Federico Cintrón Fiallo (De la revista Nueva Pensamiento Crítico, enero 2023)

Detengámonos un momento en el concepto utopía. Tomás Moro, en el 1516 denominó así su concepto de una isla perfecta en lo político, lo social y lo legal. Sus argumentos partieron de la filosofía y la religión; fueron una crítica a su sociedad contemporánea por los conflictos sociales y entre estados; criticó la propiedad privada y defendió la propiedad común. Independiente de estar de acuerdo o no con sus fundamentos, incluso con su especificidad utópica, su libro Utopía y el uso dado a esa palabra significaba una crítica a su presente y un intento de presentar una solución futura en bien de la humanidad. Con el tiempo, el término se ha bifurcado en varios conceptos: a) sistema futuro imaginado de muy difícil o imposible realización y b) representación de una sociedad futura favorecedora del bien humano. Así encontramos su definición en diccionarios. Además, a contrapelo, la moda es hablar de distopía: representación futura de una sociedad con características negativas.
Los ideólogos del capitalismo asumen ambos conceptos a) y b) y los integran como un ideal bonito con el que se podría estar de acuerdo, descartan su utilidad y enfatizan en la dificultad de su realización. En Puerto Rico desde Muñoz Marín, el padre de nuestro colonialismo denominado ELA, es común oír, incluso dentro de los estadistas, la frase, “la independencia es un ideal bello, pero es una utopía…”. Frase seguida de múltiples planteamientos “prácticos” para descartarla como imposible, ajena a la realidad, no pragmática. En el discurso colonial imperialista del Partido Popular Democrático (PPD), defensor del ELA, el estado actual es lo mejor entre dos mundos: no somos un estado dentro de los EU y mantenemos nuestra identidad nacional; no somos una “república pobre y antidemocrática” como el resto de América Latina; EU nos subsidia con fondos federales; tenemos libre acceso al mercado de la metrópoli; podemos migrar libremente a su territorio; y otros planteamientos que, por supuesto, no mencionan las contrapar-tidas negativas de explotación y dominio imperial. Para ellos, los males que afectan nuestra economía, la educación, la salud, la vivienda y la agricultura, entre otros, son producto de la gobernabilidad de la colonia por nosotros los puertorriqueños, nada que ver con el sistema colonial capitalista.
Los ideólogos del capitalismo igual rechazan la utopía de otra sociedad posible no capitalista, no patriarcal. Ese rechazo se le acompaña con los planteamientos del fin de los grandes discursos, del triunfo del capitalismo sobre el socialismo, de que este llegó para quedarse, de la existencia de un capitalismo salvaje y otro humano; de que la posibilidad de estos últimos debe ser el motivo de la lucha social, de que es posible mediante reformas mejorar el capitalismo. El mensaje ideológico es, el capitalismo es el sistema vigente y único del presente y el futuro. Para ellos, se equivocó Marx al teorizar sobre el carácter histórico de los sistemas económicos, de la finitud de todos, incluyendo el capitalismo, y de las contradicciones de clases dando paso a otras sociedades. Su consigna es: vivamos el presente capitalista y trabajemos por mejorarlo.
Pero hay otra conceptualización c) de utopía que integra, resaltándolos, su carácter crítico y esperanzador. La utopía es un futuro imaginado, Sí; es un futuro difícil de alcanzar, Sí; es una visión futura favorecedora del bien humano, Sí; pero es el resultado del descontento, de la insatisfacción, del rechazo y de la frustración con el presente y con lo del pasado que este arrastra.
Socialismo utópico y fantasía

A finales del siglo XVIII y principios del XIX surgió la utopía del socialismo, principalmente planteada por Saint-Simon (1760-1825), Fourier (1772-1837) y Owen (1771-1858). De acuerdo a Engels (Engels, 2006: Prologo a la primera edición alemana. Del socialismo utópico al socialismo científico), como socialistas -refiriéndose al socialismo alemán, a Marx y a él mismo-, “están orgullosos de descender” de ellos. La crítica principal a este socialismo que denominan utópico estriba en[1]:
…no actuar como representantes de los intereses del proletariado…no se proponen emancipar primeramente a una clase determinada, sino, de golpe, a toda la humanidad…pretenden instaurar el reino de la razón y de la justicia eterna… apelaban a la razón como único juez de todo lo existente. Se pretendía instaurar un Estado racional, una sociedad ajustada a la razón… Se trataba por eso de descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden social, para implantarlo en la sociedad desde fuera, por medio de la propaganda, y a ser posible, con el ejemplo, mediante experimentos que sirviesen de modelo.
