con personalidades de
la élite independentista y del Partido Popular sobre el imaginario gran movimiento
nacional.
Para el grupo adepto a Mari hacer el partido era demasiado complejo y ambicioso,
y hacer el socialismo era mil veces más complicado todavía, más aún por lo que la
prensa informaba sobre las crisis en la Unión Soviética, Polonia y otros estados
adscritos al socialismo. Para nuestro grupo, en cambio, el socialismo era un proceso
histórico y por tanto problemático; sus experiencias debían discutirse colectiva e
informadamente, justamente para elevar la calidad del socialismo.
Adviértase que la facción disidente, si se le llamara así, era la de Mari. En el grupo
opuesto defendíamos el programa y el reglamento, que Juan quería subvertir y
eventualmente destruyó. Pero en la imaginación –y la visión de mundo– de muchos
miembros del PSP se veía al revés, como si la posición de Mari fuese la oficial, pues
necesariamente representaría la organización sólo por ser él, aunque intentara burlar
sus organismos y documentos constitutivos. Se exponía, de paso, el escaso valor que
el secretario general asignaba a la democracia socialista y la dilucidación colectiva de
las cuestiones.
Operaba el fenómeno del caudillismo, en que la gente sigue ciegamente al
portavoz que ha representado públicamente el ideal y armonizado las diferencias entre
sus seguidores. El líder puede convertir su prestigio en poder individual o fuerza
faccional. Base del caudillismo es a menudo la función paterna que el caudillo ha tenido
en la formación personal, intelectual y psicológica de los acaudillados, al menos en
algún momento de su crecimiento. En torno al caudillo el grupo reproduce una visión
de mundo y lazos personales y familiares, protege su zona de confort simbólico y
emocional, e insiste en formas de política y en mitos, lenguajes y discursos que dan
significado a su microcosmos.
Se ponía de manifiesto la compleja cuestión de cómo crear una nueva sociedad,
si aun en aquel reducido círculo de gente había tanta dificultad para llevar a la práctica
los ideales y la estrategia. Si un grupo principal de la causa se conducía así, entonces
valía preguntarse qué cosa serían concretamente el socialismo y la independencia. Una
política nueva debía ir más allá de la representación formal o del impulso caprichoso;
tenía que transformar la cultura a partir de la vida presente, sin esperar por algún lejano
futuro idealizado. Una fuerza que aspire a regir políticamente debe tener ascendencia
moral e intelectual.
En octubre de 1982 un congreso del PSP finalizó la controversia y refrendó la
posición de Mari. (Se organizó calculadamente, para dar espacio a simpatizantes
distantes del trabajo de base que fueran sólo a votar y asegurar la derrota del grupo
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opuesto a Juan, que de todos modos era minoritario.) La asamblea declaró que la
independencia nacional sería prioridad, como si proclamándolo avanzara un ápice, y
como si la importancia de la independencia hubiera estado cuestionada y debiera
reafirmarse. La asamblea aprobó textos escritos por Mari que aludían a comunistas en
otros países que habían luchado por la independencia, omitiendo demagógicamente
que triunfaron porque comandaban potentes partidos de masas trabajadoras. El grupo
ideológico de Mari Brás se mantuvo en firme control de la directiva y del periódico.
Nuestro grupo había previsto que algo así ocurriría. Supusimos que, como quiera,
moralmente ameritaba hacer los planteamientos que hicimos, y que la cuestión se
discutiera y resonara entre el pueblo en lo posible. Creo que aquel debate del PSP
contribuyó a algún enriquecimiento intelectual al menos entre gente interesada en
esfuerzos de izquierda, sindicales, comunitarios, ambientalistas, femeninos, y demás.
Muchos de quienes habíamos reclamado el principio del partido de los
trabajadores abandonamos el PSP. En 1984 publiqué en forma de libro un trabajo que
hice para una clase de historia de la universidad, El fracaso del proyecto PSP de la pequeña
burguesía. Por su parte, Mari también abandonó el PSP y se dedicó a pequeños grupos
independentistas de corte tradicional; era quizá lo que desde hacía tiempo quería. El
PSP tardó once años en disolverse formalmente, languideciendo en el espacio
independentista.
3.
El Partido Socialista Puertorriqueño resultó de una transformación del Movimiento
Pro Independencia (MPI), fundado en 1959. A lo largo de los años 60 el MPI destacó
cada vez más en la política de Puerto Rico, y también entre los puertorriqueños de la
zona de Nueva York. Al comenzar la década de 1970 las simpatías populares hacia el
MPI habían aumentado velozmente, así como la radicalización ideológica de la
organización. Una influencia principal era, desde luego, la Revolución Cubana, uno de
los acontecimientos más importantes del siglo XX.
Muchos habíamos admirado a Mari Brás –en mi caso desde los años de escuela
secundaria– por su valentía y verticalidad frente a las autoridades coloniales, las que
siempre han encubierto una gran violencia e inmoralidad. En los años 60 Mari fue
blanco de atentados terroristas; en la prensa colonialista era objeto de incesantes
difamaciones y símbolo del supuesto “Castro-comunismo”. Su demonización
mediática, a menudo ridícula, respondía al crecimiento del MPI, del que Juan era
portavoz principal. El MPI avanzó especialmente con su denuncia de las elecciones
coloniales. En 1968 llamó al boicot electoral, con un efecto aún más masivo que en
- Más peculiar era que para el MPI participar o abstenerse de las elecciones era
una cuestión táctica, o sea, cuya conveniencia se medía con relación a la estrategia, o
meta de largo plazo. No era cuestión de principios abstenerse, como para el Partido
Nacionalista; y tampoco participar, como para el Partido Independentista
Puertorriqueño (PIP).
Esta aproximación indicaba una madurez y un razonamiento sistemático. Más
exactamente, sugería las ideas nada menos que de Lenin, el mundialmente
emblemático pensador y revolucionario marxista ruso. No era casualidad, pues uno de
los líderes principales, fundador del MPI y de Claridad, César Andreu Iglesias, había
sido un cuadro del Partido Comunista Puertorriqueño (PCP), al cual había ingresado
en 1936. Fundado en 1934, el PCP –emparentado con el Partido Comunista de
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Estados Unidos– llegó a tener ascendencia entre los trabajadores, como se vio por
ejemplo en una gran huelga de muelles en 1938. A partir de 1940, sin embargo, el PCP
se subordinó al auge del Partido Popular Democrático, en correspondencia con el
respaldo de los comunistas estadounidenses al gobierno de F.D. Roosevelt, a su vez
aliado con la Unión Soviética en la segunda guerra mundial. Algunos comunistas se
unieron al MPI.
Novelista y analista, periodista y columnista, Andreu Iglesias escribió en los 60 las
partes medulares, o mayoritarias, de bastantes documentos del MPI, sobre todo los
programáticos, llamados tesis políticas. Las tesis mostraron cada vez mayor precisión
y arrojo, insinuando la huella del razonamiento dialéctico del marxismo y del
leninismo. Abordaban cuestiones de economía y sociedad puertorriqueña,
organización, elecciones, estrategia, violencia, frentes, y relaciones internacionales.
Fueron una hoja de ruta y una muestra de progreso del independentismo boricua;
trazaban una visión estratégica fundada en análisis sobre el país y el mundo.
En Nueva York y otras ciudades norteamericanas el MPI crecía y se activaba en
luchas comunitarias. En Puerto Rico destacó en luchas que abarcaron diversos sectores
sociales y protestaban contra abusos extremos, por ejemplo, la pretensión de abrir
minas enormes de cobre en la región de Utuado, Lares y Adjuntas, que llevarían a
efecto compañías norteamericanas. Desde los 60 hasta principios de los 70 el MPI y la
Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI) –fundada en 1956–
movilizaron jóvenes a la zona minera para promover una resistencia de las
comunidades contra aquel crimen ambiental potencial. Se formó una amplia alianza
que incluyó científicos, ambientalistas, religiosos y grupos independentistas,
izquierdistas y del Partido Popular.
El MPI difundió algo que era cada vez más común y se ha instalado como rasgo
puertorriqueño: las protestas callejeras, los piquetes y las marchas: el reclamo de
derechos mediante el grito colectivo, especialmente en espacios urbanos. Las protestas
crecían entre trabajadores y comunidades oprimidas; en Nueva York y otras zonas eran
parte del auge de las luchas de clases y étnicas en Estados Unidos durante los años 60.
(En los 60 y principios de los 70 hubo sucesivas marchas multitudinarias desde Río
Piedras hasta el Viejo San Juan, especialmente contra el servicio militar obligatorio. Al
pasar entre los edificios altos de Hato Rey y Santurce con su estruendo y sus enormes
banderas y pancartas, las empleadas y empleados saludaban y aplaudían desde sus
oficinas, y lanzaban confeti.)
Las protestas contra el militarismo crecieron en correspondencia con el aumento
de la inaudita agresión norteamericana contra Vietnam. Desde los años 40 Puerto Rico
estaba saturado de bases militares; la más grande y notoria era Roosevelt Roads, que
abarcaba Vieques, Culebra y Ceiba, donde la Marina hacía prácticas de bombardeos y
desembarcos. Puerto Rico era objeto de experimentos de armas químicas, como agente
naranja. La FUPI, que pronto se hizo hermana del MPI, combatía la presencia del
instituto militar norteamericano ROTC en la Universidad de Puerto Rico (UPR). La
lucha estudiantil logró que el ROTC dejara de ser compulsorio; las protestan
aumentaron a lo largo de los 60. En 1969 los estudiantes, encabezados por la FUPI,
quemaron el edificio de ROTC en el recinto de Río Piedras. Se sucedieron las
confrontaciones. Los debates masivos en la UPR –en cuyo recinto de Río Piedras había
más de 60 mil estudiantes– interactuaban con otras agitadas discusiones del país, sobre
todo en torno al problema colonial. El 11 de marzo de 1971, durante un motín, desde
la masa estudiantil se produjeron disparos que dejaron muertos al jefe de la fuerza de
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choque y otro agente de la policía (la cual había entrado al recinto disparando), un
hecho insólito quizá en toda América. Después se desencadenó una vasta represión
contra estudiantes y jóvenes durante meses. El cuartel del ROTC fue trasladado al otro
lado de la avenida Barbosa.
Una campaña más extensa fue contra el servicio militar obligatorio. Los jóvenes
eran forzados –so pena de cárcel– al ejército y las guerras de Estados Unidos. Estaba
fresco el recuerdo del oprobioso reclutamiento de puertorriqueños para la guerra de
Corea, entre 1950 y 1953, contra el cual el Partido Nacionalista había protestado. El
MPI y la FUPI se lanzaron por los pueblos a promover comités contra el reclutamiento
y llamaban los jóvenes a negarse al ejército; surgió un frente amplio. Gestionaban
ayuda legal, recogían fondos, contactaban personalidades, organizaban espectáculos,
movilizaban recursos en Estados Unidos, y realizaban mítines, piquetes y marchas.
Estas actividades asentaron la presencia pública del MPI. La campaña contra el
reclutamiento militar ponía al MPI en contacto con muchas familias puertorriqueñas
a través de la Isla, lo acercaba a la juventud, y le permitía perfeccionar sus medios de
información y propaganda y educar acerca de las causas de la guerra y la propia historia
puertorriqueña. Junto a ella además crecía la circulación de Claridad.
La campaña contra el reclutamiento militar tenía parecidos con movimientos
populares de Estados Unidos, por ejemplo, por la vivienda y otros servicios básicos
en Nueva York, entre los puertorriqueños y otros grupos. También se parecía al de los
afroamericanos por los derechos civiles. Era un gran espacio civil y moral de oposición
al estado en que las colaboraciones tenían múltiples formas. Destacaban las
aportaciones de sectores religiosos y otros que ampliaban el radio de influencia. El
núcleo organizador entrenaba los activistas en comunicaciones, finanzas, publicidad,
periodismo, educación, organización de actividades, apoyo legal, y resistencia y defensa
frente a la represión policiaca. Miles de jóvenes puertorriqueños se negaron a ir a
Vietnam y quemaron sus tarjetas de reclutamiento en actos públicos, notablemente en
la celebración del Grito de Lares.
Eran movilizaciones dirigidas a protestar contra políticas del estado y ejercer
presión. No pretendían sustituir al estado, derrocarlo, ni imponer un poder
revolucionario. Dado el carácter inflexible, básicamente irreformable, de la
dominación norteamericana en Puerto Rico, las luchas puertorriqueñas han tendido a
reducirse a denunciar los atropellos. Adviértase que la protesta –aunque sea armada–
indica falta de poder de quien protesta, con relación a quien efectivamente tiene el
poder. Deja ver debilidad relativa, aunque a la vez fuerza, si se articula a un movimiento
estratégico. Algunas campañas de protesta consiguen en alguna medida lo que buscan,
más comúnmente detener o posponer planes demasiado onerosos. A causa de la
presión popular, el gobernador Sánchez Vilella nunca firmó los contratos para la
explotación de las minas de cobre (a pesar de que Muñoz Marín lo presionaba para
que firmara); después el gobernador Ferré desechó el plan minero. Un superpuerto
petrolero en Aguadilla que la administración de Hernández Colón planeaba a mediados
de los 70 fue afortunadamente desechado gracias a la presión de masas, que sobre todo
movilizó el PSP. La Marina salió de Culebra gracias a la lucha de los culebrenses con
apoyo del PIP –cuyos líderes fueron presos por los desafíos– y otros grupos. A la
protesta de los pescadores y la comunidad de Vieques en los años 70 se unieron el PSP
y demás grupos de izquierda. Las movilizaciones crecieron cada vez más. La Marina
eventualmente salió de Vieques y Ceiba, en 2003. Fue un triunfo de la gigantesca
movilización, que incluyó políticos del PNP y el PPD.
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Algunos triunfos respondieron en parte a que sectores del estado coincidían con
los reclamos de las protestas. El servicio militar obligatorio terminó una vez Estados
Unidos abolió la ley de reclutamiento en 1973; era masiva la negativa de los jóvenes
norteamericanos a ir al ejército, y los vietnamitas estaban ganando la guerra. En la
salida de la Marina de Vieques influyó que sectores de Washington, especialmente la
agencia ambiental federal, se oponían a la terquedad de la Marina, que por arrogancia
insistía en mantener la base, aunque fuera obsoleta respecto a la nueva tecnología
militar.
4.
El auge de las protestas de masas y sus vínculos con el radicalismo patriótico hicieron
que el MPI se llamara a sí mismo “vanguardia”. Era un eco de escritos de Lenin, que
dicen que en circunstancias dadas una clase social o un partido es, o debe luchar por
ser, la vanguardia de un movimiento social; o sea, la fuerza que imparte dirección e
impulsa hacia adelante. De aquí el concepto de que el partido proletario debe luchar
por hacerse vanguardia del conjunto social. En los 60 el MPI se proclamó “vanguardia
patriótica” de Puerto Rico y, desde los últimos años de la misma década, “vanguardia
revolucionaria”.
La primera frase correspondería a que unía la causa anticolonial a las luchas
socioeconómicas de las clases populares. Así había contribuido a un nuevo espacio
político de movilización de masas que trascendía, y a veces se oponía, a la política
electoral, e infundía un contenido nuevo al independentismo. “Vanguardia
revolucionaria” correspondería en parte a que en 1967 el MPI organizó una estructura
de entrenamiento político-militar, que continuó en el PSP, de modo que la protesta
fuese también armada. Por cierto, en los 60 aparecieron varios grupos clandestinos de
distinta duración, incluido el Movimiento Independentista Revolucionario Armado
(MIRA). El ambiente contó además con variados grupos marxistas leninistas, y con
tendencias radicales entre los obreros.
Se sucedían huelgas y protestas de trabajadores y crecía el ingreso de obreros en
uniones. En diversos talleres y agencias surgieron sindicatos puertorriqueños en lugar
de los estadounidenses. En tanto la economía isleña se integraba a la norteamericana,
los precios se acercaban a los de Estados Unidos, de manera que los salarios se
reducían; el alto costo de vida era intolerable. Las luchas obreras hacían subir los
salarios, lo cual eliminaba un incentivo importante con que el gobierno de Puerto Rico
atraía compañías estadounidenses: salarios bajos. El sistema aliviaría estas
contradicciones años después mediante la emigración, transferencias de fondos
federales, y el ascenso de la deuda pública y privada, es decir, mecanismos deficientes
que, además, generaban nuevas contradicciones.
A la radicalización contribuía el desplazamiento de comunidades pobres de gente
que migraba del campo por la ruina de la agricultura. Las familias que se instalaban en
la zona metropolitana y formaban comunidades eran luego desplazadas sin piedad por
los desarrollos urbanos que la banca y empresas estadounidenses promovían, para
colmo con poca planificación, lo cual agravaba el ya grande problema de escasez de
vivienda entre los pobres. El MPI, el PIP (sobre todo su juventud universitaria, buena
parte de la cual sería expulsada en 1973 por el bando de Rubén Berríos) y agrupaciones
socialistas, estudiantiles y cristianas se vincularon con estas comunidades y sus rescates
de terrenos, contra los cuales se lanzaba la violencia de la policía y los tribunales.
11
Literaturas independentistas y marxistas, por ejemplo Claridad, eran bien acogidas en
estas comunidades y muchas otras barriadas.
El protagonismo de las capas populares implicaba la negritud y mulatez de la gran
mayoría de la sociedad boricua, y trajo críticas directas e indirectas a los grupos blancos
y profesionales que encabezaban el independentismo y el MPI, con sus gestos y
discursos de retórica patriótica tradicional. Implicaba además una vasta economía
informal. No tardó en aparecer la cuestión de vincular la actividad revolucionaria
armada a los pobres y sus caseríos y barrios. Estas tensiones propiciaron tendencias
dentro del MPI que cuestionaron la práctica de la organización y el liderato, como las
que representaron en diferentes momentos Ana Livia Cordero y Juan Ángel Silén. Más
adelante Narciso Rabell, Filiberto Ojeda Ríos y otros renunciarían al MPI reclamando
mayor radicalización y consistencia.
Pero los conflictos internos del MPI tendían a reafirmar el liderato, y a que éste
llamara a la base a una mayor cohesión. El MPI ascendía con fuerza. En el proceso
empezó a incluir rasgos del socialismo estalinista que los líderes emepeístas suponían
“leninistas”; por ejemplo, la idea de un “partido monolítico” –i.e. de piedra y una sola
pieza– sin fisuras ni diferencias o tensiones, excepto las matizaciones que refrendara
la dirección. Se hacía común un culto a la “práctica”, la actividad física de los militantes
de base para implementar las instrucciones de arriba.
A la vez, en el MPI se produjo algo que se expandió en tiempos del PSP, una
especie de democratización cultural e intelectual, por la interacción entre gente de
distintos grupos sociales unida por el programa revolucionario, la discusión política y
el trabajo práctico. Alguien con estudios y grados universitarios no tenía que saber
“más” que alguien con menos escolaridad; se sobrentendía que cada cual acumulaba
conocimiento según su experiencia y su vida, y todos podían enriquecer un tesoro
común, y aprender del otro. No se eliminaban las tensiones sociales entre los grupos
–incluida la que emanaba de la hegemonía independentista tradicional– pero fue un
momento cultural excepcional, pues prevaleció una solidaridad, y la cooperación en
vez de la competencia, entre clases medias educadas y clases de salarios bajos y
economía informal. Quizá fue una de las experiencias más distintivas y oxigenantes de
los 60 y 70.
Sin embargo, estaba la cuestión de que el movimiento de liberación debía integrar
el intelecto especializado y entrenado académicamente para abordar la complejidad de
la sociedad y del ambicioso proyecto de un país independiente. El MPI y el PSP
incluyeron académicos y científicos, pero, habida cuenta de que nunca se puso en
marcha el partido obrero, se quedaron muy cortos con relación a la importancia
estratégica de unir el movimiento, orgánicamente, a intelectuales de las ciencias
naturales y sociales, tecnologías, humanidades, educación, y demás. La cuestión incluía
que los jóvenes en escuela secundaria y universidad no sacrificaran sus estudios por el
activismo independentista, lo cual era común, y visto a menudo con indiferencia,
incluso anuencia, en el MPI-PSP y la FUPI y sus dirigentes.
Ahora bien, el MPI realizaría trabajo político entre la clase obrera para comunicar
a los trabajadores los beneficios de la independencia de Puerto Rico y convencerlos.
Para el MPI la clase obrera sería la “base social de la independencia”. No buscaba
meramente llevar la palabra y predicar, sino crear grupos para avanzar en la educación
política de modo que su influencia se ampliara, y unir las resistencias de los obreros
contra el patrono a una perspectiva revolucionaria. La educación política sería además
práctica, por ejemplo, en acciones de sabotaje, como se vio en la huelga de la General
12
Electric en 1969-70. De las relaciones de confianza que surgieran de esta interacción,
el MPI reclutaría los trabajadores más dispuestos.
Había sin embargo varias cuestiones. Si bien era razonable suponer que la
independencia interesaría a los obreros, era necesario apreciar el grado de integración
entre Puerto Rico y la sociedad y economía norteamericanas, que se confirmaba en la
vida concreta de esos obreros, y en los años 60 aumentaba rápidamente. Más aún,
estaba la interrogante de cómo crear relaciones con la clase obrera más allá de los
conflictos y sabotajes; cómo acercar trabajadores a la causa política en tiempos de paz,
y no sólo de guerra. También, el enunciado de que la clase obrera sería la base social
de la independencia decía poco. La clase obrera siempre ha sido la base de la sociedad,
ya que produce los bienes y servicios con que se reproducen todos los países. Algo
diferente sería reclamar que la clase obrera dirija la sociedad, como después hizo el
PSP.
5.
No es poco el mérito del MPI por haber incorporado a su práctica el análisis de la
sociedad, y de ahí hacer las proposiciones políticas. Pero algunos análisis del MPI
evadían hechos sociales que afectaran los presupuestos independentistas. Por ejemplo,
señalaban que la clase obrera era industrial. Era cierto, pero también lo era que Puerto
Rico estaba muy lejos de ser un país industrial, como lo sería si hubiese formado
medios de producción industriales propios. Más bien era un sitio de inversiones de
compañías estadounidenses que instalaban fábricas, atraídas por la exención de
impuestos y otros incentivos que ofrecía el gobierno criollo. Muchas fábricas estaban
en la Isla algunos años, mientras tuvieran exención tributaria. De modo que la clase
obrera puertorriqueña vive una situación incierta. Desde fines de los 70 las empresas
industriales estadounidenses han venido cada vez menos, pues han aparecido
incentivos en otros países. También, la dominación monopólica había destruido las
condiciones para que surgiese una clase capitalista industrial boricua.
Eran atinados los señalamientos del MPI de que la clase obrera agrícola había
disminuido severamente a causa de la ruina de la agricultura, y que la clase trabajadora
era mayormente joven. Pero de la ruina agrícola y la edad joven de los trabajadores
podía desprenderse que la emigración a Estados Unidos aumentaría grandemente. Las
reflexiones del MPI se sesgaban a favor de la independencia como principio y fin.
Abundaban poco en los problemas de que el imperialismo venía destruyendo los
medios de producción y comerciales criollos, la dependencia de inversiones foráneas
hacía la economía volátil e incierta, y Puerto Rico se sumergía en la economía
estadounidense.
La perspectiva estratégica del MPI era crear una crisis al régimen colonial de tal
magnitud, que el gobierno de Washington concluyera que le convenía irse de Puerto
Rico. En una arraigada cultura colonial era importante destacar que el pueblo podía
ejercer poder, y que el imperialismo también era vulnerable. No dejaba de ser
problemático, sin embargo, que se propusiera una nueva sociedad sólo mediante la
destrucción de la existente, es decir, llevando a la crisis la forma de vivir de la gente,
con poca explicación de qué la sustituiría o cómo se lograría una vida mejor.
No era muy claro, tampoco, cómo sería la crisis del colonialismo. Puede
entenderse que la clase obrera –si aceptaba este programa– haría uso de su poder, por
ejemplo, con paros, protestas, sabotajes y huelgas generales, tal vez especialmente en
13
áreas importantes como los puertos, aeropuertos, el sector petroquímico y el sistema
eléctrico. Quizá el MPI recurriría a acciones armadas contra las empresas
estadounidenses, por ejemplo, bombas incendiarias en grandes comercios y hoteles
para forzar su cierre; y otras de mayor envergadura, como atentados contra bases
militares, agencias de represión y funcionarios del aparato militar y de inteligencia. Uno
puede imaginarse que incluiría también llevar el tema a Naciones Unidas, y cabildear
entre gobiernos y movimientos de otros países. En la ONU los yanquis serían
señalados por el dedo acusatorio de la URSS y su campo, Cuba, y países de Asia y
África recientemente independizados. (China Popular estaba marginada por un
bloqueo comercial y diplomático.) La crisis general en la Isla forzaría a Washington a
ceder su poder, incluso aunque cometiera el error de enviar tropas a Puerto Rico para
aumentar la represión entre la población, la cual respaldaría el reclamo independentista
en medio del desorden.
Parecía un plan que llevarían a cabo cuadros del independentismo en combinación
con agrupaciones combativas de las masas populares, y la clase obrera aceptaría y
pondría en vigor. Pero estaba la contradicción de que la clase obrera sabotee los sitios
en que trabaja y obtiene su salario, y donde compra a diario bienes para la familia.
Podría decirse aquí que la sociedad civil y la cultura de mercado no habían crecido en
los 60 como lo harían después. Puerto Rico estaba marcado todavía por el atraso y las
formas de pobreza que habían dominado la primera mitad del siglo. Eran comunes los
atropellos contra los pobres en la reorganización brutal, que impulsaron los bancos y
el gobierno, de comunidades, el espacio, el suelo y el trabajo. No era inconcebible,
pues, que las masas desataran su ira popular (como se titulaba una publicación marxista
leninista).
Pero habría que trabajar largo y tendido, seguramente durante bastantes años, para
llegar a tales condiciones revolucionarias y a la presunta crisis colonial. Más aún, había
que pensar en construir una economía nacional, pues a lo largo de los siglos en Puerto
Rico se formaron pocos medios de producción, y ahora las inversiones
norteamericanas destruían o se apropiaban de casi todo. Estaba la cuestión de si el
colonialismo estadounidense significaba opresión para los trabajadores, o progreso
social. Podría decirse que ha significado opresión y atraso, pues ha destruido las bases
materiales para un desarrollo nacional puertorriqueño, condenando la población a la
inseguridad, la postración y la emigración, esto es, degradando el potencial de una
comunidad humana, el cual habría que construir de nuevo. Al separar las personas de
su sociedad, reduciéndolas a asalariados que circulan en el mercado en busca de sus
intereses particulares, se les condena a alienación y desajuste.
Por otro lado, los boricuas participan de la riqueza de un país rico. En el mercado
norteamericano tienen numerosas posibilidades salariales (también de empobrecerse).
Su patria difícilmente experimenta una estrategia de desarrollo propio, pero no es falso
que una porción de ellos y ellas puedan desarrollarse, individualmente, mediante el
amplio mercado norteamericano. Desde fines de siglo XX Puerto Rico podría
describirse como una colonia adinerada –dada la gran circulación de dinero y
mercancías– y a la vez pobre.
6.
Todavía está por hacerse una sociología histórica del independentismo puertorriqueño.
Exigiría quizá varias categorías: cultura, ideología, tradición, institución, espacio social,
14
profesión, los símbolos, la psicología, las clases, relaciones de parentesco y familiares,
los géneros, las “razas”, el mundo americano, el mundo caribeño.
Podría distinguirse el independentismo posterior a 1950 del anterior. Ciertos
núcleos duros suyos emanaron de profesionales egresados de la UPR en los años 40,
50 y 60. El independentismo ha girado bastante en torno a la UPR. La universidad
pública ha sido central en la vida boricua, y la lucha popular por el acceso a ella se ha
reiterado durante décadas. En el régimen colonial la universidad no existe en función
de un desarrollo socioeconómico puertorriqueño, pues tal cosa está prohibida. Más
bien forma clases medias, o trabajadores de salarios relativamente altos, cuyo consumo
contribuye a “mover la economía”, al engrosar las ganancias de los comercios –los
cuales a su vez dan empleo a trabajadores de salarios bajos y temporeros–, y pagan sus
deudas a la banca e impuestos al gobierno local. La UPR fue instalada en los primeros
años del siglo XX para servir al imperialismo norteamericano, fuese como propaganda,
dirigida a Latinoamérica y Europa, de su rol supuestamente civilizador; o para cooptar
los intelectuales boricuas y educar la población sobre bases colonialistas.
Desde los años 40, después de dar acceso a las masas populares, la UPR
reprodujo camadas de intelectuales entrenados, muchos de ellos con inclinación
patriótica, y por otra parte al estudiantado como grupo social importante del
independentismo. La gran huelga universitaria de 1948 ocurrió en el contexto de la
represión contra Albizu Campos y del debate entre los colonialistas sobre la función
que tendría la UPR. Mari Brás fue un dirigente estudiantil de aquella huelga;
seguramente en 1959 trajo al MPI sus formas organizativas y políticas: irrupción de la
energía juvenil en la política, asambleas y comités en los pueblos, medios de difusión
originales, uso de la prensa y los medios comerciales, toma de espacios públicos y
urbanos, mítines y proselitismo a través de los pueblos, cuestionamiento de las leyes
coloniales, y desafío abierto y espectacular a las autoridades.
Crecientemente compuesto de jóvenes de clases trabajadoras y pobres, el
estudiantado estimuló el independentismo; esta función suya aumentó grandemente
en los 60, sobre todo bajo liderato de la FUPI y otros grupos estudiantiles
independentistas, especialmente en la lucha contra el ROTC. Por algunos años el
estudiantado incluso pareció el grupo principal, o dirigente, del independentismo
radical.
Obsérvese que la actividad de la FUPI y el MPI-PSP giró en torno al recinto de
Río Piedras de la UPR, a pesar de que el recinto de Mayagüez cobraba cada vez más
importancia. Desde mediados de los 60 la ciencia y la tecnología que se producen en
Mayagüez, y en las divisiones de ciencias naturales de otros recintos, son dirigidas, casi
en su totalidad, a nutrir el capital estadounidense. Las investigaciones científico-
tecnológicas van hacia las industrias de computadoras, digital, microelectrónica,
automotriz, de energía, farmacéutica, aeroespacial, militar, biomédica, química, etc. A
menudo reciben premios y reconocimientos en Estados Unidos.
A pesar de que las ciencias naturales y tecnologías serían de importancia crucial
para la economía y productividad de una hipotética república de Puerto Rico, los
grupos independentistas –dados a la retórica y las letras– concentraron su actividad en
Río Piedras y en las áreas de ciencias sociales, humanidades, educación y derecho. El
núcleo productivo principal de la UPR, el de ciencia y tecnología, fue cooptado por
los partidos e ideologías más colonialistas (estadistas, derechistas, etc.), e incluso por
grupos identificados con el militarismo y guerrerismo del imperialismo
norteamericano. Estos grupos contribuyeron a una tradición que ha opuesto
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artificialmente la ciencia y tecnología a los estudios humanistas y de sociedad y cultura
y a los movimientos antimilitaristas e independentistas. Por años la derecha anexionista
se apropió, burocrática y sectariamente, del recinto de Mayagüez. El PNP ha ido
controlando gradualmente el conjunto de la UPR.
Aunque el país se sumía progresivamente en la sociedad y el control de Estados
Unidos, muchos en el MPI consideraban que la independencia avanzaba. Era análogo
a como muchos puertorriqueños creyeron que Puerto Rico había logrado una
autonomía con la creación del ELA en 1952, aunque iba en sentido contrario. Luce
que una parte de los independentistas pensaba, o sentía, que el ELA acercaría el país a
la independencia y lo alejaría de la integración a Estados Unidos. Esta sensación era
común por el alto valor que los independentistas atribuían al sistema escolar y a la
UPR, con cuya expansión se asociaba al ELA. Pero Puerto Rico se estaba anexando
socioeconómicamente a Estados Unidos más que antes. Las inversiones
estadounidenses se dispararon a partir de los años 50, y se integraban estrechamente
con la vida civil y familiar. En algunas instancias la “puertorriqueñización” del aparato
educativo cobraba contenido alternativo y real, como resultado de la labor tesonera de
educadores con sentido patriótico, pero en gran medida significó cada vez más que los
educadores, empleados y administradores boricuas traducían las prácticas y reglas
burocráticas del sistema educativo estadounidense al español y a los códigos culturales
criollos. Entre otras cosas, deben ajustar las generaciones jóvenes al mercado de
trabajo de Estados Unidos.
El MPI suponía ser vanguardia de un espacio que presuntamente crecía y se
acercaba a tener carácter revolucionario; los grupos independentistas entraban en
intensas discusiones como si sus relaciones, diferencias o intentos de unidad decidieran
de por sí la suerte de Puerto Rico. Pero las inversiones financieras, comerciales e
industriales norteamericanas crecían de forma colosal, de modo que el
independentismo acaso crecía en términos absolutos, no así relativamente a la realidad
circundante. Aumentaban velozmente el crédito y endeudamiento, los centros
comerciales, mercados de casas y automóviles, expresos, los medios de comunicación
y publicidad, y los supermercados.
De ahí la reducción severa de los votos del PIP en 1956 –algo que en parte
provocó que se creara el MPI– luego de dicho partido haber ascendido a segundo lugar
en 1952, dos años después del levantamiento nacionalista y cuando las nuevas
inversiones estadounidenses sólo comenzaban. No significa que lo económico
asegurara el fracaso de la visión revolucionaria del MPI, pues la política podría lograr
una autonomía, pero estaban planteadas cuestiones cruciales.
El PSP heredó el fenómeno del independentista marginado, que se remitía a
pasiones, literaturas, puntos de referencia, en fin, una moralidad ajena al sentido
común circundante, y legitimado en su aislamiento y su grupo ideológico por el
deterioro de la sociedad y economía coloniales (desde la óptica de un desarrollo
nacional puertorriqueño, no del capital). Esta brecha entre los independentistas y los
otros nutría un ánimo de rebeldía y justificaba las ansias radicales y revolucionarias, a
la vez que representaba un problema histórico para las fuerzas anticoloniales.
7.
El independentismo radical lo era por su continuidad con el nacionalismo de Albizu
Campos y, en menor grado, por su disposición a adherirse al marxismo, gracias a la
16
influencia de la Revolución Cubana entre otros factores. En gran medida su firmeza
moral e intelectual nacía de su admiración por la gesta nacionalista. La asombrosa
disposición nacionalista al sacrificio y la inmolación había respondido a una formación
socioeconómica que el imperialismo destruía; quedaba atrás el Puerto Rico de las
primeras décadas del siglo XX, marcado todavía por el mundo criollo, agrícola y
comercial formado bajo España y después bajo hegemonía del azúcar. El albizuísmo
no pudo poner en vigor una estrategia insurreccional, pero denunció el impacto
disolvente del colonialismo en la economía y sociedad de Puerto Rico, y al hacerlo fue
objeto de una represión implacable.
La moralidad que dio cohesión al MPI, pues, era radical a la vez que miraba hacia
el pasado. Era transgresiva y a la vez conservadora, progresista y a la vez nostálgica,
política y desafiante y a la vez familiar y parroquial. El MPI se nutría de lazos familiares
y viejas relaciones de amistad, profesión y compadrazgo. Tradiciones y rituales
reiteraban una crítica moral a la forma de vivir circundante; memorias y nostalgias
proveían pegamento a la esperanza.
Alguien ha dicho, un poco en broma, que el independentismo se reproduce más
biológicamente que políticamente, pues una serie de familias en distintos municipios y
barrios han sido cruciales en la reproducción de sus principales ramificaciones. El MPI
y el PIP se daban al proselitismo, pero tendían a regresar al espacio “natural” de sus
viejos lazos de lealtad íntima. Una consecuencia ha sido que, en cierto sentido, la
educación política del independentismo ha consistido en estudiarse a sí mismo. El PIP
sigue girando bastante en torno a sus núcleos históricos en la Isla. El MPI, en cambio,
cedió al efecto de su propio proselitismo y se vinculó más con las masas populares, a
las cuales estimuló y radicalizó. De aquí su autopercepción de vanguardia de una nueva
lucha de independencia.
Por tanto, fue importante la transformación del MPI en PSP en 1971. No fue
tanto una transformación ideológica y práctica como de nombre y textos
programáticos, pero estas cosas a veces pueden anunciar cambios mayores. Que ahora
se llamara socialista indicaba que formalmente la independencia no era el punto de
referencia principal. El socialismo es un concepto universal, y una aspiración y filosofía
internacional. Se refiere a un sistema global, a la relación del ser humano con su
organización social y la naturaleza, y a las posibilidades de superación de la humanidad.
La clase obrera, pues, no sería sólo base social de la independencia, sino, mediante la
ideología socialista, la clase dirigente de una gran alianza para reorganizar el conjunto
social y económico.
El grupo ideológico con el cual he identificado a Mari Brás aceptó esto en 1971.
Sin embargo, faltaba dar otros pasos. El microcosmos patriótico del cual el MPI había
sido núcleo, con sus sistemas simbólicos y de lealtades y su hegemonía de
profesionales, tendría que ceder a la cultura popular de sectores obreros,
acostumbrados a la opresión y mediocridad del trabajo asalariado y al sometimiento
del propio tiempo y la propia libertad al poder de otro. Gradualmente los puntos de
referencia del viejo patriotismo se harían relativos, y quedarían atrás sus retóricas y
alcurnias. Puerto Rico no era el independentismo; éste lo representaba sólo en una de
sus muchas y contradictorias formas. Gente “nueva” poblaría ahora la organización.