[Refiriéndose al experimento de Owen en la fábrica de New-Lanark, fundada en 1784 y su intento de las comunas comunistas llamadas por Engels “comunismo oweniano”.]

Engels concluye que el socialismo utópico de los tres Saint-Simon, Fourier y Owen es una fantasía. Antes de Marx su concepción fue idealista y ha sido conocida como el socialismo utópico, basada en aspectos abstractos, moralistas, como críticas a las manifestaciones del feudalismo e inicios del capitalismo, pero sin atender los fundamentos económicos de estos, las relaciones de producción. Un socialismo planteado sobre la capacidad del ser humano, incluida la burguesía, para reformarse, para asumir sentimientos de justicia y reorganizar la industria y al Estado considerando a los obreros y desposeídos. Marx y Engels recogen el concepto de socialismo, pero lo plantean desde la perspectiva fundamental de la lucha de clases, de las relaciones sociales, de las fuerzas productivas y del análisis del estado (Engels, 2006).
Marx y Engels (1999) reconocen de los socialistas utópicos, incluso de Moro, sus críticas a los diferentes momentos históricos que cada uno vivió, “Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad gobernante”. Incluso no critican sus visiones utópicas en cuanto a ser incorrectas o no deseables. Todo lo contrario, las asumen como extraordinarias ideas beneficiosas para la humanidad, “Y, sin embargo, en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio de crítica, puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente. Por eso, han contribuido notablemente a ilustrar la conciencia de la clase trabajadora” (Ibid.). Sus críticas, el señalarlas como utópicas, en sentido de fantasiosas, es en cuanto al aspecto práctico de cómo se realiza, de cómo se implementa, por ejemplo, los experimentos de Owen y Fourier, pero en contraposición a la concepción materialista de la historia de cómo se dan los cambios sociales: “Pero no aciertan todavía a ver en el proletariado una acción histórica independiente, un movimiento político propio y peculiar” (Ibid.). Es decir:
Esos autores pretenden suplantar la acción social por su acción personal especulativa, las condiciones históricas que han de determinar la emancipación proletaria por condiciones fantásticas que ellos mismos se forjan, la gradual organización del proletariado como clase por una organización de la sociedad inventada a su antojo. Para ellos, el curso universal de la historia que ha de venir se cifra en la propaganda y práctica ejecución de sus planes sociales” (Ibid.).
El problema no está en la formulación de las utopías, sino en el carácter idealista y metafísico de considerar al capitalista y al sistema económico capaz de cambiar por obra y gracia de la idea de bien común, de la propaganda, de la divulgación de la idea del bien, sin la intervención de la lucha de clases, el desarrollo de las relaciones de producción y el proceso revolucionario que cambie las relaciones sociales, es decir, su relación con el poder y los intereses de clases. Ya para su época, Marx y Engels[2], comprendieron que los experimentos de Owen, la fábrica New Lanark en Escocia y la comunidad New Harmony en Indiana, y los Falansterios de Charles Fourier, eran intentos reformistas que, como ocurrió, no pueden sobrevivir sin la transformación total del sistema[3].
Aspiran a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad, incluso los mejor acomodados. De aquí que no cesen de apelar a la sociedad entera sin distinción, cuando no se dirigen con preferencia a la propia clase gobernante. Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema para acatarlo como el plan más perfecto para la mejor de las sociedades posibles.