El PSP debía crear medios de difusión y descubrir caminos para dialogar con las
clases trabajadoras a nivel local, sectorial y general. En 1978 el intento de renovación
del PSP propuso asignar preminencia a la sociedad civil sobre los aparatos de poder y
política en el sentido estrecho de esta palabra. Conllevaba reducir la centralización de
17
la información y de la discusión de diversos temas, a veces monopolizadas por la alta
cúpula en un aire críptico. Implicaba también abandonar la prisa desesperada que
insistía en acciones armadas como significantes de revolución.
Había que hacer la revolución, en el doble sentido de cambio cultural, y de
confrontar la violencia del estado capitalista. Pero estaba por verse cómo se harían
estas cosas. La organización socialista debía partir de una integración intelectual de
grandes masas. Por su conocimiento específico, los trabajadores de cada sector podían
tomar el poder en su trabajo y organizarlo de forma superior a como lo hace el
capitalismo: los de salud podían dirigir los servicios médicos, los de educación las
escuelas, etc. Habría además que pensar nuevas bases económicas del país y acaso
promover empresas boricuas y pequeños negocios para crear mercados internos:
alianzas para una liberación a partir de la auto-sustentabilidad.
La organización obrera socialista era relativamente fácil entre los empleados
públicos, cuya movilización, además, daba la impresión de mucho poder, pues en
Puerto Rico el gobierno era el principal patrono. Reto más grande era organizar
obreros en compañías industriales privadas, especialmente las más poderosas. Como
ellas, sus uniones eran norteamericanas y operaban a veces con ideologías oportunistas
y colonialistas y contra la participación democrática de los unionados.
El PSP redujo la perspectiva compleja de la organización de la clase obrera a una
serie de ecuaciones simples: el partido daría apoyo a huelgas y luchas obreras en los
piquetes, protestas, y mediante atentados armados y sabotajes; mantendría su presencia
política con el periódico e intervenciones en el debate público; influenciaría los
sindicatos; y mantendría alguna educación política, así como su labor internacional y
en la ONU. Entre 1972 y 1976 numerosos militantes se entrenaron en diversos tipos
de atentados y armamentos; expropiación de fondos, armas y materiales; inteligencia y
contrainteligencia, y demás destrezas de la actividad político-militar. Los sabotajes,
dinamiteros y otros, se sucedieron intensamente entre 1972 y 1976, especialmente en
torno a conflictos huelgarios. Distinto a lo que el gobierno alegaba, no era el PSP quien
usaba los dirigentes de uniones obreras, sino a veces éstos al PSP, el cual en ocasiones
parecía una especie de división especializada en sabotajes que la unión no hacía, pero
aprovechaba.
La circulación de Claridad crecía rápidamente –fue diario en 1975 y 1976– así
como la Seccional de Estados Unidos y los núcleos en la Isla. Como hubo que recoger
miles de firmas e inscribir al partido para las elecciones de 1976 y 1980, las visitas casa
por casa a través del país proveyeron, sobre todo en la primera ocasión, gran cantidad
de contactos de gente simpatizante. Aunque había condiciones formidables, pues, no
se produjo lo esencial: una relación orgánica con la clase trabajadora. Se produjo, sin
embargo, una relación mediática con el pueblo trabajador –por medios legales, ilegales,
artísticos, literarios, etc.– que regó masivamente la voz del socialismo, alarmó al alto
funcionariado colonial y al gobierno norteamericano, y estimuló un sentimiento
patriótico popular que se ha recreado de variadas formas en las décadas posteriores y
persiste hoy.
Después de las elecciones de 1976 el PSP fue escenario de crisis y discusiones
acaloradas. Una causa fue la expectativa exagerada que había tenido el alto liderato
respecto a las elecciones. Mostrando poca madurez política, fue incapaz de apreciar
que 11 mil votos (aparte de los muchos que seguramente les robaron los otros
partidos) para un partido marxista revolucionario, en un territorio colonial
estadounidense atestado de cubanos exiliados rabiosamente anticomunistas con poder
18
e influencia, era un buen logro dentro de las circunstancias, que podía servir para
expandir la organización. Las discusiones fueron exacerbadas por la contradicción
latente entre simular el partido de la clase obrera y empezar a organizarlo en la práctica.
En 1977 una buena cantidad de miembros y simpatizantes se alejó. En 1978 un
congreso adoptó un programa de calidad superior para renovar el esfuerzo socialista,
pero apenas se puso en vigor.
En 1980, la candidatura de Luis Lausell Hernández a la gobernación expresó los
progresos programáticos y a la vez el declive real del PSP. Mari, secretario general,
compitió para el Senado, y Carlos Gallisá, presidente del PSP, para la Cámara. No
fueron electos a pesar de que tal vez Mari y Gallisá esperaban que lo serían, por apelar
a votantes más allá del ámbito radical. Seguramente hubieran sido electos de no ser
por los votos que les robaron los otros partidos, pues el PSP no tuvo suficientes
funcionarios en los colegios electorales.
La de Lausell fue una candidatura especialmente admirable, aunque alguna vez se
dejara sentir entre dirigentes del PSP un cierto ninguneo velado hacia la misma.
Primero, Lausell era un obrero de la Autoridad de Energía Eléctrica que había
desarrollado su conciencia de clase en las luchas sindicales de la UTIER, de la cual
había sido presidente, y en las huelgas y reclamos de esa unión a través de los años.
No había adquirido sus ideas socialistas en la universidad ni en el espacio
independentista, y las había elaborado en la educación política que proveyó el PSP.
Naturalmente, muchos obreros se vieron en él. Su candidatura provocaba una callada
tensión en ciertos círculos del PSP adscrito a viejas tradiciones, si bien confundida en
el habitual cariño y la interacción personal. Segundo, fue muy alta la calidad de su
participación y sus exposiciones a lo largo de la campaña eleccionaria. Lausell se
preparó rigurosamente para los debates e intervenciones; denunció la corrupción de
políticos y funcionarios, y explicó el régimen capitalista colonial, la contradicción entre
el capital y la clase obrera, y la necesidad de impulsar un proceso revolucionario. Tenía
una oratoria emocionante y un discurso certero que combinaba con sentido del humor,
originalidad y sabiduría popular. Tercero, Lausell aceptó la candidatura electoral, y se
dio por entero al esfuerzo, en un momento en que el PSP estaba muy debilitado. En
los años previos muchos habían abandonado el partido. Fue una considerable
reducción en la cantidad de miembros que llevaran el mensaje socialista durante la
campaña electoral y mantuvieran la circulación del periódico. La disminución en la
actividad y entusiasmo del PSP se reflejó en que Claridad dejó de ser diario en 1977.
En 1980 Lausell obtuvo 5 mil votos, 6 mil menos que Mari en 1976. En la primera
ocasión el partido estaba en ascenso; en la segunda, en descenso, y aún con menos
funcionarios de colegios electorales. De cualquier modo, no eran cantidades a
despreciar; pero el propio liderato las vio como fracasos.
Así, muchos admiraron el esfuerzo y calidad de Lausell, pero sintieron aquella
campaña electoral como un preámbulo de la muerte del partido que el candidato
apasionadamente proponía.
8.
Durante los años 60 Mari Brás había impulsado con pasión e ímpetu la organización
del MPI a través de la Isla y en Estados Unidos. Había sido una afortunada “garrocha”
que empujaba a otros líderes emepeístas para que se involucraran en las tareas
prácticas. Había sido organizador principal del MPI y era un buen comunicador. Sobre
19
todo, en la oratoria confrontaba y desmantelaba el universo colonial de mentiras y
miedo, algo que encendía la pasión de la juventud, especialmente en la universidad.
Asimismo, Mari se entregó auténticamente a organizar el PSP. Tiene el mérito de
haberse puesto a aprender la teoría comunista, a principios de los 70, después de
haberse ubicado toda la vida en el independentismo tradicional y el nacionalismo. Su
esfuerzo fue cierto durante unos años, si bien su marxismo fue limitado y efímero.
Vale recordar las excelentes intervenciones de Mari Brás en los debates electorales de
1976, cuando fue candidato a gobernador por el PSP. Fue candidato, adviértase, sólo
meses después de que su hijo Santiago fuera asesinado, uno de los crímenes más viles
y horrendos de la historia de Puerto Rico, que las circunstancias, la lógica y el
conocimiento fuerzan a adjudicar al aparato de represión estadounidense. No es difícil
sospechar que el asesinato buscaba frustrar la participación en las elecciones de Mari
Brás y de un partido de insistente retórica revolucionaria, que defendía la actividad
armada, y al cual el gobierno veía como un grupo comunista inclinado a las armas,
explosivos, atentados, sabotajes, etc.
El empeño de Mari en los debates electorales para hacer sus explicaciones de
forma tan elocuente y educativa hizo su participación todavía más admirable e
inspiradora. El PSP sabía que las elecciones y la legislatura criollas han tenido
centralidad en la cultura boricua desde el inicio de la ocupación norteamericana en
- Simulan una política nacional y un poder decisional, dentro del aprisionamiento
colonial. Las elecciones son un carnaval; apenas generan cambio alguno y buscan
legitimar la crisis permanente que vive Puerto Rico. Las incidencias y controversias de
esta política inservible, o politiquería como se le dice a veces, contribuyen al folklor
puertorriqueño y su sensacionalismo diario. A la vez, la participación socialista en las
elecciones podía contribuir a la educación del pueblo y acercar muchos trabajadores a
un tipo distinto de política, justamente por la amplia difusión de las controversias
electorales, versus la invisibilidad y aislamiento de los grupos radicales. La presencia
de comunistas en la legislatura podría ser punto de referencia para movimientos
sociales. Su actividad podía ser un gran medio de comunicación masiva, y propiciar
coaliciones fuera y dentro de la legislatura. Esta participación electoral, y legislativa si
se lograra, tendría que insertarse en la estrategia de formar un partido de trabajadores.
Por tanto, en 1976 y 1980 el PSP usó las elecciones en sentido leninista, es decir,
de manera táctica, para aprovechar el acceso a los medios de comunicación,
combinándolos con la militancia en los pueblos, y así difundir sus ideas y la formación
del partido.
Nunca se había visto algo como en aquellos debates electorales de 1976. Fue
realmente estupendo ver a Mari Brás por televisión explicando el capital, la plusvalía y
el imperialismo; proponiendo el poder de los trabajadores en sus centros de trabajo, la
renovación de la agricultura y la socialización de la medicina; exigiendo la salida de las
bases militares y la libertad de los presos políticos; reiterando la solidaridad con Cuba
e invocando al Che Guevara; recordando la supresión de Albizu Campos; defendiendo
el derecho a la lucha armada; asegurando que el partido obrero crecería en la Isla y en
Estados Unidos, e invitando a unirse a trabajadores, jóvenes, y todos los oprimidos.
Los gerentes de la televisora y los censores de los medios noticiosos estarían echando
humo por las orejas: no podían silenciarlo.
Fue estupendo también, y aún más interesante, ver en 1980 al líder obrero Luis
Lausell hacer lo mismo y, nuevamente, imponerse sobre los otros candidatos en los
debates televisados y radiales, por la alta calidad de sus argumentos, la genuinidad que
20
era capaz de transmitir, y el realismo de sus ideas en comparación con las del PNP,
PPD y PIP.
No es fácil, sin embargo, dar el salto cultural y psicológico de una política de
seguidores del líder, quien lo es sobre todo porque habla públicamente, a una política
fundada en instituciones que se basan en la acción colectiva y persisten a través del
tiempo. De esta dificultad trató también el debate de 1982 dentro del PSP. Pues allí se
expresaba el problema mayor de construir instituciones no coloniales, del pueblo
trabajador. Habría que empezar por el criterio propio, la disciplina de estudio, y el
pensamiento independiente unido al proyecto social.
El caudillismo y la concentración de la información y el poder en unos pocos
contribuyeron a que el PSP supusiera que el líder siempre tenía razón, aun cuando
violara reglas adoptadas colectivamente. Sin embargo, cualquier organización puede
existir sólo si sigue los acuerdos con que se constituye. Sobre esto Mari tuvo
históricamente algunos issues. Por ejemplo, en 1970 se lanzó a publicar un artículo en
Claridad respaldando la ejecución de un marino norteamericano en San Juan, a la cual
describió como un “acto de guerra”. Un grupo armado independentista se había
atribuido la muerte del marino, en respuesta al asesinato de la estudiante Antonia
Martínez por la policía el 4 de marzo en Río Piedras.
Una parte de la Comisión Política del MPI, que incluía a Andreu Iglesias y
Norman Pietri, reclamó a Mari Brás que antes de publicar el artículo debió informar
en la Comisión Política, para que la cuestión se discutiera. Juan se negó inflexiblemente
a conceder razón al otro bando. Es claro que había tensiones más hondas. Justamente
por haberlas, parece irrefutable el reclamo de que el cuerpo colectivo discutiera las
cosas importantes antes de una expresión pública, más aún sobre un asunto delicado
y complejo como la muerte del norteamericano. Lo menos que podía pedirse es que
se intercambiaran los diferentes puntos de vista y luego se tomara una decisión, fuese
votar, llegar a un consenso, unos y otros abandonar o permanecer en la organización,
extender la discusión a la militancia de base o al periódico, u otras.
9.
Pero he aquí que meses después, Andreu Iglesias somete a Claridad un breve artículo,
que aludía de forma general a prácticas que pueden impedir el mejor funcionamiento
político; comentaba con ironía las actitudes infantiles que pasan por conducta
revolucionaria. No decía nada extraordinario y llevaba el estilo desenfadado y ameno
de sus columnas habituales. Pero podía interpretarse, o lo podían interpretar unos
pocos entendidos, como una crítica velada a Mari y su grupo, lo cual seguramente era.
Juan insistió en que no se publicara el escrito, o sea, que se censurara. El director de
Claridad en ese momento, Pietri, favorecía que se publicara, y no apoyaba que se
eliminara el derecho a la libertad de discusión. La controversia se alargó. Mari logró el
respaldo de otros en la Comisión Política. El resultado fue la renuncia definitiva de
Andreu y otros al MPI, y de Pietri a la dirección de la organización; o sea, dos de las
principales mentes de la organización, y fundadores de la misma. Desde luego Claridad
no publicó el artículo, el cual fue publicado luego en la revista La Escalera. Meses
después Andreu y Pietri acordaron con el PIP producir un periódico, La Hora, donde
trabajaron entre 1971 y 1973.
Ambos episodios indican una peculiar manera de llevar a cabo discusiones, en que
lo procesal disimulaba la gravedad de las diferencias. No está claro si estas diferencias
21
eran de ideas teóricas, pues desde fines de los 60 era consenso en el MPI el derecho a
la lucha armada de un pueblo sometido, si bien habría que cualificar los usos de la
violencia. Una ambigüedad impedía ver cuáles discrepancias existirían exactamente, y
si éstas eran más bien sobre tácticas, estilos, personalidades, actitudes, o diferencias
generacionales, más que de principios o estrategia. En realidad, el marxismo del MPI
alcanzaba muy pocas personas, y se aplicaba sólo parcial e inconsistentemente. La
organización albergaba evidentes ambivalencias ideológicas; su laxitud programática
propiciaba la disgregación e impartía al MPI un carácter amorfo, aunque éste se
disimulara con la fiereza de las manifestaciones de protesta.
Obsérvese que la primera disputa fue provocada por la negativa de Mari a
reconocer la dirección colectiva, quizá porque sabía que tendría discrepancias con
otros allí, aunque seguramente hubiese prevalecido como quiera. La Comisión Política
era parte de los estatutos reglamentarios del MPI. En 1982 Mari Brás repitió en el PSP
la evasión de la autoridad de los cuerpos colectivos. La segunda disputa resultó de su
insistencia en censurar un artículo perfectamente publicable, que no decía nada
extraordinario. Mari podía publicar un artículo muy discutible, que trataba un tema
espinoso y delicado como la muerte de una persona, sin consultar al resto de la
dirección, pero el otro no podía publicar un artículo corto y sencillo, con el cual podría
simpatizar la generalidad de la gente.
Después hubo en el MPI y el PSP una tendencia a borrar el nombre de Andreu
Iglesias de las narraciones sobre la historia de la organización, si bien fue corregida
parcial y tardíamente, a pesar de que éste había sido fundador y líder del MPI y escritor
de sus documentos programáticos, participado en la fundación de Claridad, y hecho
contribuciones notables. A la vez tendría defectos y contradicciones, como cualquier
otro ser humano. La narrativa oficial ha omitido a muchos otros. Incluso, Claridad y lo
que quedó del PSP impusieron un silencio sepulcral sobre el debate de 1982 y sus
probables significados. Esto contribuyó a que dicha experiencia, así como la existencia
misma del PSP, sean hoy desconocidas en general e incomprendidas por muchos que
fueron militantes entonces.
Ahora bien, las controversias en el MPI sugerían una crisis en cuanto a cómo
relacionarse con las masas populares y sus luchas crecientes, que se radicalizaban y, de
diferentes maneras, reclamaban un instrumento de lucha más avanzado y efectivo. Los
jóvenes más radicales del MPI y la FUPI para quienes Mari era punto de referencia
entendían que el ejercicio de la violencia revolucionaria producía una sensación de
poder y de posibilidad entre las clases populares que contribuía a una liberación mental
de la cultura de miedo y resignación. Esta y otras formas de desafío irreverente
desmantelaban la tradición clasista, jerárquica y colonial. Dicho grupo identificaba
revolución con violencia armada, y suponía ésta el vehículo para que la lucha
independentista creciera y provocara una crisis al sistema colonial.
Pero la labor de formar una organización de masas, y los diálogos en el
crecimiento de esas masas, difícilmente podían sustituirse con la acción armada y el
nivel clandestino. La vida civil se constituía de una densa red de lazos y relaciones
sociales determinadas por la modernidad del capitalismo norteamericano en la Isla y
sus sistemas comerciales y financieros. Un evidente consenso de las masas hacia esta
vida colonial era parte crucial del rompecabezas. Hasta los emepeístas y fupistas
admiradores del atentado en San Juan en 1970 que sintieron que su entusiasmo por la
actividad armada equivalía al estado de ánimo de toda la sociedad, eventualmente
pasaron a otras fases de sus vidas, de tomar en serio la vida familiar y los estudios
22
universitarios, hacerse abogados, profesionales, empresarios, y asalariados si posible
con empleo permanente.
A la vez, sin duda, también había represión, y la preparación en el aspecto ilegal
permanecía como un recurso indispensable. No era cuestión de desechar las destrezas
adquiridas en la actividad armada, como tampoco de idealizarlas. Las mismas
constituían un conocimiento extraordinario que engrosaba el acervo de la política
anticolonial en Puerto Rico. Eran saberes que podían enriquecerse si se insertaban en
el resto de la educación política, en una estrategia de largo aliento para formar un
partido que creciera entre las masas, ajustado a los rasgos culturales y civiles del país.
En efecto, no pocas resistencias populares y obreras del Puerto Rico de los años 60 y
70 exhibían disposición a la violencia, el sabotaje y la acción directa, por ejemplo en
talleres de trabajo y entre estudiantes universitarios y sectores pobres, de forma
organizada y también espontánea. En realidad, siempre ha sido así.
Debe recordarse que el ascenso del MPI y el PSP se debió en buena medida a la
galopante productividad de la fuerza trabajadora que había creado el programa del
gobierno de atraer empresas industriales, comerciales y financieras de Estados Unidos.
Aquel clima de progreso incluyó la expansión de la UPR y de los medios de
comunicación y cultura. Los puertorriqueños desplegaban su capacidad productiva,
intelectual y técnicamente, y contribuían a espacios sociales que parecían nacionales,
aunque la realidad fuese colonial y de creciente integración a Estados Unidos. Como
muchos otros, no pocos socialistas e independentistas creyeron el relato de que Puerto
Rico era un país “desarrollado”, quizá por una inconsciente búsqueda de pensamientos
placenteros que evadiesen la dura realidad. De aquí, probablemente, el sentimiento de
certeza, posibilidad y optimismo respecto a la revolución. Terminada en décadas
posteriores la alta productividad de entonces, la severa crisis de Puerto Rico no debería
llevar a desechar el socialismo, sino, al contrario, a reconocerlo como recurso esencial
para una reconstrucción de la sociedad.
Por otro lado, desde las últimas décadas del siglo XX se produjo un gran salto en
la educación a nivel mundial, y por supuesto en los Estados Unidos, y una consecuente
propulsión de nuevas producciones. La multiplicación de instituciones educativas, y la
ampliación y aumento en número de las disciplinas, junto a nuevas discusiones
multiculturales, han expandido la sociedad civil, la conciencia sobre la cultura, las
identidades nacionales e individuales, y las perspectivas de desarrollo de los países
emergentes. Ha crecido la atención al mundo psicológico, sexual, personal, familiar e
intelectual. Nuevas tecnologías, y después las digitales y la internet, han ampliado la
vida privada e íntima, reduciendo muchas veces las tensiones entre el sujeto y el mundo
social y formando infinidad de nuevas relaciones. Ha crecido una sensibilidad distante
de toda confrontación violenta y del “machismo” con que se asociarían la actividad
clandestina y la guerra. Esta sensibilidad es, además, parte de la nueva fuerza del estado
capitalista, que impregna más que antes la vida civil y anímica y cobra un carácter
transnacional. Podría decirse que la ampliación del mundo privado viene reduciendo
el mundo público y la política (y el socialismo). En el universo estadounidense estos
cambios han acentuado el egocentrismo y el egoísmo, así como el supuesto de que la
historia terminó, de manera que las nuevas generaciones pueden reducirse a su
intimidad y a mirar las redes sociales.
Sin embargo, el estado sigue fundándose en la violencia. El militarismo, la
coerción y la vigilancia se extienden hoy más que antes, mientras aumenta la
desigualdad social. Difícilmente pueden desconocerse la violencia y la guerra en la
23
estructura del mundo, y la necesidad de que los movimientos de las clases oprimidas
usen la violencia, algo que responsablemente exige conocer sus dinámicas y
mecanismos, informarse y entrenarse. La proposición comunista es la única
teóricamente solvente para terminar el estado y las clases, que reproducen la violencia
estructural, pero es obvio lo lejos que está de acercarse a prevalecer.
10.
En muchas partes del mundo había en aquellos años una ebullición de movimientos
nacional-populares y armados. El gobierno de Cuba llamaba a la revolución
latinoamericana. China exhortaba a la revolución internacional y a confrontar la
hegemonía imperialista occidental. La URSS y China hacían circular masivamente
literaturas marxistas en diferentes idiomas. Había resistencias extraordinarias –en que
muchas veces organizaciones comunistas cumplían un rol importante o dirigente– en
Indochina, Suráfrica, Palestina, las colonias portuguesas en África, el mundo árabe, y
entre los afrodescendientes e indígenas de América. Los estados identificados de una
manera u otra con el marxismo abarcaban desde Europa central hasta el Pacífico, y
desde el círculo polar del norte hasta Asia central y Cuba. Adviértase que el
imperialismo norteamericano después logró echar hacia atrás muchos de estos
progresos.
Este ambiente disimuló una inclinación psicológica a la ansiedad y la
desesperación por la “revolución”, como si la independencia de Puerto Rico pudiera
alcanzarse enseguida, y en un instante desaparecieran las densas relaciones sociales que
tiraban en sentido contrario. El debate del MPI en 1970, y después las crisis y
discusiones del PSP en 1977 y 1982, mostraron, como he dicho, un conflicto entre el
grupo que he identificado con Mari, y las corrientes que de diferentes maneras
defendían una organización política fundada en la vida civil, donde se reproduce
cotidianamente la vida social y obrera. La resistencia del sector cercano a Mari a la
paciente organización de la sociedad civil seguramente respondía a un callado temor a
asomarse a una visión indeseada, la de la integración económica y cultural de Puerto
Rico a la sociedad norteamericana.
La inclinación a dar prioridad a la protesta y la propaganda armadas ha sido
asociada a veces al nacionalismo revolucionario albizuísta. Sin embargo, los
nacionalistas dirigidos por Albizu Campos apenas pudieron trazar una estrategia de
revolución, ni ninguna otra. Más bien trataron de sobrevivir a una represión feroz, en
un clima de escasos derechos civiles. Hicieron lo más que humanamente pudieron. El
liderato nacionalista fue preso en cárceles norteamericanas apenas seis años después
de Albizu asumir la presidencia del partido en 1930. Entre 1948 y 1950 los nacionalistas
fueron sometidos a una persecución omnipresente. Cercados y acosados, lanzaron un
levantamiento casi sin recursos –mucha gente del pueblo quería unírseles, pero no
había armas– que más bien fue una denuncia de la destrucción social a que se sometía
a Puerto Rico, y de los planes de disimular el colonialismo con el llamado Estado Libre
Asociado (ELA). El 30 de octubre de 1950 el imperialismo norteamericano y su
gobierno criollo desataron una vasta represión militar y policial que abarcó miles de
puertorriqueños, e incluyó ataques desde el aire sobre Jayuya y Utuado y una masacre
en este último pueblo, delatando el pánico de Muñoz Marín. La de los nacionalistas
fue una gesta heroica; dramatizó que los esfuerzos de los grupos independentistas,
desde los tiempos de Betances y del colonialismo español, habían sido sobre todo para
24
defenderse de la represión y reclamar derechos elementales, operando con pocos
recursos materiales y en ambientes jurídicamente retrógrados.
En cambio, en los años 60, 70 y 80 existían recursos y derechos en amplia medida,
en un ambiente socioeconómico más moderno; en parte existían gracias al sacrificio
de los nacionalistas. Era pues innecesario, e infantil, que el PSP actuara con la
desesperación de quien está asediado, cercado o impedido de hacer política, sin estarlo,
en vez de apreciar las posibilidades de que objetivamente gozaba.
El sector radical que la tendencia de Mari representó en el MPI –y que fue
hegemónico en el PSP por varios años– estaba seguramente guiado por alguna imagen
romántica de ofensiva revolucionaria nacional final. No era precisamente prudente esta
actitud, que evitaba comparar seriamente las fuerzas propias con las contrarias. El
imperialismo podía golpear duro y con crueldad. Dicho sector evadía la cuestión, en
que insisten el marxismo y el leninismo, de formar un movimiento de masas y
transformar la conciencia de las clases populares, e insertar aquí la educación sobre
todas las formas de lucha. Sugería impulsividad, en lugar de estrategia.
Sin embargo, el PSP tenía condiciones para hacer muchas cosas que adelantaran
una nueva política entre el pueblo e influenciaran la cultura del país, combinando sus
considerables recursos en Puerto Rico y Estados Unidos, que ningún otro grupo tenía.
El ordenamiento jurídico que Estados Unidos había impuesto en la Isla se había
mantenido, y se mantiene, básicamente igual al de principios de siglo XX. Era
esencialmente el mismo en los años 30, los 50, u hoy. Lo nuevo en los 70 era que las
relaciones sociales y económicas que habían crecido en los veinte años anteriores
fortalecieron el ambiente de derecho. Desde fines de la década de 1940 venían
expandiéndose rápidamente la productividad, el consumo y la educación. En los 50,
60 y 70 el gobierno de la Isla, aunque su modernidad tuviera un piso falso, imitaba un
estado-nación con mayor fidelidad de lo que lo había hecho antes y lo haría después.
La sociedad colonial incluía amplias clases profesionales, notablemente de abogados,
funcionarios de gobierno, educadores, científicos, administradores y pensadores de
cuestiones legales y constitucionales. La expansión de la conversación pública, la
educación y la vida urbana habían ampliado el poder civil y moral. Aparecían
organizaciones de defensa de los derechos civiles y apoyo legal a los pobres y
perseguidos. Intelectuales y discursos rebeldes –así como ultra-colonialistas–
destacaban en los tribunales, la prensa y la universidad. La UPR había producido
camadas de personas educadas que poblaban espacios sociales, públicos y de gobierno.
Intelectuales puertorriqueños, en fin, se incorporaban al orden legal local, que a su vez
se montaba sobre el ordenamiento jurídico estadounidense instalado en la Isla desde
- Este último incluye una gran dosis de represión, si bien en formas
ostensiblemente diferentes a la represión con escasos límites que en América Latina
aplicaban las clases dominantes contra las clases oprimidas.
El ambiente que crea el consumo en masa –correspondiente a la producción en
masa– reclama una cierta liberalidad, atención al derecho, apertura y “democracia”. La
productividad y el consumo que el sistema espera de las masas en el plano económico
han de darse en un ambiente anímico, moral y comercial correspondiente: difícilmente
en uno de brutal terrorismo de estado como el que se lanzó contra los nacionalistas.
No es que en los 60 y 70 no hubiese represión brutal –aumentaron los aparatos
especializados para aplicarla– sino que había un clima legal y cívico favorable a la
discusión política, incluida la independentista y socialista, que indicaba la importancia
25
de la prudencia y de aprovechar y agotar los espacios legales. Era un resultado de las
luchas sociales en Estados Unidos y en la Isla.
La instalación del ELA en 1952 difundió la idea de que Puerto Rico estaba
creciendo política y socioeconómicamente, al punto de que algunos creían que se había
creado una “autonomía” (que no existe en el ordenamiento legal estadounidense). A
esta suposición ha ayudado, desde luego, la reproducción del idioma español en el
gobierno y en general. No es éste el espacio para discutir el idioma, que por un lado
apunta a la diferenciación de Puerto Rico respecto a la potencia que lo ha anexado y,
por otro, a la parcial hispanización de Estados Unidos (un ingrediente en su crisis
actual). Un discurso común era que Puerto Rico se regía por sus propias leyes y por
tanto era democrático. Estos supuestos encubrían el progreso de la dictadura del
capital norteamericano sobre la sociedad boricua, esto es, una anexión efectiva a
Estados Unidos. Pero la retórica populista y puertorriqueñista de la Constitución del
ELA, y sobre el ELA, hacía reprobable que el gobierno atentara contra los derechos
democráticos admitidos en la democracia capitalista de Estados Unidos, que en la Isla
se suponían del ELA. Comprensiblemente, el sector criollo más proimperialista y
anexionista desató una lucha sin cuartel contra el ELA, que avanzó a fines del siglo.
11.
Un socialismo que se exprese primordialmente en un aparato organizativo al cual los
miembros le deben lealtad de manera mecánica, es decir, una maquinaria impuesta
sobre la vida de la gente, tarde o temprano resulta intolerable. La gente querrá liberarse
de esa losa y evitar que algo así se imponga sobre las generaciones venideras. La
discusión de este problema suele ser dominada por la crítica capitalista del socialismo,
la cual se difunde por múltiples medios. La cuestión de la calidad del socialismo sin
embargo es real, y debe ser abordada honestamente por los socialistas.
La alienación entre el partido que representa el socialismo y la vida concreta de
los trabajadores, y de sus posibilidades creativas, es un desafortunado legado de la
cultura estalinista. En su ensayo de 1930, La revolución traicionada, León Trotski narra el
descenso en la productividad de los trabajadores en la URSS a causa del desgano, la
depresión y la ineficiencia rampantes, la represión, y las penurias económicas. Puede
añadirse que a pesar de todo eso construyeron una industria desarrollada, y el pueblo
y ejército soviéticos expulsaron y derrotaron las fuerzas armadas de la Alemania nazi
en los años 40. Mostraron el potencial extraordinario del socialismo, que puede lograr
hazañas colectivas aun siendo de calidad muy cuestionable.
El PSP reprodujo rasgos estalinistas. La forma estalinista del socialismo y del
partido era lo que los círculos dirigentes del MPI y del PSP habían conocido, y en ella
enmarcaban a menudo sus discusiones. La dejó ver incluso alguien del rico intelecto
de Andreu Iglesias, formado desde joven en el viejo Partido Comunista. Mari y otros
dirigentes del PSP formados en el nacionalismo supusieron que la estaliniana era la
única forma de socialismo, y la asumieron, aunque criticándola en algunos extremos
en la práctica. Oponerse o aceptar esta forma significaba oponerse o aceptar el
socialismo y el partido.
Desde mediados de la década de 1970 era claro que los militantes del PSP más
dedicados y abrumados por el trabajo estaban cansados y “quemados”. Algunos viejos
militantes empezaban a extrañar el MPI, el cual había carecido del andamiaje pesado
del socialismo, según el PSP lo había aplicado, y pertenecía al terreno familiar y
26
confortable del patriotismo anterior. Otros abandonaron el PSP en 1977 y se
dedicaron a otros grupos: los Macheteros, el PIP, centros culturales municipales,
sindicatos, iglesias, luchas comunitarias, antimilitaristas, ambientalistas, feministas, etc.
Otros se redujeron a la vida privada, que había sido en algunos casos estropeada en lo
familiar, económico o educativo por años de “militantismo” y un esfuerzo descomunal
que no debía continuar.
El disgusto acumulado entre la masa pesepeísta se vio en la agitada dilucidación
de los asuntos del partido, entre fines de 1976 y 1978, en la dirección y los demás
niveles, en Puerto Rico y Estados Unidos. La inclinación a abandonar el proyecto de
partido de los trabajadores –o la forma en que se había intentado– se dejó ver cada vez
más, sobre todo en el alto liderato, y afloraría con la decisión de Mari Brás en 1981. A
esta inclinación contribuyó una diversidad de factores, incluido el clima de guerra que
se creó en el país, a su vez inseparable de la persecución que sufrieron cientos o miles
de socialistas en su vida personal de distintas maneras. Es posible que el gobierno
isleño se asustara excesivamente, en una visión distorsionada de lo que era el PSP, y
que a su vez el PSP exagerase la autopercepción de su protagonismo y sus
posibilidades.
El PSP debía ser detenido. Según me han indicado comunistas norteamericanos
organizadores de su partido entonces, a mediados de los 70 el PSP era probablemente
la organización de izquierda marxista más grande de la región noreste de Estados
Unidos. En 1974 había movilizado 20 mil personas en solidaridad con la
independencia de Puerto Rico en el Madison Square Garden, en Nueva York, en una
mega-actividad que presentó exponentes de una amplia gama de sectores progresistas
e izquierdistas de Estados Unidos, incluyendo a Angela Davis y Jane Fonda, y donde
desplegaron sus talentos Pete Seeger, Hollie Near, Ray Barreto, Lucesita Benítez y
Dany Rivera. En 1976 realizó una marcha masiva en Filadelfia exigiendo a Estados
Unidos un “bicentenario sin colonias”. Promovía exponentes de música jibara,
cantautores, y grupos de salsa y teatro. Participaba en las elecciones, estaba en las
escuelas, universidades, en agencias del gobierno, en la radio y la prensa, y en no pocos
talleres industriales.
Había un auge inaudito de protestas obreras, populares y armadas. Alarmado por
el auge del marxismo nada menos que en un territorio integrado a Estados Unidos, y
además en el Caribe, tan cerca de la Revolución Cubana, el gobierno incrementó su
represión y coerción contra toda la izquierda.
En 1972 los Comandos Armados de Liberación hicieron estallar varios
helicópteros que la gerencia del diario El Mundo usaba para romper una huelga obrera
que duró meses y recibió, como otras huelgas, el apoyo de militantes del PSP en la
línea de piquetes; después ese año los CAL se atribuyeron un atentado con explosivos
en el hotel Cerromar de Dorado, donde se celebraba un concurso norteamericano de
Miss Universo. En 1973 una huelga masiva de maestros –con que se inauguró la
Federación de Maestros– duró varios meses y fue objeto de macanazos a granel de la
policía y abundantes arrestos; también ese año una huelga de la Hermandad de
empleados paralizó la UPR, y coincidió con una huelga estudiantil a la que se unieron
muchos profesores, que exigía participación democrática. El sindicato obrero de
Energía Eléctrica, la UTIER, realizó huelgas en 1973, 1978 y 1981; los trabajadores
fueron objeto de violenta represión de la policía y, a su vez, realizaron sabotajes; en la
de 1978 murió un obrero; estas huelgas coincidieron con huelgas de otros sindicatos:
bomberos, autobuses, municipales, etc. La Guardia Nacional de Puerto Rico fue
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movilizada para reprimir huelgas en 1973 y 1974; en diversos momentos se habló de
movilizar efectivos militares de Estados Unidos. Atentados dinamiteros tuvieron lugar
en bases militares. En 1974 una banda armada de la derecha del PNP –algunos de
cuyos miembros estaban relacionados con Romero Barceló– atacó Impresora
Nacional, en Carolina, donde Claridad se imprimía, sin que la policía interviniera, y fue
repelida por miembros del PSP; los atacantes desistieron cuando uno de sus miembros
recibió un balazo; el militante del PSP y veterano luchador revolucionario Domingo
Vega Figueroa fue acribillado con ráfagas de un fusil de combate, pero sobrevivió y
meses después se reincorporó a la lucha con asombrosa energía.
En 1975 un grupo de extrema derecha colocó una bomba durante un acto público
del PSP en la plaza de Mayagüez, que mató dos personas e hirió tantas otras. En 1975-
76 una huelga obrera en la Ponce Cement fue escenario de gran represión del patrono
y el gobierno, que a su vez fue respondida por los trabajadores y el PSP. A fines de
1976 se formaron Los Macheteros. En 1977 fue muerto un abogado norteamericano
que entrenaba empresarios en inteligencia antiobrera; después una pandilla de policías
torturó y mató a un trabajador acusándolo del atentado. En 1978 policías de
inteligencia entramparon dos jóvenes independentistas en el Cerro Maravilla en
Villalba –engañados por un encubierto que sería ejecutado en 1986– y los asesinaron
desarmados y arrodillados.