Por eso, rechazan todo lo que sea acción política, y muy principalmente la revolucionaria; quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeños experimentos que, naturalmente, les fallan siempre. (MPC)
Pensemos la utopía

El gran cineasta argentino Fernando Birri acuñó la genial frase: “La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar”. Ese alejamiento no significa inviabilidad, irrealizable. Su significado es sumamente dialéctico. Es reconocer que es un andar, y como dice el poeta Antonio Machado, “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Yo añado, en el caminar, se genera un proceso. Es un camino que contiene la herencia social del pasado, la existencia del presente y la esperanza de otra existencia sin los lastres del pasado ni del presente opresor. Walter Benjamin (2008) escribió, “la función de la utopía política: iluminar la zona de lo que merece ser destruido”. Al respecto nos recuerda Moira Pérez (2021), “«utopía del presente» —con frecuencia se presenta al contenido de la utopía como algo que no existe en absoluto, que está sólo en el futuro. La utopía, si bien es algo hacia lo que vamos, no surge de la nada ni está completamente desconectada del presente”.
Es, además, un futuro incierto. Contiene la incertidumbre innata de lo desconocido, todavía no realizado, y de la ciencia en cuanto hipótesis. Conoces lo que no quieres, buscas un cambio, pero en el proceso intervienen vicisitudes, descubrimientos, avances tecnológicos, reinterpretaciones de la vida, surgen nuevos valores y se enjuicia, tanto el pasado como el presente, desde nuevas perspectivas mostradas por la praxis. Marx lo plantea con gran precisión al señalar que, todo proceso social es contextual e histórico y, en términos actuales referente a lo nacional diferenciado de lo universal, también aplica a lo que llamamos cultura. Abundemos.
Las frustraciones, los reclamos, las luchas y las esperanzas de los pueblos y de sus sectores y clases sociales, están conformadas por el contexto existencial de sus vidas. El desarrollo específico de las fuerzas de producción, de las relaciones sociales y de las conquistas materiales y culturales en un país determinado, más las influencias externas, que hoy en día son tan palpables con el estado de la tecnología de las comunicaciones, le dan contenido. Se procesa una compleja epistemología en la que se ve lo nacional y lo universal subsumido en contradictoria y compleja visión de mundo. Cuando en un país se levantan reclamos y se plantean soluciones a determinado problema social, se hace enfocando ambas cosas, se recoge tanto la condición específica que se sufre como el conocimiento que se tiene de cómo se ha enfrentado en otros países. En el contexto específico de Puerto Rico, tanto lo ideológico, lo político, lo económico, lo ambiental, como lo cultural, está mediado por la hegemonía estadounidense y eurocéntrica. Baste mencionar algunos ejemplos: nuestras leyes no pueden entrar en contradicción con la constitución y las normas del comercio interestatal de los EEUU; las leyes laborales y la organización sindical no pueden contravenir la ley Taft Harley y el salario mínimo se determina por el prevaleciente en la metrópoli; el ideal a seguir en los procesos electorales tienen como ejemplo el sistema político estadounidense; hasta el lenguaje, el contenido y las tácticas de las luchas sociales en lo ambiental, lo sexual, el feminismo y lo racial, se asume partiendo de cómo se da en la metrópoli; el inglés ha pasado de un idioma extranjero y tratarlo como segundo idioma a oficial, a ser el símbolo de inteligencia, sabiduría y calidad. Los otros días asistí a una feria agrícola. Para mi sorpresa, en un pueblo donde alrededor del 80% de la población no domina el inglés, los letreros anunciando los productos, los nombres de frutas criollas, las explicaciones de algunos procesos, estaban en inglés. Ya no hay queso del país sino Puertorrican cheese, la parcha, tan abundante en nuestros campos, ahora es passionfruit, la cúrcuma es tumeric y el arándano es red cramberry. Peor aún. Si pides un producto por su nombre en español no te entienden, debes llamarlo por su nombre comercial tomado del inglés.
En lo estético la concepción de belleza humana o artística es el fenotipo blanco europeo-estadounidense, sus colores y formas. Se toma, como referente determinante del canon en la literatura y el teatro, las obras europeas y estadounidenses. Todo lo nuestro, de Puerto Rico y del Sur Global, se subestima, se desprecia, se empequeñece, como folclor, como tentativas de alcanzar el ideal europeo-estadounidense, como criollismo y como descendencia de culturas superiores a las que debemos nuestras identidades. Somos pueblos en formación hacia ser el Norte Global.