En 1979, en otro crimen horrendo, una banda de cubanos exiliados extremistas
asesinó en Guaynabo a Carlos Muñiz Varela, joven cubano independentista y socialista
que organizaba viajes a Cuba. Meses después una coalición de organizaciones armadas
independentistas ametralló en Sabana Seca un vehículo en que viajaban militares de
una base de inteligencia naval; dos murieron y otros fueron heridos. Entre 1978 y 1980
se sucedieron desafíos a la Marina en Vieques, que aumentarían después. En 1979,
después de una larga campaña exigiendo su libertad, fueron excarcelados los
nacionalistas presos en Estados Unidos desde 1950 y 1954, y recibidos en San Juan
por una multitud. Ese año murió en su celda en una prisión federal en Florida, con
indicios de haber sido asesinado, el miembro de la Liga Socialista Ángel Rodríguez
Cristóbal, detenido en las protestas de Vieques. La policía reprimió violentamente
comunidades pobres, por ejemplo en 1981 en Vacia Talega, Loíza. En 1981-82 una
larga huelga estudiantil contra el alza en el precio de la matrícula conmocionó la UPR
y debió enfrentar dura represión policial. En 1982 la policía suprimió violentamente la
comunidad de rescatadores Villa Sin Miedo. En 1981 los Macheteros hicieron estallar
once aviones en la base Muñiz de la Fuerza Aérea estadounidense, en un espectacular
atentado sin precedentes que resonó internacionalmente y provocó gran entusiasmo
entre amplios sectores, incluidos del Partido Popular. En 1983 los Macheteros robaron
siete millones de dólares de la Wells Fargo en Connecticut, en otra acción de gran
impacto público. En 1985 el FBI arrestó un buen número de miembros de dicha
organización, quienes después cumplieron cárcel.
En Estados Unidos el PSP crecía aceleradamente junto a luchas comunitarias,
estudiantiles y obreras, y establecía relaciones con la izquierda norteamericana. Desde
mediados de los 70 se sucedieron actos armados de grupos independentistas boricuas
en la nación norteamericana, sobre todo las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional
(FALN). En 1975 la FALN colocó una bomba en un restaurante de Wall Street, Nueva
York, frecuentado por ejecutivos y financistas; cuatro personas murieron y cuarenta y
tres fueron heridas. Las reacciones independentistas fueron conflictivas entre sí. Una
28
declaración de prensa del PSP lo criticó severamente. El estado insistió en que el
independentismo radical practicaba el terrorismo.
Pero el terrorismo estaba lejos de ser la norma de las acciones armadas de la
izquierda, que generalmente evitaban hacer daño a inocentes e iban dirigidas a
objetivos militares, políticos y patronales. Si se entiende terrorismo como aterrorizar
la población civil, ciertamente el bombazo de Wall Street había sido terrorismo. Sin
embargo, en Puerto Rico, mientras entre sectores mayormente de clase alta cundían la
alarma y el pánico cuando había un atentado, entre las clases populares y los jóvenes
difícilmente había tal reacción, y a menudo había simpatías. El PIP oficialmente
criticaba las acciones armadas, pero se benefició electoralmente del patriotismo que
despertaba la violencia independentista, que debilitaba la fachada de invencibilidad del
poder norteamericano.
Estas percepciones mías que acabo de decir, sin embargo, requieren mayor
examen. Pues podría pensarse que el PNP y el anexionismo crecieron –a partir de su
triunfo en 1976– como resultado de los dineros federales y otras causas, como la sólida
fusión del capital norteamericano con la ciencia y tecnología de la UPR; pero quizá
también como una reacción al clima de “guerra” que crearon la violencia
independentista y la represión anti-independentista, o sea, como una búsqueda de
estabilidad y tranquilidad. Muchos puertorriqueños tendrían la ilusión de que la
violencia política terminaría, y habría paz por fin, si se resolvía el problema del estatus,
y apoyarían la opción que les parecía más cercana y lógica, la estadidad. Esta reacción
no sería sólo espontánea sino promovida por sectores del estado norteamericano y el
PNP. El PNP incluso lanzó la consigna de “la estadidad es para los pobres”. Muchos
votantes del PNP vivían en comunidades pobres donde había poca influencia socialista
o independentista, si alguna. Años después Mari Brás se alarmaría por el auge del
estadoísmo al cual él mismo habría contribuido con la ansiedad revolucionista.
Exacerbada su desesperación nacionalista, optó entonces por liquidar el proyecto
socialista en función de un gran movimiento imaginario que salvara la patria,
seguramente suponiendo que socialismo equivalía a la impulsividad desesperada del
PSP que ignoraba la vida civil. De haber sido el caso, sería una muestra amargamente
irónica de ineptitud política y de una impulsividad espectacular. No es difícil sospechar
que fuese así, pues en Mari destacó más el impulso que el concepto.
La atmósfera de los 70 en el PSP delataba, de nuevo, una crisis de crecimiento: el
reto de cómo un partido socialista podía relacionarse con el auge de las luchas de
masas, y no sólo en momentos de conflicto violento, sino más aún en la vida cívica,
cotidiana y “normal”. En cierta visión que se impuso, la violencia era un signo de que
la lucha avanzaba hacia la victoria. El activismo socialista debía crear condiciones
favorables para esa violencia, como si ésta sentara la pauta y representara el progreso
de la “revolución”. Esto ejercía gran presión personal y emocional sobre los militantes,
y a menudo se produjo un clima enrarecido. Que algún militante sufriese un accidente
durante su entrenamiento militar, en Puerto Rico o en Cuba, aumentaba la tensión
nerviosa y los cuestionamientos íntimos sobre el sentido de todo aquello. Entre los
miembros crecían los deseos de retirarse a actividades de placer y diversión, descansar,
disfrutar la familia, y acceder a lo que ofrecían la vida y la cultura más allá del PSP.
Se produjeron incidentes desmoralizantes, referentes entre otros a violencia
machista. Un líder del PSP disparó su pistola contra la puerta de la vivienda de su
excompañera, también militante, en un ataque de desajuste emocional y celos. Tiempo
después fue asesinado un joven socialista que se había involucrado amorosamente con
29
ella, un hecho misterioso en que también la mujer resultó herida. Las autoridades no
vieron causa de arresto contra el líder, quien estaba lejos del sitio de los hechos en el
momento que se informó. Pero fue mucha la tristeza, y crecieron las dudas de que la
lucha independentista y socialista efectivamente significara una convivencia de mayor
calidad y felicidad.
En el PSP se reproducían, pues, múltiples contradicciones presentes en la
sociedad puertorriqueña y la cultura capitalista, referentes al patriarcado, los géneros,
racismo, el tema gay, y tantas otras cuestiones. En el PSP se discutieron poco, con
relación a lo que ahora desearíamos. Influencias conservadoras como el estalinismo y
otras asociables al nacionalismo coexistían en tensión con los ideales marxistas de
cambio cultural radical y liberación humana. Para dilucidar la complejidad cultural se
necesitaban tiempo, participación colectiva y conceptos avanzados de política y
partido. Que el PSP estuviese lejos de admitir estas condiciones ayudó a su
decaimiento. Por cierto, desde fines del siglo pasado parte de la complejidad cultural
ha sido dominada por estrategias del estado y por la cultura capitalista, por ejemplo en
cuanto a los temas de la mujer y la afrodescendencia.
12.
Las tareas relacionadas con el aparato armado fueron, como he dicho, causa principal
del cansancio y desapego. Los objetivos eran ambiciosos y desproporcionados
respecto a la estructura política con que se contaba y al tiempo limitado de quienes,
precisamente, tenían que trabajar por un salario, atender su familia, etc. Se añadía la
tensión nerviosa de evitar la vigilancia del estado.
Vale decir que, si bien algunos militantes fueron acusados, generalmente sin éxito,
el PSP logró eficiencia suficiente para salir airoso en el ámbito de los tribunales, en
buena medida por combinar las diversas formas de lucha y mantener la mayor
influencia pública posible; en esto último destacaron Mari Brás y Claridad. Un
trasfondo era el latente y callado apoyo moral a los independentistas que siempre ha
habido entre el pueblo –en las diferentes clases– y asume diversas formas. En general
los militantes del PSP tenían gran compromiso y una formación política relativamente
alta, al menos en comparación con otros grupos radicales. Se vio en la entereza y
verticalidad que mantuvieron al ser arrestados y presos, por ejemplo, acusados de
cargos graves en 1975 en República Dominicana –donde tres militantes sufrieron una
muestra de la brutalidad del aparato militar y policial allí– y en Río Grande en 1976.
A pesar de infiltrar el PSP con numerosos encubiertos y someter acusaciones una
y otra vez, el aparato represivo tuvo escaso éxito en el aspecto judicial. Quizá por no
poder prevalecer por medios legales aumentó las agresiones físicas, difamaciones y
amenazas. Una agresión en extremo violenta e indecente fue el asesinato de Santiago
Mari Pesquera.
A veces se dice, coloquial pero significativamente, que el impulso que tomó la
propaganda armada del PSP fue una verdadera locura, pues se impuso onerosamente
sobre la vida civil de Puerto Rico y de los propios activistas, y contribuyó a desatar la
virulencia del sistema represivo. Esa actividad representó una presión intolerable para
algunos militantes en su vida personal. En este sentido sería una locura. Pero también
está la posibilidad de que las destrezas de la ilegalidad corrigieran sus vicios y
deficiencias y enriquecieran un proyecto mayor, en vez de debilitarlo. Como no se
produjo este proyecto, la imagen que queda décadas después es de una simple locura.
30
Sin embargo, relaciones locales e internacionales apuntaban a que un movimiento
revolucionario en verdad podía avanzar en Puerto Rico, aunque no necesariamente en
la forma en que lo vimos entonces.
Pregunta obligada es: ¿dónde reside entonces la cordura? ¿En la disfuncional
sociedad colonial? Difícilmente. En la moderna sociedad capitalista, en todos lados la
generalidad de la gente está anímicamente oprimida, y cada cual a su manera tiene sus
fantasías, angustias y liberaciones. Pero quienes pertenecen a una sociedad que es
oficialmente objeto de destrucción, probablemente tienden a una mayor dislocación
personal. El desarrollo social y el personal son inseparables. Una vez se aprecian las
agresiones del imperialismo contra Puerto Rico durante generaciones, se comprenden
mejor la alta cantidad de problemas psicológicos, la crisis permanente social y de salud
mental, la precariedad familiar, el uso de drogas legales e ilegales, y la violencia diaria.
Aquí el desorden es la norma oficial. Albizu decía que es un régimen literalmente
irresponsable, pues nadie responde por lo que en él ocurre. No se ha formado en
Puerto Rico un estado político y civil. Es un territorio.
Si definiéramos “sociedad” de manera muy simple, como un proceso donde los
individuos crean instituciones (y las reforman, las cambian, etc.), y éstas imponen
estructura y orden a los individuos, entonces en Puerto Rico la sociedad y los
individuos existen en grave precariedad, pues las instituciones principales aquí han sido
trasladadas mecánicamente de Estados Unidos. Sólo muy subordinadamente han sido
las instituciones producidas por un proceso de autorreconocimiento puertorriqueño,
legitimado por los otros y por la mente propia. Hay instituciones puertorriqueñas, sin
duda –municipios, tribunales, partidos, organizaciones deportivas, religiosas, artísticas
y periodísticas–, que reproducen la cultura criolla; son, contradictoriamente, signo de
identidad y persistencia folkórica, por un lado, y por el otro de consenso, acomodo y
resignación al colonialismo y la anexión de facto. Estados Unidos ha impedido, en una
medida decisiva, que Puerto Rico cree instituciones que brinden estructura a sus
sujetos; ha impedido que se forme propiamente una sociedad aquí, es decir, con su
propia política y economía. Para colmo no responde por el desmadre resultante. No
puede haber salud así.
No puede separarse ningún grupo político de componentes bastante visibles de
la experiencia puertorriqueña como la ansiedad, la depresión, la desorientación, la
angustia, la baja autoestima y la inseguridad. El colonialismo impone una enorme
presión a la población para que imite algo inalcanzable, en medio de destrucción de
bases productivas potencialmente nacionales, dislocaciones familiares, desempleo,
crimen, crisis escolar, ambientes derruidos, y repetición continua de lo mismo. Esta
presión genera tensión nerviosa y rabia.
Por otro lado, justamente porque no tienen más remedio que vivir en las
estructuras existentes, las masas puertorriqueñas buscan en ellas algo de civilización.
En ellas producen las formas concretas de la experiencia puertorriqueña, aunque sean
muchas veces precarias y contradictorias. Es un esfuerzo persistente que incluye a
menudo trabajar en el gobierno con deseo de ayudar al pueblo.
Que los partidos principales y los gobiernos central y municipales sean
colonialistas y deficientes, no quita que albergan una porción de buenas intenciones y
de intentos de producir un orden y una solidaridad social. Se ve en labor referente a
escuelas, salud, administración, servicios sociales, derecho, durante huracanes y otros
desastres, y en la misma policía. Coexisten con corrupción, oportunismo,
autoritarismo, ignorancia y demás inclinaciones comunes en la cultura dominante. El
31
gobierno colonial está impedido de expandir estas iniciativas, pues podrían implicar un
germen de desarrollo puertorriqueño propio, y tiende más bien a reducirlas y agotarlas,
lo cual no es difícil, a causa de los duros límites del status quo. Un partido socialista
hubiese podido canalizarlas en una nueva dirección. Aunque ocurren en un terreno
vigilado y controlado, de haberlas apreciado los socialistas acaso hubieran aprendido a
intervenir en la realidad civil, en lugar de rechazarla o evadirla en búsqueda de una
revolución voluntarista a corto plazo.
En variados contextos históricos a menudo la violencia política confirma o
legitima ideológicamente el desajuste de los sujetos respecto a un medio social por su
parte también desajustado. A causa de la alienación capitalista y colonial, la energía y
potencialidad de la gente son impedidas de fructificar e integrarse felizmente a un
desarrollo de la propia comunidad. Por consiguiente buscan algún sentido, una
estructura de orden. Que lo encuentren en el socialismo y el antimperialismo es
afortunado; poner fin a la plaga del capitalismo-colonialismo traería paz y salud a la
humanidad. Sin embargo, este ideal noble puede ser pretexto de un desenfreno de la
violencia, si se echan a un lado criterios de calidad política. La lucha debería representar
una superación de la sociedad, no simplemente una reacción en bruto a sus males. De
aquí la pertinencia del marxismo y del leninismo, ya que contienen claves esenciales
para mantener el curso y la solvencia moral e intelectual del movimiento.
Desde los últimos años del siglo pasado buena parte del potencial puertorriqueño
se ha transformado en emigración y educación. Así han desaparecido las crispaciones
del pasado, y hoy prevalece una apariencia de relajamiento y ausencia de guerra de
clases. La ciudadanía que Estados Unidos dio a los puertorriqueños hace más de un
siglo significó que no habría desarrollo nacional, sino sólo individual. Los
puertorriqueños se quedarían sin nación, pero como personas individuales podrían
participar en el mercado norteamericano. Este último incluye domiciliarse y trabajar
en Estados Unidos –y huir de las tensiones y crisis de la Isla– y estudiar en instituciones
académicas, algo que a veces representa un salario relativamente alto y gratificación
intelectual y personal. Otra forma de atenuar tensiones que en los 60, 70 y 80 se
hicieron explosivas ha sido el narcotráfico, una fuente de ingresos para masas de
pobres quienes, además, así canalizan ira y violencia que en otras condiciones tal vez
se integrarían a una lucha revolucionaria.
El crimen organizado es en cierto modo parte de la actividad imperialista. Aunque
dicen estar en guerra contra las drogas, contra el crimen, contra el terrorismo, etc., las
instituciones legales formales del gobierno se hacen de la vista larga respecto a redes
delictivas cuya economía ilegal es parte de la legal; que reclutan muchos jóvenes que
de otro modo podrían acercarse a la política de izquierda; y que sirven a agencias de
inteligencia, como la CIA, para realizar trabajos sucios como parte de actividad
imperialista y represiva. Debe superarse, pues, la ingenua visión del estado capitalista
como simplemente constitucional y moral, dedicado al progreso de todos y hacer
cumplir leyes y altos valores éticos. (Después de los años 80, una vez se disparó de
nuevo la pobreza en el mundo y aumentó la brecha entre ricos y pobres, crecieron el
narcotráfico, el radicalismo musulmán y, en el hemisferio americano, las sectas
evangélicas. Estados que quizá hubieran asumido tendencias nacionalistas o
progresistas, como México y Colombia, se hicieron narcoestados. No parece
casualidad.)
La causa independentista y socialista debía formar un orden nuevo, una estructura
enriquecedora, una sociedad verdadera. Atrás debían quedar prácticas guiadas por el
32
impulso y la desesperación, que a menudo mostraba Mari en su peculiar obsesión de
que la independencia llegara enseguida. Un contraste sorprendente existía entre su
ansia de que la independencia se produjera, y su carencia de toda idea sobre cómo
acercarse a hacerla posible. En cambio, el PSP logró una madurez considerable en
cuanto a pensamiento estratégico, resultante de su intelecto colectivo, en las tesis y
programas. Su visión estratégica era plausible en tanto la clase obrera se organizara y
se dispusiera a crear un poder alternativo, es decir al socialismo.
Una pregunta ahora es cómo podría formarse una nación a partir de la
disgregación individual de puertorriqueños a través de Estados Unidos, y de un
intelecto boricua educado como parte del mercado estadounidense.
13.
Recuerdo que a fines de los años 80 o principios de los 90 llegaron a mis manos varios
escritos del intelectual marxista e investigador de las ciencias sociales Pedro Juan Rúa,
quien había sido miembro del MPI y el PSP. Uno de los artículos proponía que, si bien
el ELA era colonial, la izquierda debía luchar por darle un nuevo contenido, usándolo
como pretexto para reformar las leyes y el gobierno en dirección anticapitalista y
anticolonial. El ELA podía transformarse, si un movimiento socialista de las clases
trabajadoras se activaba efectivamente en esa dirección.
Puede añadirse que, aunque Muñoz Marín fuese hiper-colonialista, había tenido
razón en que la Constitución del ELA fue refrendada por el voto mayoritario en
referéndum, algo sagrado para el discurso norteamericano. Aun con sus evidentes
limitaciones, esta Constitución era el único logro político de los puertorriqueños bajo
la dominación estadounidense, más rígida y torpe aún que el imperialismo español; e
indirectamente era fruto de luchas nacionales y obreras de Puerto Rico.
Rúa indicaba que, a fin de cuentas, era en el llamado ELA que el país existía
concretamente: los puertorriqueños pagaban contribuciones al ELA, con éste se
correspondían el sistema escolar y la UPR, era con leyes que aprobaba su legislatura
que operaba el aparato judicial y los puertorriqueños se regían, alguna de su legislación
había favorecido a los trabajadores, el cooperativismo y las artes, y sus agencias
proveían servicios y administraban la Isla. (Muchas operaciones gubernamentales
fueron privatizadas a partir de los 80, con el neoliberalismo.)
En 2016 el Tribunal Supremo de Estados Unidos confirmó que el ELA carecía
incluso de la soberanía formal que tienen los estados de Estados Unidos. También es
cierto, sin embargo, que la diferencia cultural e histórica de Puerto Rico respecto al
país norteamericano le impartía a la Constitución del ELA matices distintos a las
constituciones estatales de los cincuenta estados.
Cuando leí las ideas de Rúa pensé que hubiese sido bueno que se hubieran
circulado veinte años antes, pues hubieran ayudado a aclarar la visión del MPI y el PSP
en cuanto a estrategia en la sociedad civil, luchas de masas, alianzas, participación
eleccionaria, hegemonía, etc. Tal vez expandir el ELA con luchas anticapitalistas y
anticoloniales era la ruta civil que hubiese debido tomar el PSP, en vez de limitarse a
criticar las deficiencias coloniales del ELA, celebrar que el ELA agonizaba, y tratar de
destruirlo creándole una gran crisis.
La confusión y ausencia de criterios sobre estas cuestiones, entre otros factores,
propiciaron que Mari se deslizara hacia la idea, cuyo fundamento nadie tuvo claro, de
una supuesta “alianza” con el Partido Popular, cuyo dirigente era entonces Hernández
33
Colón. Este giro exigía sacar del medio el proyecto de partido de los trabajadores,
alejando al PSP del socialismo, como si eliminar el peligro comunista hiciera que
Washington y la clase alta estadolibrista abrieran las puertas a alguna descolonización.
Mari vio la integración material de Puerto Rico a Estados Unidos como una
“conspiración anexionista”, aunque el anexionismo crecía porque grandes masas
populares no tenían un partido suyo, y veían la integración a Estados Unidos como
solución a la inseguridad social.
Que la tal alianza fuera infundada no fue obstáculo para que en 1982 Mari la
opusiera al proyecto del partido de la clase obrera que defendíamos desde el otro
grupo, si bien la invocó ambigua y ocasionalmente. Construir este partido, desde luego,
requería trabajo paciente y complejo y una organización creativa de los recursos
intelectuales. Uno se pregunta cuánto habrá calado en Puerto Rico la inclinación a
esperar resultados sin trabajar para ellos. Debe relacionarse con una economía local
que depende enteramente de la producción que se realiza en Estados Unidos. El
proceso de trabajo que produce la riqueza no es nacional puertorriqueño, a la vez que
en la Isla hay gran circulación de mercancías y dinero, por las deudas y la integración
a la economía norteamericana. Hay mucho consumo, sin trabajo puertorriqueño
correspondiente. Así se reproduce la identidad boricua prevaleciente.
El escaso control de calidad de las ideas, pues, ayudó a debilitar el espacio
socialista que se había logrado, y al independentismo en su conjunto. Inhibió los
acercamientos al anticolonialismo, tímidos de por sí, de sectores burgueses resentidos
con extremos de la dominación norteamericana que habitaban en el Partido Popular,
y entre grupos profesionales y de clases medias. Se fortalecieron las ideologías más
colonialistas. El anexionismo extremo avanzó en medio de crecientes transferencias
de fondos federales, nuevas leyes antisindicales y de “flexibilidad” laboral, las
privatizaciones neoliberales, y una nueva concentración de capital y poder en Estados
Unidos y otras zonas ricas, asociada a la llamada globalización.
Puerto Rico ha sido arrastrado a la transformación de la economía industrial de
Estados Unidos en una economía de servicios. Aquí ha significado mayor degradación
de la sociedad y de las fuerzas del trabajo, mercado online de propiedades, aumento de
la emigración y del poder financiero, etc. La confusa recomposición del capitalismo
norteamericano, y de la clase obrera, ha implicado una nueva debilidad económica y
organizacional de los trabajadores, cuyas generaciones jóvenes tienden a la
inestabilidad y al temor ante el estado y la autoridad. A muchos milenials les espera un
futuro con poco seguro social, si alguno, y sin pensión de jubilación.
Se impone la idea burguesa y “posmoderna” del llamado fin de la historia, que
consistiría en un capitalismo eterno bajo hegemonía estadounidense, cuyo botón de
muestra podemos apreciar hoy. Es una teoría que se asienta en una vigilancia
generalizada con tecnología digital, endeudamiento como cosa normal, poder
monopólico sobre el consumo y el entretenimiento, reducción de las luchas obreras,
incertidumbre salarial y social, ausencia de opciones políticas de izquierda, y supresión,
en los medios y en la conversación pública, de palabras referentes al socialismo. La
construcción de la realidad es encapsulada en el tráfico de internet. No existe ya la
lucha de clases, incluso tampoco las clases, según las fugaces imágenes y textos
predominantes. La imagen mediática reduce la experiencia de los países pobres a unos
cuantos clisés, omitiendo toda explicación histórica de la desigualdad. Para los medios
culturales dominantes el comunismo murió una vez la URSS cayó, el marxismo es una
secta prehistórica, los estados que persiguen su independencia económica son
34
dictaduras, y el imperialismo no existe. Una influencia socialista hubiera podido
contrarrestar esta banalidad y propagación de la ignorancia, tan patentes en el siglo
XXI.
14.
En las discusiones del MPI y el PSP se citaba con frecuencia a Lenin, algo raro en
nuestros días. Sus polémicas en ¿Qué hacer? (1902), La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’
en el comunismo (1920) y otros escritos han servido, y podrían seguir sirviendo, para dar
orientación general a organizaciones socialistas. Buscaban, desde luego, impulsar una
revolución internacional. Algunas ideas son:
Las clases y sus luchas se expresan en ideologías y partidos políticos; la clase
obrera debe tener su partido, y éste debe proponer las mejores soluciones a los
problemas que aquejan la sociedad y a los trabajadores, de modo que por virtud de su
calidad se gane el lugar dirigente en el conjunto social, y en sitios particulares. El
partido revolucionario puede componerse de células que se reproduzcan cada vez más
(de una salen dos, etc.); su dirección debe ser colectiva; sus discusiones sobre sociedad,
política y organización transcurren entre la dirección y la base cuanto sea necesario y
posible; las tareas se dividen entre los miembros de cada organismo partidario; las
proposiciones se discuten hasta la saciedad y en amplia democracia y una vez se toma
la decisión, todos deben participar en su ejecución; los acuerdos se revisan
regularmente; el partido lleva cuenta del progreso numérico de sus organismos de base
y sus miembros, y evalúa su significado; todos los miembros toman parte en la
educación política; los comunistas deben estar integrados e influenciar en lo posible
sus sitios de trabajo, comunidad, vecindario, etc: estar allí como pez en el agua, al decir
de Mao.
Para Lenin el partido debía condensar organización y libertad, disciplina y
discusión franca y exhaustiva, unidad y discrepancia, estrategia firme y expansión de
las tácticas. Debía disponerse a todas las formas de lucha –electoral, legislativa, armada,
mediática, ideológica– y educar sobre ellas a sus miembros, de manera que puedan
pasar de una a otra cuando sea necesario.
El partido debía educar a las masas y aprender de éstas; reclutar los elementos más
avanzados del pueblo; concentrar sus esfuerzos en las prioridades de cada momento
según sus recursos y su análisis; y formar militantes, dirigentes y cuadros capaces de
organizar y educar allí donde estén. Debe hacer alianzas con otras clases y partidos,
ampliar el movimiento al máximo posible, y luchar por que la meta socialista imparta
el sentido principal. Distingue las contradicciones principales de las secundarias en
cada coyuntura del proceso. Debe tener un periódico dirigido al pueblo trabajador y al
país. No se adscribe a los significados que la cultura dominante asigna a los fenómenos
políticos y sociales, sino que desarrolla su propia lógica y moralidad, a base de los
intereses de la revolución y su principio de una sociedad sin clases. El partido es
internacionalista, estudia el imperialismo, y distingue el nacionalismo de países
opresores del de países oprimidos. No es difícil ver por qué el estado capitalista debe
desterrar estas ideas de la cultura general a como dé lugar.
La creación del PSP fue un salto en calidad de las ideas y prácticas del MPI, y fue
fruto de más de quince años de experiencias, luchas y reflexiones. En la fundación del
MPI en 1959 participaron miembros de la FUPI, exmilitantes de los partidos
Independentista, Nacionalista y Comunista, y otros de diversas inclinaciones. Si bien
35
desde las primeras décadas del siglo hubo grupos activos en la organización de los
trabajadores en sentido marxista, y alcanzaron logros, el MPI persistió más en el
esfuerzo de vincular una pluralidad de luchas populares y sociales con la cuestión
colonial y nacional. Algunos de sus postulados en los años 60 fueron:
1) La independencia sería resultado de la lucha popular puertorriqueña, que se la
arrancaría al imperialismo; no se esperaría que Washington la concediera, ni se le
pediría; y era ilusorio esperarla por las elecciones. En esto el MPI continuaba
razonamientos de Albizu Campos. 2) Era necesario un medio de comunicación que
diese cohesión al grupo militante y, por otro lado, formara un espacio de información
amplio y nacional. El periódico Claridad cumplió inicialmente la primera función, y
después la segunda. El MPI asignó importancia a la prensa, la información y la
educación, usando los medios de noticias predominantes y propios. 3) La lucha de
liberación nacional se engrosaría a partir de los diversos grupos sociales oprimidos por
el capital y el colonialismo: obreros, estudiantes, pequeños empresarios y agricultores,
profesionales, académicos, desempleados, marginados del trabajo asalariado,
trabajadores de la economía informal, y ricos o burgueses. 4) La lucha buscaría aliados
en gobiernos y movimientos antimperialistas y progresistas, y continuaría la gestión
que empezó el Partido Nacionalista en 1947 para que el caso de Puerto Rico se
discutiera en Naciones Unidas y ésta ejerciera presión sobre Washington. 5) El MPI
organizó una sección entre la masa puertorriqueña en Estados Unidos; en los 60 y 70
la Seccional se extendió rápidamente por las zonas de Nueva York, el noreste, Chicago
y otras. 6) El MPI organizó un instituto armado, los Comandos Armados de
Liberación —el nombre dejó de usarse en 1972— para desarrollar la resistencia y
propaganda armadas y, llegado el caso, eventualmente llevar a cabo una lucha armada
en un movimiento masivo, esto es, un ejército, en que la guerra fuese la política por
otros medios.
Por tanto, un razonamiento de quienes en 1982 reclamamos que se edificara el
partido de trabajadores, era que el PSP era el vehículo desde el cual tal cosa podía
hacerse, por su desarrollo desde los tiempos del MPI, que incluía importantes logros
organizativos.
El MPI y el PSP habían mantenido y expandido un periódico de circulación
general; formado y agrupado intelectuales especializados en periodismo, publicidad,
música, artes gráficas, educación, teatro, radio, espectáculos, empresas, finanzas, salud,
y otras disciplinas; creado empresas de libros, discos, imprenta y viajes; establecido
relación con grupos sindicales, comunitarios, religiosos y universitarios; formado
numerosos vínculos internacionales; creado sistemas educativos de distintos niveles y
publicaciones de discusión y teoría; e integrado distintas formas de lucha. Tenía cientos
de núcleos, comités y círculos en los pueblos de la Isla y diversas regiones de Estados
Unidos, y relaciones con agrupaciones norteamericanas. Había establecido relaciones
con Cuba y otros gobiernos y con organizaciones radicales de Nicaragua, República
Dominicana, Uruguay, Chile y otros países en diferentes continentes. Estaba en
condiciones de enriquecer la teoría y mejorar la práctica. Era un grupo incipiente y a
la vez avanzado. Era un espacio social que difícilmente podría ser creado otra vez en
las condiciones de aprisionamiento de Puerto Rico. La recomposición del capitalismo
en las décadas que siguieron a 1982 lo haría mucho más difícil.
Para quienes reclamamos que el PSP pusiera en práctica lo que había logrado en
teoría era inadmisible que lo alcanzado en más de dos décadas años se tirara por la
borda o, lo que sería lo mismo, involucionara hacia el viejo independentismo. Empezar
36
otra vez desde cero, en una micropolítica digamos, repetiría la experiencia de algunos
pequeños grupos bastante invisibles. El socialismo se reduciría a una secta de fieles
incapaz de producir verdadera política. En cualquier caso, volver a empezar
correspondería a generaciones futuras. Entre las causas de la debilidad de la izquierda
hoy están las limitaciones de las organizaciones que hubo antes, y la incapacidad del
PSP de aprovechar las condiciones que tenía.
Algunos han supuesto que fue un error intentar transformar el MPI, donde era
fuerte la ideología nacionalista, en un grupo marxista leninista. Tal vez sea cierto, a
condición de que se suponga al marxismo leninismo una ideología tipo iglesia, una
serie de dogmas que hay que embotellarse, una camisa de fuerza a la que hay que forzar
la gente, o una estructura mental regida por alguna lógica militar, policiaca o
burocrática. Este es el modo en que la cultura estalinista ha visto al “marxismo
leninismo”, y como la propaganda norteamericana lo difunde.
El marxismo y el leninismo, sin embargo, son contrarios a esa imposición
mecánica, ajena a la cultura vivida de la gente. El marxismo es un método de pensar
teórico y acción política, e implica una comprensión del mundo y de la historia fundada
en el estudio teórico y científico, la discusión y la experiencia; es una herramienta para
que la cultura popular se expanda en sentidos nuevos e internacionales. Va unido al
concepto, que expresa el Manifiesto comunista (1848), de que el desarrollo de cada cual
es condición para el libre desarrollo de todos. El socialismo es una hipótesis. Si se dan
ciertas condiciones, podría surgir y triunfar. No es algo inevitable, que llegará
necesariamente o por destino divino. Su calidad depende del trabajo que se realice y
de las cualidades intelectuales de las masas sociales que lo promuevan.
También persigue formar un estado nacional diferente y por tanto debe adentrarse
en los temas del estado, la nación, el trabajo y la educación. El comunismo propone el
poder obrero en los centros de trabajo, y que el trabajo dirija la economía. Así
propulsaría la agricultura, la industria, y la aplicación de la tecnología y la ciencia
contemporáneas, así como saberes autóctonos y populares. De esta mayor
productividad podría haber más riqueza cultural y material para todos. Una economía
planificada sería esencial para una relación ecológica con la naturaleza. Si se libera de
taras opresivas, el intelecto popular puede crear un desarrollo económico –en el campo
y la ciudad– distinto a los dogmas eurocéntricos prevalecientes. La civilización
occidental que el imperialismo norteamericano hoy protege es decadente; identifica
riqueza con individualismo egoísta, dinero, lujo, derroche, vagancia intelectual, e
indiferencia hacia el ambiente.
Poner en vigor el marxismo leninismo, pues, reclamaba al PSP abandonar viejos
conceptos y lenguajes y asumir otros, y transformar el liderato de la organización a los
distintos niveles para que mostrara la clase obrera, los barrios, los negros y mulatos,
las mujeres, los boricuas de Estados Unidos, las luchas en centros de trabajo y
comunitarias, las mayorías pobres, las culturas populares como recurso de desarrollo
económico.
En cambio, el PSP asignó en la práctica más importancia a influenciar las
burocracias sindicales que a buscar formas de relacionarse con la clase obrera y
organizar sus sectores avanzados. En tanto no se hizo partido de la clase obrera se
acercó al oportunismo. La idea de que el partido debe fortalecerse sin cesar entre los
trabajadores, y demostrar la superioridad efectiva de sus proposiciones, implica que
debe luchar por un rol dirigente en su relación con las masas populares y en la sociedad.
Aquí hegemonía no significa imposición, sino reconocimiento de la diversidad, de la
37
pluralidad social, lo cual a su vez exige el trabajo intelectual y metódico de forjar un
liderato en esta diversidad de relaciones. Sin estrategia fundada en su propia fuerza, el
partido tenderá al oportunismo, esto es, arrimarse a las oportunidades que se le
presenten y colocarse bajo hegemonía de otras clases y partidos. Es lo que hubiera
ocurrido en la supuesta “alianza” del PSP con el Partido Popular que en 1982 Mari
Brás sugirió ambiguamente, dada la evidente fuerza del PPD versus la pequeñez, en
cantidad y calidad, del PSP. En efecto, durante los comicios en los años 80 y después,
lo que quedó del PSP se redujo a apoyar al Partido Popular.
Es en sus centros de trabajo donde los obreros pueden dar un sentido nuevo a su
trabajo –usualmente aburrido, mediocre, contaminante, degradante o peligroso– y
aplicar sus destrezas para confrontar el carácter dictatorial del capital y del sistema de
salario. Una nueva economía surgiría del hecho básico de que los trabajadores conocen
de primera mano el funcionamiento de los espacios concretos donde la sociedad se
reproduce. Pueden dar curso a su originalidad en un proyecto que los vincule a todos
entre sí, y termine la alienación entre ellos, y entre ellos y la riqueza y la naturaleza.
Atrás debía quedar la idea, fundada más en imágenes que en comprensión
analítica, de que los obreros lo son sólo de fábricas o manufactura. Si se acepta la idea
de Marx y Engels de que obreros son quienes trabajan por un salario, entonces
incluyen empleadas domésticas, profesores, abogados de empresas, empleadas de
bancos, administradores de agencias públicas, trabajadoras de megatiendas, gerentes
de fast food y trabajadores a tiempo parcial. Las escalas salariales corresponden al valor
que el capital adscribe a los diferentes trabajos; este valor a su vez se relaciona con
cuán permanentes o desechables son los puestos de trabajo. De otra parte, abundan
grupos oprimidos por estructuras sociales que el capitalismo genera o protege: mujeres,
gay, inmigrantes, estudiantes, artistas, agricultores, pequeños empresarios, presos,
profesionales, desempleados, comunidades étnicas subordinadas, envejecientes, etc.
En principio tiene preminencia, para el socialismo, la organización de los
trabajadores productivos en sentido estricto, o sea, que producen bienes materiales en
la industria y la agricultura. Su producción cumple una función básica en la
reproducción de la sociedad humana y es fundamento del poder político. En su breve
vida el PSP trascendió poco la organización de trabajadores de agencias del gobierno,
salud, maestros y corporaciones públicas como la AEE, la AAA, la UPR y la
Telefónica. En compañías industriales poderosas y servicios importantes como los
muelles, los salarios altos y privilegiados acercaban muchos trabajadores a ideologías
conservadoras, si bien hubo influencia socialista en puertos, farmacéuticas y empresas
de productos de precisión y alta tecnología.