En Puerto Rico, junto al problema de la americanización con el idioma también tenemos la celebración de las fiestas nacionales, las personalidades y la historia del invasor. Celebramos el día de los presidentes (norteamericanos, por supuesto, en la colonia no hay presidentes sino gobernadores); el día de gracias de los colonos por la matanza de los indios norteamericanos, y tomamos el “modo de vida” gringo (por supuesto, no el de los pobres, ni migrantes, ni afrodescendientes) como la aspiración, no utópica, a seguir.
Esa ideología colonial euro-estadounidense se yergue en desprecio de nuestros constructos nacionales, tanto en lo identitario, como lo político, lo económico y lo cultural. Sin embargo, el problema no es bipolar, una cosa o la otra. La simplificación nos puede llevar a profundos errores ideológicos y tácticos, pero, sobre todo, a la formulación de utopías falaces. Debemos eludir el discurso esencialista. Nuestro acercamiento debe estar basado en un análisis social crítico (Cintrón Fiallo, 2010) usando el pensamiento complejo (Morin, 2004). Debemos ver el efecto de la ideología partiendo de Gramsci (1978), Fanon (1970, 1999) y Quijano (2014). Es necesario abundar en la complejidad de los conceptos marxistas de alienación y fetichismo, como del gramsciano de hegemonía, el planteamiento de lo glocal y el de hibridación.
Ese contexto variado entre países contribuye a formar utopías diferentes que responden a las manifestaciones particulares de sus condiciones de opresión, desigualdad e injusticia. El grito feminista, afrodescendiente, de la comunidad LGBTQ+, de los migrantes, de las diferentes etnias, del colonizado, de la crisis climática, son luchas que cobran forma y formulaciones a niveles diferenciados por países. A su vez, esas diferencias contienen hilos comunes que las atan y globalizan, como se demuestra en el uso de los términos Sur global y Norte global. En la actualidad los contextos nacionales tienen mayor interrelación e interdependencia entre sí que nunca antes en la historia de la humanidad.
Los contextos nacionales, a su interior, son contenedores de múltiples utopías coexistentes. Cada sector social tiene reclamos propios a sus economías, culturas y políticas nacionales. Cada sector tiene esperanzas en un futuro en el que destacan la liberación de su condición de opresión. Son utopías justas que se presentan separadas ante la urgencia que representan para cada sector librarse de su sufrimiento. Constituyen segmentos de la utopía antisistema quelas abarca.
El acercamiento, mediante conquistas reformistas, alteran la utopía contra el sistema capitalista, patriarcal, racista, sexista, clasista y colonial. Al ser conquistas, que siempre están en un proceso de avance, estancamiento y retroceso, enfrentando contra ofensivas, se demuestra ese carácter de proceso. La conquista de la utopía de otra sociedad futura se va construyendo modificándose. Cuando miras hacia lo caminado vas notando los retazos conquistados y los retrocesos, un proceso dialéctico donde su progreso no es lineal, es nunca acabado, nunca conquistado cien por ciento. Comprenderlo es eludir la frustración y seguir luchando con optimismo. Y el horizonte en unas ocasiones nos parece al alcance de la mano y otras se nos aleja más allá de donde nos da la vista pero, en cualquier caso, es cualitativamente diferente a los reclamos y las esperanzas que lo forjaron.
Una de las diferencias entre reformismo y revolución es precisamente la distinción cualitativa del proceso en ambos casos. Las medidas reformistas, los avances parciales, tanto en lo económico, lo político, lo colonial o cualquier otro reclamo por equidad, justicia y contra los males del racismo, la homofobia, la xenofobia, la misoginia y la crisis climática, son conquistables y sus luchas deben apoyarse. Pero la historia ha demostrado que, mientras más atentan contra el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo más vulnerables son ante el contraataque del capital. La historia está llena de ejemplos y vale la pena leer el libro del economista Ricardo Fuentes Ramírez (2017) en el que analiza las “conquistas” de la socialdemocracia.