Pero en un sentido amplio y figurado, la “fábrica” se extiende a través de toda la
vida social, pues los procesos diarios de producción social y reproducción de la gente
–trabajo, consumo, educación, salud, recreo– conforman el proceso de hegemonía y
acumulación del capital. Labores de gobierno y burocracia, digamos, son parte de la
reproducción general, así como la banca y el comercio. La interrelación entre todos los
espacios y actividades hace que la influencia socialista pueda fortalecerse en cada lugar.
Cada sitio social interactúa con los otros si hay medios que los comuniquen.
En los 70, por ejemplo, una huelga cobraba más vigor cuando Claridad
entrevistaba los obreros y publicaba las incidencias del conflicto incluyendo lo que
ellos tenían que decir, que frecuentemente revelaba prácticas secretas de la empresa, y
a veces eran también críticas a su sindicato. Otros trabajadores se entusiasmaban al
leer esta experiencia. La organización de un círculo socialista en un lugar de trabajo se
38
aceleraba cuando Claridad exponía prácticas represivas, ilegales o inmorales de la
empresa, lo cual provocaba entusiasmo y buen humor entre esos empleados, pero
también en muchos otros, es decir, el desahogo de quien experimenta una ventana de
libertad. Un núcleo del PSP en un residencial público o una barriada crecía cuando sus
integrantes aprendían a publicar un periodiquito de cuatro u ocho páginas que
informaba y analizaba temas de la comunidad, y servía para invitar a charlas sobre
asuntos de actualidad, películas, etc., más aún si estas informaciones se reproducían en
Claridad o se enviaban a un periodista de un diario que las reseñara.
En la sociedad contemporánea, “organización” es en gran medida “educación”.
Si es consistente, un espacio cultural constituido por diversos medios forma un
ambiente en el país que facilita la acción de los trabajadores en sus lugares de trabajo,
y debilita el férreo control que todo patrono mantiene con amenazas de represión o
despido. Los medios pueden ser escuelas y prensa alternativas, publicaciones, deporte,
entretenimiento, arte, uso de la radio, la gran prensa, los medios de internet, películas
y participación electoral. El miedo puede superarse con la lucha colectiva y la unidad.
Los impedimentos que el capital pone a la reproducción de la sociedad se dejan ver en
temas de trabajo, violencia, drogas, prisión, inseguridad social, crisis de la escuela,
salud, crianza de hijos, ambiente y economías ilegales. El socialismo debe abordar estas
cuestiones. También puede tener un diálogo con la religión, en la que grandes masas
canalizan sus frustraciones. Podría neutralizar la política colonial de manipular algunas
sectas cristianas. El “partido”, pues, es un conjunto de relaciones, no una simple cosa
o entidad formal. Aunque hubiera un PSP, aún estaba por crearse el partido de los
trabajadores.
No pocos de estos temas se discutieron en el PSP durante el año que sucedió a
las elecciones de 1976, en agitados y extensos debates. Algunos piensan que fue en
1977 que el PSP empezó a dejar de existir. Quizá fue así. Aunque en 1978 aquella crisis
terminara con un congreso y un programa renovado, en tanto este programa no se
puso en práctica, el PSP estaba terminándose como cuestión de hecho. El congreso
de 1978 fue más bien una componenda que permitió a Mari permanecer al mando. La
liquidación formal del PSP ocurrió en 1993, después de años de declive y retorno a la
pequeñez de los grupos independentistas.
15.
¿Cuánto pesaría en la inclinación de Mari Brás a disolver el proyecto de partido
socialista el horrendo asesinato de su hijo Santiago, en marzo de 1976? Es imposible
saber, si bien sin duda fue un factor. El asesinato fue un acto vil y deleznable
seguramente auspiciado por las agencias de inteligencia de Estados Unidos en
combinación con elementos terroristas. No pudo el terrible crimen, sin embargo,
descarrilar la campaña electoral del PSP en 1976. La magistral participación mediática
de Mari como candidato a gobernador fue una hazaña moral, política y emocional.
El asesinato de Mari Pesquera tiene todos los visos de haber sido organizado por
terroristas exiliados cubanos de extrema derecha, con participación o anuencia de
agencias de inteligencia norteamericanas. Como en el cruel asesinato de Carlos Muñiz
Varela y otros casos, el FBI mantiene en secreto estricto, e impide que salga a la luz, la
información que posee; así cumple su función de encubridor y quizá de cómplice. El
acusado y convicto por el crimen fue un vecino de Chagui, diagnosticado con severas
enfermedades mentales y paciente psiquiátrico; hay evidencia de que no actuó solo.
39
Cumplió cárcel hasta 1989 y ahora vive en Miami. Se jactaba de haber cometido el
crimen; tenía relación con elementos derechistas del exilio cubano, quienes además le
brindaron respaldo público durante su encarcelamiento.
Este asesinato artero es más entendible una vez se conocen las actividades
implacables y violentas del sector encubierto del estado norteamericano contra
movimientos, gobiernos y dirigentes en variados países, incluido Estados Unidos. Los
operativos y Black Operations orquestados por sus aparatos de inteligencia seguramente
incluyen los asesinatos del presidente John F. Kennedy en 1963, y de Martin Luther
King y Robert Kennedy en 1968, algo que todavía mucha gente ni siquiera se imagina.
Añádanse los asesinatos, atentados, sabotajes y difamaciones contra múltiples partidos
y gobiernos opuestos a los intereses imperialistas, no digamos ya los dirigentes cubanos
y otros comunistas y anticolonialistas alrededor del mundo. En las últimas décadas han
crecido la evidencia y la información —cautelosamente marginadas por los medios—
sobre la colaboración entre la CIA, el FBI, las Fuerzas Armadas, la inteligencia militar,
terroristas del exilio cubano, cuerpos de policía corruptos, la mafia, racistas
supremacistas, y mercenarios, militares, paramilitares y fascistas de América Latina,
Europa y otras regiones. Hay íntima colaboración entre la CIA y grandes medios de
comunicación que ayudan en el encubrimiento y olvido de los crímenes.
A mí no deja de asombrarme, sin embargo, cómo fue posible que la Comisión
Política y el Comité Central del PSP (de veinte a treinta personas) no tomaran mayores
medidas para ayudar a Mari Brás a retirarse de la intensidad de la política después de
una agresión tan brutal como el asesinato de su hijo. Si Juan insistía en seguir adelante
con su candidatura de 1976, sería razonable aceptarlo; pero después de las elecciones
tenía que irse a tomar un gran descanso, y replegarse para dar atención a la pérdida de
su hijo y a su vida privada. Cuando fuese prudente regresaría al plano público,
preferiblemente de forma regulada. La pérdida de un hijo significa para un padre o una
madre un dolor permanente, tal vez el peor, una herida que difícilmente se cierra. En
el siglo XXI es común que un golpe así reclame ayuda psicológica inmediata, y durante
meses o años. En los años 70 no prevalecía esta idea en su forma de hoy, pero era
obvio que una persona requeriría atención especial en tal circunstancia.
En el caso de Chagui, la dura pérdida no fue resultado de algún accidente, sino de
violencia criminal, e incluso de una acción de represión política de extrema crueldad,
seguramente calculada y planificada. Al menos era necesario, digamos, ordenarle a Juan
que recibiera ayuda y tomara unas vacaciones. Después podían asignársele tareas
correspondientes a su experiencia y capacidad política, que no fueran ser secretario
general. Que el círculo partidario más cercano a Mari Brás careciese de este buen
sentido elemental sugiere un practicismo mecánico, así como el caudillismo.
La dirección colectiva del PSP era más ficción que realidad. Había una
dependencia primitiva del secretario general. Un rol absolutista que Mari se adjudicaba
respecto a su presencia pública, en un presunto papel protagónico como herencia o
sucesión del pasado independentista, y que los demás en la dirección asimismo le
atribuían, lo hacía parecer imprescindible. En lugar de apreciar que era una persona,
con los rasgos comunes a todos los seres humanos, la ideología caudillista suponía al
líder un supermán, un semidios que puede contra todo lo que se le tire y siempre sale
intacto pues tiene el futuro en sus manos, etc.
La conducta de la organización, y especialmente de sus cuerpos directivos, con
relación al asesinato de Chagui, dejó ver características importantes y desafortunadas.
Se remiten a la ausencia de un concepto y una práctica para crear una institución que
40
persista en el tiempo y el espacio a pesar de los embates de la represión contra sus
miembros; que forme muchos líderes y descanse precisamente en la solidez de la
acción colectiva y colaborativa. Que el PSP estuviese tan lejos de ser así indicaba que
su carácter marxista estaba sólo en el papel y que seguía siendo una tribu que giraba en
torno a un líder. Indicaba también que aunque la militancia de base –compuesta más
por trabajadores de salarios bajos que profesionales– albergara un deseo real de
construir un partido de la clase obrera, el liderato, encabezado por Mari, no le daría
paso. En 1978 Mari usó la aspiración de la militancia de base, de construir el proyecto
socialista, para permanecer en el liderato del partido. Que en 1981 decidiese liquidar
de una vez el proyecto socialista, pues, no respondió simplemente a una crisis
emocional por el golpe atroz que había recibido, sino más aún a la ideología política
que siempre había cultivado, y que dominaba las capas dirigentes del PSP.
La intensidad del periodo, más la presencia en el país que el PSP tenía, operaron
a favor de que se marginara, bajo el dramatismo de la actividad pública, el tema del
sufrimiento por el asesinato de Chagui que naturalmente sus padres y familiares tenían
que estar experimentando. El PSP asumió como algo natural que Mari Brás debía ser
protagonista y orientador en el agitado clima posterior a 1976. El partido entró en una
crisis que alteró sus cuerpos directivos. Entre la militancia se formaron diversas
fracciones y polémicas candentes referentes a cuestiones teóricas, la actividad armada,
y prácticas organizacionales. En general los demás supusieron indispensable la
presencia de Mari en aquella multitud de discusiones, así como él mismo, quien no
podía desatender un momento fluido en que su primacía pudiese estar en riesgo. Se
sobrentendió que él dirigiría el curso de los debates y, desde luego, convalidaría como
secretario general.
Juan y su sector prevalecieron en la crisis apoyándose en el deseo, que no
compartían verdaderamente, de la generalidad de los miembros de mejorar y continuar
el proyecto socialista, que recogió el programa de 1978. Sacaron a otros dirigentes que
acaso hubiesen podido encabezar tendencias opuestas a la suya, castigándolos al estilo
estalinista, esto es, adjudicándoles los obstáculos y reveses –reales o supuestos– que el
PSP había tenido en los años previos. Por cierto, los marginados favorecían el principio
del partido de los trabajadores.
En Mari, la debilidad de su compromiso con el socialismo equivalía a la gran
fuerza de su nacionalismo pequeñoburgués, que lo obligaba a mantenerse al mando de
la escenografía del teatro social patriótico a costa de su vida personal y, aunque él no
lo viera, de la misma causa independentista, no digamos ya la causa de la clase obrera.
Este afán protagónico fue destructivo contra un proyecto de la clase obrera, pero en
la ideología de Juan mantenía en alto, en la mente, el mito romántico independentista
como valor absoluto en sí mismo, aunque tuviese escasa referencia en la realidad, y a
la vez, justamente, por el independentismo estar apocado y marginado en la realidad.
Ninguna persona hubiese estado en condiciones intelectuales normales, menos
aún óptimas, después de recibir un golpe tan duro, para estar al frente de una
organización política, y todavía menos si ésta se viese como protagonista del destino
patrio en sentido inmediato. Es sabido que en varias ocasiones Juan dio muestras de
dejadez moral e intelectual, lo cual se reflejó en episodios en el plano personal; algo en
que, por cierto, también participaron otros miembros de la directiva. En 1982 Mari
Brás llegó a advertir frente a varias personas, incluyendo una firmante del Manifiesto
y líder de la zona de San Juan, Marta Elsa Fernández, que si la discusión seguía,
terminaría “a tiros y bofetadas”; una conducta lamentable en una persona de 55 años,
41
y un signo peligroso de lo que hubiese podido ser un gobierno bajo su liderato. No
sería extraño que una parte de Mari sintiera un entendible hastío. Ello explicaría su
conducta de eliminar de una vez el proyecto socialista; burlar las normas de la
organización; amenazar y maltratar personal y públicamente a los contrarios; y tratar
de imponer a como diese lugar su preferencia individual, lo cual eventualmente logró,
como si el partido fuese su empresa privada.
En el fondo Mari Brás querría retirarse a alguna modesta actividad
independentista y a proyectos intelectuales personales, lo cual hizo después de 1982, y
hubiese perfectamente podido hacer sin alejar al PSP del socialismo. Impuso su
particular inclinación sin una idea clara de qué proponía o buscaba; pero esta ausencia
de idea clara delataba el poder psicológico de la ideología, la cual se manifiesta más en
la conducta y la práctica que en el plano ideático. El debate le puso un freno por unos
meses, pero al final prevaleció y liquidó el partido; o, si se prefiere, el partido se
autoliquidó.
16.
Es elocuente el título del libro de Mattos Cintrón, Puerta sin casa; crisis del PSP y
encrucijada de la izquierda (1984). Uno toca una puerta creyendo que es la parte frontal
de una casa, pero la casa no existe. Uno ha sobrentendido las cosas. No existe la
realidad que uno suponía. Tocamos en vano, pues, a la puerta del socialismo. Es una
metáfora. Muchos creímos que el PSP trataría en serio de ser un partido de los
trabajadores, pero esta intención sucumbió velozmente a otros deseos y a tradiciones
boricuas poderosas. Aunque la intención existía en muchos militantes, prevaleció más
bien como pantalla, como imagen creada por el independentismo en el deseo de una
revolución imaginada que terminara de golpe la difícil realidad.
Debe añadirse, sin embargo, que el PSP agrupó seres humanos que reunieron una
fuerza moral extraordinaria en el país, y se entregaron a la lucha con una autenticidad
admirable. Recuerdo entre tantos militantes una sincera hermandad y disposición
frente a la fuerza del estado; la alegría de compartir solidaridades, temores y cariños; la
generosidad de familias de diversos recursos económicos que ofrecían lo que tenían;
las discusiones intelectuales con desenfado y buen humor; la franqueza en las
observaciones sobre el yo y el otro en ánimo de crecer; las conversaciones entre
jóvenes sobre si la marihuana y otras drogas representaban libertad o una estrategia
imperialista; el escepticismo saludable ante el discurso grandilocuente; la esperanza de
abrir camino al socialismo y ver luego cómo se continuaría; la valentía que proveía la
acción colectiva frente a una represión feroz; la lucha por el simple derecho a la playa
en una isla caribeña y un San Juan atrapado entre edificios para ricos; la solemnidad al
cantar La Internacional que interrumpía el usual vacilón dicharachero; el abundante
diálogo entre erotismo, entusiasmo político, moral de combate y relación sexual; la
intolerancia e inseguridad de la policía, que debía suprimirlo todo; el gradual comienzo
de las críticas al patriarcado y al machismo y de la conciencia de la cuestión de la mujer;
los contrastes cómicos entre nuestra cultura antillana y los textos europeos; la irrupción
masiva e imponente de la salsa y otras músicas populares que tanto estimularon la
lucha izquierdista; el gusto y el orgullo por los cantautores que la misma lucha producía;
el gesto cruel del policía que se topaba con la mirada de quienes no se amedrentaban;
la ingeniosidad divertida de las campañas locales en los pueblos y barrios; la unidad
socialista que lograban el teatro, el periódico, la poesía, el baile, las fiestas y los grupos
42
musicales; un amanecer con un poco de café con leche en el piquete de una huelga
junto a una conversación entre estudiantes ingenuos y obreros curiosos; las guardias
en prevención de atentados en el periódico y la imprenta hasta la madrugada con algún
revólver; jóvenes parejas trabajadoras que organizaban su tiempo para cuidar el bebé,
repartir las hojas, cobrar el periódico, ir a trabajar al día siguiente y por la noche asistir
a reuniones cansonas y a menudo innecesarias; el rigor intelectual y la generosa
gentileza de Miñi Seijo Bruno; las carcajadas tarde en la noche, en el segundo piso,
durante los cierres de edición del periódico; la creativa organización, con escaso dinero,
del primer festival de Claridad en Villa Capri en 1973; la extraordinaria masividad,
nunca vista antes ni después, en la organización revolucionaria que logró la FUPI entre
el estudiantado en los primeros años de los 70; las risas por una frase en un texto de
Mao; la curiosidad excitante al conocerse entre sí socialistas de diferentes trasfondos;
una marcha estudiantil por Capetillo y el casco de Río Piedras con banderitas del Frente
Nacional de Liberación de Vietnam; la infinita amistad y la genuinidad memorable de
algunos que ya no están; la admiración por la tarea que demarcó monumentalmente
Fidel Castro, de que la humanidad aísle y derrote al criminal imperialismo
norteamericano.
La metáfora de la puerta sin casa puede ser también de Puerto Rico. Suponemos
que existe un país, incluso una nación, pero en realidad todavía debe ser construido, y
el camino parece haberse perdido. Muchos países se debaten ahora entre ceder a la
cultura improductiva y la coerción financiera que el sistema capitalista-imperialista
promueve, o fundar bases propias. Puerto Rico, carente de estado nacional, está en
situación extrema.
Puerto Rico tuvo gobierno propio en 1897, sólo por unos meses y formalmente,
cuando logró la autonomía de España. Hoy su suerte está completamente determinada
desde afuera. Hay una tendencia de desintegración, a la que responden protestas y
luchas de resistencia de organizaciones y comunidades, que expresan la energía
nacional-popular. El pago de su deuda y los intereses bancarios implican crisis
perpetua. Prevalecen la incertidumbre de los medios de producción y de las inversiones
y una economía de servicios encabezada por el poder financiero. La economía es
informe e incierta en tanto economía puertorriqueña, pero normal y competitiva en
tanto extensión de la economía estadounidense. Si las clases se constituyen en su
movimiento político, el proletariado boricua tendrá que hacerse a sí mismo con su
propia organización. La burguesía optó por desaparecer como clase, reduciéndose a
una fragmentación de capitales individuales dentro del sistema comercial y financiero
estadounidense. De aquí su ideología anti-nacional respecto a Puerto Rico.
Adviértase cómo se formó la relativa modernización de Puerto Rico. Entre 1941
y 1946 un gobernador estadounidense progresista, R.G. Tugwell, buscó expandir la
productividad; ampliar y diversificar la agricultura; estimular la industria local, y
planificar la economía. Después Muñoz Marín y el PPD se atribuyeron todo esto,
aunque su administración operó en sentido contrario, o sea, a favor de una invasión
de capital monopólico norteamericano y de la destrucción de las fuerzas productivas,
lo que desencadenó un torrente migratorio. Tugwell amplió la UPR, abriéndola a las
clases populares; de aquí surgieron numerosos intelectuales y profesionales que
nutrieron las clases medias, así como discursos independentistas. Amplió el sistema
escolar y en 1944 admitió que fuese en español; intentó unir la ciencia y tecnología que
se producían en la UPR a la agricultura y la empresa industrial nativas; y para planificar
la actividad económica —lo que chocó con intereses capitalistas criollos— creó la
43
Junta de Planificación, y la Escuela de Planificación de la universidad. Para una
administración a base del mérito creó la Escuela de Administración Pública de la UPR.
Fue una utopía. Tugwell usó a Puerto Rico como laboratorio de un desarrollo
económico ideal dentro de un régimen colonial. Pero el colonialismo a fin de cuentas
se funda en el poder de los monopolios, la banca y aparatos militares y mediáticos.
Tugwell había tenido simpatías hacia el socialismo; en la década de 1920 viajó a la
URSS como parte de una delegación sindical. Sobre todo, fue parte del equipo de
gobierno de F.D. Roosevelt, el cual fue excepcional por su regulación de la banca y los
monopolios, y su apoyo a las fuerzas del trabajo. La inversión inicial que hizo posible
el experimento de Tugwell fue una cantidad colosal de fondos federales, en 1940, para
construir bases militares; iban dirigidos también a entrenamiento vocacional de
trabajadores, infraestructura, redes de electricidad y agua —de aquí las autoridades de
Energía Eléctrica y Acueductos y Alcantarillados—, asistencia a pequeños negocios,
becas de estudio, vivienda social, etc.
Puerto Rico ha sido formado, pues, en el medio colonial. Lo mismo podría decirse
de toda América, que desde el siglo XVI surgió de actividades militares, mineras y
productivas que interesaban a los centros imperialistas, a costa de las sociedades y
civilizaciones que existían en el hemisferio, y gracias a un comercio transatlántico de
seres humanos esclavizados. Sin embargo, Puerto Rico ha tenido muy limitadas fuerzas
para separarse de la economía imperialista y crear un poder propio. De ahí que el
anexionismo criollo –en el que han participado burgueses azucareros y banqueros, así
como masas obreras y afrodescendientes– haya argumentado que Puerto Rico se
formó dentro del sistema estadounidense y que, aunque tenga una cultura diferente,
Estados Unidos es suficientemente democrático para admitirlo como “estado”.
En cambio, el marxismo leninismo ha hecho notar que en muchos países la clase
capitalista ha sido incapaz de formar la nación, por lo que los trabajadores deben ser
quienes realicen esta tarea. En cualquier caso, en los procesos sociales nada está escrito
en piedra. Si logra masividad y calidad suficientes, un movimiento político puede
alterar la realidad socioeconómica.
17.
La escasez de medios de producción propios impone un reto extraordinario a cualquier
pretensión de independencia, pues hay que crearlos. No es difícil concluir que la
formación de medios de producción, y de una economía nacional, dependerá de que
las clases trabajadoras –que en Puerto Rico están intelectualmente entrenadas en una
medida notable– encabecen una nueva organización de la vida socioeconómica.
Exigiría empresas cooperativas, privadas y del gobierno, y una reproducción de
intelectuales de ciencias y tecnología. Es indispensable imponer controles serios al
poder bancario e instalar un gobierno que mantenga a raya al imperialismo, pero el
capital privado puede usarse en favor de la nueva economía, si se le regula. Todo lo
cual exige asegurar un poder político del pueblo trabajador cuyas masas y dirigentes
estudien estos temas sobre bases científicas, y tracen una estrategia.
Atraídas por los bajos salarios de otras partes del mundo, las empresas
norteamericanas vienen a la Isla menos que antes. El programa iniciado en 1947 de
traer inversiones ofreciéndoles jugosos incentivos –al cual se llamó “desarrollo
económico”– se empantanó en la crisis social perpetua boricua y fue decayendo desde
los 70. En 2015 Puerto Rico se declaró oficialmente en quiebra. En Puerto Rico se
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importa el 85 por ciento de los alimentos, que se venden en monopolios
norteamericanos llamados supermercados. Las fábricas, cuya cantidad ha disminuido,
corresponden a cadenas de producción de empresas norteamericanas, de modo que si,
hipotéticamente, los trabajadores las ocuparan de forma revolucionaria, tendrían que
buscarles un nuevo sentido. Aparte de inversiones foráneas, Puerto Rico tiene en el
siglo XXI dos fuentes económicas principales: los fondos federales y el crédito (que
debe recuperar). Integrada a Estados Unidos, la economía isleña es considerada
oficialmente la más competitiva de América Latina (si se considerara latinoamericana);
en ella destacan las finanzas, seguros, turismo, real estate, y corporaciones farmacéuticas,
petroquímicas, electrónicas y de textiles, extranjeras claro está. Las productivas son
aquí actividades de pocos empleos. Las que se remiten al mercado interno van dirigidas
al consumo, sobre todo de clases adineradas y medias o trabajadores de salarios
relativamente altos.
En 2022 hay cerca de seis millones de boricuas en Estados Unidos, mientras hay
3.2 en la Isla. En la experiencia puertorriqueña destacan la vida y las necesidades de las
familias trabajadoras, que se desplazan por el territorio norteamericano. La pobreza
general de los puertorriqueños, en la Isla y Estados Unidos, y su dependencia de las
asistencias federales, se confunden con los nuevos niveles de pobreza que
experimentan las clases populares estadounidenses, que también dependen
crecientemente de fondos federales. Un partido socialista que se desplazara entre la
Isla y Estados Unidos hubiese podido, o podría, comunicar los boricuas en ambos
lados y éstos con la clase trabajadora norteamericana. Podría intervenir en los giros
que tome la cuestión del estatus jurídico-político de Puerto Rico.
Albizu Campos y sus compañeros fueron presos y muertos por llamar la atención
sobre lo que podría calificarse como una destrucción socioeconómica de Puerto Rico.
La protesta boricua se repite una y otra vez, en incesantes manifestaciones de
individuos, comunidades y agrupaciones. En cierto modo las protestas reafirman el ser
social y nacional; las reproducen sucesivas generaciones. Aunque indiquen debilidad
con relación a los logros que en general tienen, las protestas muestran una fuerza
modesta pero persistente con relación al poder que enfrentan. El estado vigila las
protestas, no sea que adquieran nuevas cualidades. No hay todavía una estrategia que
trascienda la reacción a los abusos, pero todo boricua —aquí y allá— es
potencialmente machetero, como se ha dicho a veces. No le han dejado más
alternativa.
Hoy es asombrosa la cantidad de agrupaciones y reclamos ambientalistas en
Puerto Rico. También, muchos jóvenes se dan a esfuerzos de ayudar a pobres,
marginados, adictos y enfermos, llevándoles comida y suministros de supervivencia, y
ayudándoles en la recuperación y el alivio. Intentan proyectos locales, barriales,
comunitarios y empresariales: comedores, clínicas, cooperativas, fincas, escuelas. Es
una labor civil que parece el eco de una conciencia social y una pasión patriótica
difundidas en generaciones anteriores. Estos esfuerzos “espontáneos” están en
contacto con otros parecidos en Estados Unidos y países caribeños. Cumplen tareas
que debería cumplir un gobierno responsable, especialmente en tiempos de desastre.
Este conjunto de grupos es una especie de disperso “partido socialista” ambiguo e
incierto, si bien fundado en el sentimiento genuino.
En las circunstancias puertorriqueñas, el “estado” está conformado por las
relaciones de poder entre Washington y San Juan. En la administración gubernamental
de ambos lados abundan la corrupción, el racismo y la ineficiencia burocrática. Es un
45
aparato mecánico e insensibilizado ante las dificultades que enfrenta la sociedad para
reproducirse en Puerto Rico. Pero es también parte de una decisión estratégica tomada
hace tiempo por el estado norteamericano: Puerto Rico no se desarrollará como país
o colectividad. No será considerado una nación, sino un reguerete de gente, por así
decir; o sea, simplemente un sitio de utilidad geopolítica poblado por individuos.
Desde 1917 estos individuos son “ciudadanos”; es decir, agentes libres con derecho a
trabajar, estudiar, recibir ayudas y vivir dentro del mercado estadounidense, y en alguno
de los 50 llamados estados. Asimismo, cualquier estadounidense puede pasar
irrestrictamente por la Isla o residir en ella; incontables negocios turbios se desplazan
libremente entre ambas orillas.
Los bancos, los medios noticiosos y de publicidad comercial, y las megatiendas,
supermercados y otros grandes comercios organizan la vida puertorriqueña. El mismo
gobierno degrada los sistemas escolares y la UPR, y no ve problema alguno con la
difusión de drogas que neutralizan y atontan la gente. Está de moda el sujeto
vulnerable, descentrado, desajustado, ignorante, drogado, pendiente sólo de su cuerpo
e intimidad, y obediente.
En el neoliberalismo que se impuso en parte del mundo desde los años 80, el
capital aporta poco al gobierno y a los servicios esenciales, y se centraliza en las
empresas más poderosas y transnacionales, haciendo a los ricos más ricos y liquidando
los negocios pequeños. El poder financiero sofoca la productividad industrial y
agrícola al imponer deudas y altos intereses, y succionar inversiones que podrían ir a la
producción de bienes necesarios para la sociedad.
Estados Unidos y buena parte de Europa occidental han echado a un lado la
actividad productiva y asumido la llamada economía de servicios: banca, finanzas,
comercio, seguros, propiedades, redes tecnológicas, educación, gobierno,
entretenimiento, publicidad, hospedería, turismo, consumo de masas y de lujo. (En
estas regiones ricas la productividad se concentra en nichos de la más avanzada
tecnología.) La represión política es parte de las inversiones. Las tecnologías de
vigilancia e inteligencia, la industria de armamentos, las armas de destrucción masiva,
la reconstrucción de países destruidos y el financiamiento de todo esto son grandes
negocios, y a la vez parte de una especie de gobierno transnacional. Su núcleo de poder
y centro de mando, Estados Unidos, tratará de impedir a toda costa que regrese el
comunismo, o el sur global atente contra los privilegios de los países más ricos. Sus
servicios secretos no tienen límites éticos ni presupuestarios.
18.
En lo que fueron acontecimientos de gran importancia para la humanidad, en algunos
países triunfaron en el siglo XX revoluciones nacionales y populares dirigidas por
partidos comunistas. Lograron formar estados que han podido frustrar las continuas
actividades en su contra. Pudieron “colarse” y escaparse del sistema global. La
Revolución Bolchevique había abierto algunos caminos. La hegemonía socialista
asegura el proyecto de liberación nacional y la autodeterminación económica y política
del país.
Preocupación principal del imperialismo norteamericano ahora es que la
República Popular de China encabeza una tendencia para cambiar el mercado mundial.
Las relaciones internacionales pueden dejar de favorecer al imperialismo, si se basan
en la cooperación. China viene contribuyendo a la infraestructura y productividad de
46
decenas de países en desarrollo, muchos de ellos muy pobres. Tener bases productivas
propias contribuirá a un estado más avanzado, y será más difícil que el imperialismo lo
sabotee o lo derroque. Así acaso podrán neutralizarse, gradualmente, los extremos
imperialistas del capital, o los más virulentos de ellos.
El comunismo como internacionalismo revolucionario ha cesado por ahora. El
aparato político del capital ha logrado usar la intensa interdependencia comercial y
financiera global para cancelar la perspectiva de que puedan instalarse regímenes
revolucionarios que desafíen el sistema internacional. Hasta las estrategias
anticapitalistas dependen de inversiones capitalistas. Más aún, el imperialismo
norteamericano ha mostrado su disposición a destruir gran parte de la humanidad con
tal de impedir el comunismo. Comprensiblemente, muchos identifican revolución con
guerra, estrangulación económica, escasez y destrucción. Las dificultades para
visualizar una revolución han contribuido a la crisis de la izquierda. Especialmente en
los países más influenciados por Estados Unidos, muchos no ven perspectivas a un
intento socialista, al menos según se ha representado comúnmente.
Por ahora, pues, el socialismo es principalmente de estado: China, Vietnam, Laos,
Cuba, Corea del norte, Venezuela y otros. Más exactamente, aspiran al socialismo y
favorecen las clases populares mientras construyen sus economías nacionales. Estados
Unidos trata de minar, aislar y eventualmente destruir a China y otros de éstos; y a
países que persigan su independencia económica, como la Federación Rusa (que ocupa
un espacio enorme codiciado estratégicamente por el imperialismo) y otros.
Sin embargo, la lucha de clases es como un topo, que sale a la superficie en
momentos y modos inesperados. Se ven ideas socialistas en movimientos populares
electorales de América Latina; y en ésta y otras regiones países del sur global emergen
empujados por las masas trabajadoras del campo y la ciudad.
A la crisis relativa del socialismo en nuestro medio contribuye que la economía de
servicios significa mayormente actividad no productiva, y además salarios muy bajos e
inciertos, lo cual dificulta la disposición a la acción obrera colectiva. (Sin embargo, en
2022 en Estados Unidos aumentaron grandemente las intenciones de organización
sindical entre los trabajadores, a causa de las onerosas condiciones laborales.) En
cambio, el socialismo se basa en la capacidad productiva —incluyendo la ciencia y
tecnología— que hace posible la sociedad y las naciones. La marginación del trabajo
de manufactura y agricultura en naciones occidentales, donde nació el marxismo, ha
contribuido a la crisis del socialismo. Esta crisis, pues, no fue causada simplemente por
el colapso de la Unión Soviética y sus países aliados de Europa oriental, en 1989-91, si
bien este factor fue importante. Por cierto, el capital rápidamente colonizó los países
del ex-bloque soviético, algo que contribuyó a disparar el poder global de las finanzas.
Convendría examinar también la transformación cultural que han traído las tecnologías
digitales, y su función en la recomposición del capitalismo.
La crisis terminal del PSP en 1982 puede inscribirse en una tendencia mayor, a
saber, la des-politización de las clases trabajadoras. El alejamiento de la clase obrera
respecto a que ella misma sea un actor político, y cree su propio desarrollo intelectual
y radical, es uno de los factores más desafortunados que trajo –en algunos países– el
último tramo del siglo XX y ha crecido en el XXI. Ha sido parte de un intento de
relanzamiento del capitalismo. En la URSS y los estados de Europa oriental esta
despolitización de la clase obrera fue crucial para el eventual colapso del socialismo.
No sé en qué grado existirá en la actualidad en China, Cuba u otros estados adscritos
al socialismo. Por consiguiente, las clases populares tienden, de nuevo, a delegar la
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política en políticos profesionales, en lugar de convertirla en lo que debería ser, una
discusión informada entre toda la sociedad. Así el poder se concentra en tecnócratas,
burócratas y presuntos líderes, y se facilitan la secretividad –centralización de la
información en unos pocos– y la corrupción, la cual el neoliberalismo disparó
espectacularmente. En Estados Unidos y países europeos muchos trabajadores
abrazan ideologías de derecha que canalizan sus frustraciones por la explotación y el
desempleo, y así nutren partidos de derecha nacionalistas, populistas, etc. En todas
partes, sin embargo, los trabajadores protestan por los desmanes del capital y luchan
por elevar la calidad del estado, reclamando de diversos modos una política alternativa.
Los países del sur vienen emergiendo e intentando su desarrollo económico
nacional. La producción industrial mundial tiene ahora sus lugares más importantes en
China, Asia, África, América Latina, el Mediterráneo, Rusia y Europa oriental. El
ascenso del sur global tiene que ver con el gran salto internacional en cantidad y calidad
de la educación y el conocimiento desde los últimos decenios del siglo XX. Se dibuja
una gradual confrontación, inicialmente comercial –pero podrá evolucionar–, entre el
sur global y el bloque de Estados Unidos y Europa occidental.
El intercambio comercial mundial ha favorecido tradicionalmente a los países
ricos y al imperialismo. Esto está cambiando, y parece que debe cambiar
necesariamente. Pues una vez un país tiene soberanía política está forzado, quiéralo o
no, a desarrollarse para competir en el mercado mundial y crear un excedente que le
permita un progreso en la balanza comercial. Claro está, la construcción de bases
productivas nacionales es una labor compleja y de largo plazo, y a menudo requiere
inversiones de países capitalistas poderosos. Estos últimos podrían tratar de colonizar
al estado-nación en desarrollo, pero como éste debe modernizarse y consolidarse para
ser competitivo y engrosar su mercado interno, tiende a persistir en su acumulación
propia. Cómo un proyecto social y nacional puede controlar al capital privado y
extranjero, en vez de ser al revés, es uno de los grandes temas del presente. El
socialismo es punto de apoyo de la independencia económica nacional. La mayoría de
los países en desarrollo no impulsa todavía proyectos socialistas, pero a los estrategas
imperialistas les preocupa la ascendencia que el socialismo tiene en el sur global.
Puerto Rico está marginado de estas cuestiones. Ha sido anexado por el
capitalismo estadounidense. Un factor que aceleró esta anexión de facto fue la debilidad
política del sector anticolonial, la cual ha continuado. De aquí lo decisivo de abandonar
el proyecto de partido, que se debatió en el PSP en 1982.
La cultura popular puertorriqueña resiste de mil formas. Insiste en crear sociedad,
en una lucha por la sobrevivencia, por así decir. Los trabajadores buscan proteger las
nuevas generaciones, algo que indica el impulso primigenio de formar sociedad, a pesar
de todos los obstáculos y de las autoridades oficiales. Luchan por la escuela, la
comunidad, el ambiente, la democracia, la convivencia, y por un gobierno al menos
apto y responsable. Resisten el desmantelamiento de instituciones que se crearon a
partir de la época de Tugwell. El carácter antisocial de este desmantelamiento se
dramatiza en la irresponsable privatización de la AEE, que ha redundado en un saqueo
del erario de un país en quiebra y en aumentos de los precios de consumo, junto a un
empeoramiento escandaloso del servicio. La clase trabajadora lucha, admirablemente,
por volver a dar un contenido puertorriqueño a la precaria institucionalidad. La
disminución de esta última es parte del carácter contradictorio y desordenado del
capital, que destruye lo que construye.
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La independencia de Puerto Rico sigue siendo una posibilidad; en el siglo XXI
esta posibilidad se inscribe en una seria crisis i) del estado nacional de Estados Unidos,
ii) del imperialismo norteamericano, y iii) de la cultura euroccidental que ha dirigido al
mundo durante 500 años. Por otro lado, el socialismo atraviesa una crisis de
recomposición que podrá suponer un nuevo crecimiento en el futuro; si el planeta y la
humanidad han de salvarse, el socialismo es indispensable. Puerto Rico se afirma sobre
todo en sus producciones representacionales: cine, teatro, artes, música, literatura,
estudios sociales. Dado que tiene una fuerte cultura, ésta podría ser un punto de partida
para nuevos esfuerzos socialistas. Son necesarios un inventario de los recursos sociales,
económicos y políticos de las regiones de la Isla y Estados Unidos, y un análisis de
estos recursos. Una red socialista de investigación y estudio sería bienvenida, como