Algunos retrocesos reformistas, e incluso revolucionarios, han sido por contraataques directos, por ser conquistas pro forma y porque se mantuvo la hegemonía y no hubo transformación ideológica y contrahegemónica. La abolición de la esclavitud no eliminó el racismo y, además, tomo otras formas como la trata humana y la explotación de los migrantes. Las luchas feministas de los siglos XIX y XX lograron grandes conquistas, pero no se eliminó la misoginia ni la violencia de género ni la desigualdad salarial. Las conquistas libertarias de los siglos XVIII y XIX en América han sido sustituidas por el neocolonialismo. La nacionalización de los recursos naturales y las políticas públicas de servicio del estado atendiendo condiciones fundamentales como la educación, la salud, la vivienda, la energía eléctrica y el agua potable, se han revertido por el neoliberalismo.
Hay también algunas conquistas que significan triunfos de significado psicológico, pero son puntuales y revertidas incluso a corto plazo como, por ejemplo, el verano del 2019 derrocando al gobernador de turno, pero logrando el PNP continuar en la gobernación, incluso ganado las elecciones posteriores; o la salida de la marina de Vieques, pero la continuación de la marginación de su población y la expansión del capital extranjero en la adquisición de terrenos sin que se cumpla la total limpieza de explosivos de la isla. Siga usted añadiendo ejemplos de cómo el neoliberalismo colonial ha contraatacado conquistas del pasado y bloquea otras del presente.
Inclusive, mayores triunfos sistémicos y estatales, como el triunfo de la Revolución Mexicana del 17, la constitución de la URSS y los países socialistas europeos, la revolución China, la cubana, el triunfo de Allende, Chávez, Evo Morales, el Frente Sandinista de Nicaragua, Pedro Castillo en Perú, han sido revertidos, o de alguna forma obstaculizados y desviados de sus objetivos y carácter revolucionario iniciales, por las fuerzas capitalistas internas y externas, y la ausencia de transformación ideológica en esos procesos de avanzada. En Puerto Rico hemos vivido esos contraataques del neoliberalismo imponiéndonos la Junta de Control Fiscal estadounidense y del abusivo cobro de la deuda por los buitres financieros. El fortalecimiento de las fuerzas ultrareaccionarias, fundamentalistas religiosas y neonazis han retomado o amenazan con tomar los gobiernos de varios países alrededor de todo el mundo: EUA (Trump), Italia (Meloni), Francia (Le Pen), España (VOX), Brasil (Bolsonaro), Puerto Rico (Proyecto Dignidad), además de otros tantos en Asia, África y América.

No vamos a discutir la experiencia de cada uno de los ejemplos de países mencionados. Analizar sus logros, así como sus errores políticos, económicos y militares, requieren estudio aparte de cada uno de ellos y los abordaremos posteriormente. Lo que queremos señalar es, que la utopía que los precedió llevó a esas conquistas y, logradas, partiendo de sus experien-cias, se reformularon. El horizonte, ante las nuevas condiciones se alejó porque se han alcanzado algunos reclamos y porque han surgido nuevos, incluso partiendo de lo logrado. En el proceso se obtuvieron conquistas que de alguna forma han superado el estado del cual se partió, tanto en teoría como en lo práctico. El proceso nos ha enseñado que ninguna conquista la podemos dar por permanente, pero que las más perdurables han sido las surgidas de un proceso combativo, de movilización popular y revolucionario o por lo menos antisistema. Así lo plantea Moira Pérez (2021):
Significa señalar que el cambio social no es lineal; que las transformaciones no se dan de una vez y para siempre y que las formas estructurales de opresión social, más que erradicarse, suelen mutar hacia nuevas modalidades. Esto nos obliga a prestar más atención a las formas de opresión que persisten, aunque ya no nos afecten a nosotros y a quienes nos rodean. Y también significa reconocer la contemporaneidad de ciertos problemas que usualmente imaginamos como exclusivamente del pasado, así como de posibilidades que solemos posponer a un futuro utópico.
La utopía tiene, además, la característica de ser universal y local, acercándonos al concepto de glocalización de Roland Robertson (1995) y trabajado por Ulrich Beck (2008), pero destacando, que lo caracteriza ser a la vez una contradicción, una coexistencia de un universa-lismo, principalmente en los sectores privilegiados, y un localismo en los marginales que constituye un contexto cultural incoherente, pero real y existente, en un proceso cultural dialéctico y de interinfluencias, sumamente complejo y debatible, que Canclini (2000, 1990) llama hibridación. Unas interinfluencias al interior de cada país y con lo universal, entre clases, etnias, naciones, sexo, flujos migratorios, el “arte” y el folclor, pero también, entre las luchas reivindicativas y el poder, entre las utopías y el estado. Contexto cultural histórico de una globalización limitada construida sobre privilegios de clase y el predominio de relaciones interestatales y nacionales de dominación y poder. Marx también estuvo consciente en su análisis de la historia que, aunque hay aspectos universales y se pueden extraer leyes en la historicidad de los cambios sociales, en cada sociedad, en cada época histórica, en cada sistema económico y político, había que encontrar sus propias variables para su análisis. Las utopías del siglo XIX varían de las del siglo XX y estas de las del siglo XXI, aunque haya aspectos comunes y se arrastren reclamos del pasado que no se han logrado o de los cuales se tienen nuevas perspectivas. Las utopías reflejan esas variables históricas, tanto en sus formas como en lo sustantivo.
En Puerto Rico como en América Latina han surgido varias denominaciones para conceptualizar las utopías de nuestros pueblos: sociedad poscolonial-poscapitalista; independencia; socialismo; socialismo del siglo XXI; el buen vivir -Sumak kawsay- (Avellaneda, 2010, Martínez, 2013) otra sociedad posible, sociedad no capitalista-no colonial-no patriarcal. Tanto en nuestro caso como en los países latinoamericanos sus usos no son excluyentes unos de otros. Dentro de un mismo país, las izquierdas, según el énfasis que resaltan, usan uno o más de uno.
En Puerto Rico, independiente del uso práctico o teórico de ellos, por nuestra condición colonial, en todos incluimos la conquista de la soberanía y la independencia nacional. En nuestra actual lucha política no se recoge la independencia como un reclamo al margen del sistema económico y político utópico. En este sentido, el sujeto revolucionario promotor de la independencia ha dejado de ser la nación como ente abstracto. Todos los sectores políticos, que incluyen la independencia en sus plataformas de lucha, la conciben como una conquista intermedia, como un estatus político necesario para emprender un proceso anticolonial, decolonial, contrahegemónico y anticapitalista donde el abanico de los sujetos revolucionarios incluye la lucha antipatriarcal y abarca a la comunidad LGBTQ+, las mujeres, los afrodescendientes y los movimientos ambientalistas, además, por supuesto, de la clase obrera. Una visión clasista más acorde con las experiencias de la humanidad. Ya no se trata solamente de liberarse de las amarras del colonialismo en la subordinación a EEUU, sino de buscar otro Puerto Rico posible sin las lacras de discriminación, injusticia social y explotación en las relaciones sociales existenciales y de producción.
Todos esos conceptos utópicos tienen los siguientes rasgos comunes. Parten de sus condiciones nacionales y por ello el énfasis en determinados reclamos y procesos intermedios varían. Además de una perspectiva continental, que en realidad podríamos decir es hemisférica ya que incluye la lucha antiimperialista y lograr soberanía plena librándose de la hegemonía estadounidense, es universal en la defensa del ambiente y por lograr relaciones comerciales internacionales justas, equitativas y no extractivistas. Sus énfasis varían incluyendo reclamos obreros y sindicales, una participación democrática; mejores condiciones de vida; mayor libertad; mayor protagonismo, por ejemplo, en los países andinos por estados multinacionales; respeto y reconocimiento a las culturas y comunidades afrodescendientes; los derechos equitativos de la diversidad sexual y de las mujeres; la garantía de los servicios esenciales de salud, educación, alimentación, vivienda y trabajo; derechos migratorios; la lucha contra la crisis climática y contra las intervenciones, militares y políticas, extranjeras e imperialistas.
Escribe Boanventura de Sousa Santos (2017, 114):
El problema es que, sin la concepción de una sociedad alternativa, el actual estado de las cosas, por violento y repugnante que sea, no generará ningún impulso para una oposición fuerte o radical, o una rebelión. Es evidente que el hecho no se le ha escapado a la creciente política neoliberal de derechas, que desde los años ochenta ha ejercido el poder no desde el consenso político (basado en preferencias entre distintas alternativas) sino más bien desde la resignación política (basada en la ausencia de alternativas).

Tener y proclamar una utopía es una necesidad consustancial a la lucha de los pueblos por ser crítica y esperanzadora; debe constituir una herramienta de lucha ideológica, táctica y estratégica, de la izquierda radical; debe enmarcar los reclamos sectoriales en la lucha contra el sistema capitalista colonial patriarcal y, sobre todo, partir de que, su conquista, está estrechamente relacionada con la hegemonía ideológica, el poder, los intereses de la clase dominante y el imperialismo estadounidense. No hacerlo así nos deja en el camino reformista que a la larga sustenta al capitalismo. Sin utopía no hay lucha contrahegemónica. La izquierda radical, mientras lucha junto a todos los sectores sociales oprimidos y marginados, mientras lucha por aliviar sus condiciones y lograr conquistas parciales, tiene que señalar la meta antisistema.
…apostar a un cambio en el futuro también implica plantear una transformación en cómo representamos el pasado y cómo nos vemos en el presente. […] tramar colectivamente una utopía no implica solamente mirar hacia el futuro, sino también trabajar sobre la multiplicación de narrativas acerca del pasado, narrativas que potencien la agencia de los «nuevos sujetos» expandiendo el horizonte de imaginación y posibilidades. (Moira Pérez, 2021)
Escribió Žižek (2003):
[…] la verdadera utopía no es algo que uno se imagina, un sueño, sino que es algo que en realidad surge de un impulso, de una necesidad pura y autentica de sobrevivir, una necesidad de supervivencia cuando uno se encuentra en una situación en la que ya no es posible una salida dentro de las coordenadas de lo habitual, entonces nuevamente destaco que la utopía es algo que uno se ve obligado a imaginar uno se ve forzado a imaginarla y no es algo que surja libremente de una fantasía sino que es un imperativo de una urgencia de una situación […]
Y concluyo, afirmando a la filósofa queer Moira Pérez, “reivindico la importancia y la necesidad de las utopías como motor de la crítica radical y de la imaginación política. […] llamo la atención sobre los riesgos de plantear a la utopía como algo exclusivamente del futuro, invitando en cambio a pensarla y realizarla como la construcción de un mundo distinto desde el presente”.
[En los próximos artículos trataremos la relación entre ideología, alienación y hegemonía; el sujeto revolucionario y los procesos de organización y tácticas de lucha.]
Bibliografía sugerida
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[1] Recomiendo como interesante, profundo y polémico el ensayo de Celentano (2005) Utopía: Historia, concepto y política, que entrelaza la historia del concepto utopía, el marxismo y la práctica latinoamericana. Aunque entre las utopías del continente incluye a Haití y el proyecto de Toussaint Louverture no discute otros pensadores del Caribe como, por ejemplo, Hostos y otros del hemisferio americano además de Argentina.
[2] Para conocer la posición de Marx y Engels a la literatura del socialismo utópico, a la que se refieren como “crítica-utópica”, anterior al planteamiento de socialismo científico fundamentado en el materialismo histórico, recomiendo consultar las siguientes lecturas de Marx y Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico, El Manifiesto del Partido Comunista, La ideología alemana, Anti-Duhring y los Grundrisse. Se encuentra una discusión interesante de las interpretaciones de los socialistas y marxistas del siglo XX del tratamiento del tema por Max y Engels en González (2020).
[3] Sobrevivió, sin embargo, la idea de las cooperativas planteadas en aquel entonces en un concepto amplio de cooperación, fundamento histórico de los sistemas cooperativos actuales, que como se demuestra en Puerto Rico y otros países, pueden coexistir con el capitalismo sin ponerlo en riesgo.