Su primera novela lleva por título El trasero grande de la muerte (2022). Ella ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.
Su primera novela lleva por título El trasero grande de la muerte (2022). Ella ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.
Recientemente publicó El trasero grande de la muerte (2022). ¿De qué trata dicha novela? ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarla?
El trasero grande de la muerte es una novela experimental que narra una serie de experiencias entre los personajes que son en su mayoría residentes del municipio de Canóvanas, Puerto Rico. Los relatos usan el paso del huracán María en 2017 como un marcador de tiempo. Hay narrativas que surgen justo antes del paso de la tormenta, durante y justo después. Víctor, el contratista, está arreglando su casa y explorando su experiencia como viudo. Génesis, la hija de Genaro, el vecino de Víctor, una joven pianista, “arregla” su cuerpo y su sexualidad. Eusebio, el mejor amigo de Víctor, es un veterano, quien, a través de sus delirios provocados por el jumo, arregla sus memorias. Betsaida, una prominente compositora, burguesa de origen campesino, maestra de Génesis, arregla sus inseguridades. Finalmente, los espíritus de los fallecidos en el texto provocan arreglos entre sus respectivos descendientes o los personajes principales. La novela explora la sexualidad, el cuerpo, la muerte, el yoísmo, los conflictos, los delirios y las confusiones.
Esta novela realmente tuvo dos nacimientos particulares. Escribí la primera parte, titulada “El hermoso suicidio de Soledad María”, como un ejercicio porque quería publicar un cuento en una revista. La voz de este episodio se manifiesta a través de las lentas contemplaciones de Víctor, que fueron demasiado agudas para los confines de un cuento bien escrito en mi opinión. La voz que se manifiesta a través de este personaje se volvió tan robusta que me permitió el espacio para seguir profundizando su historia y la de su entorno. De ahí El trasero grande de la muerte se convirtió en una novela. Hay múltiples voces narrativas que difuminan la realidad en el texto.
Aunque el huracán María sitúa la trama de la novela, no fue por el paso del ciclón que la pude escribir, sino por lo que había aprendido durante esa larguísima pausa causada por la falta de energía eléctrica, agua y estabilidad en varias facetas de la vida.
Quería explorar la prosa de Pizarnik, quería comprender las dos versiones de Rayuela y quería entender el lenguaje decorado de Carpentier.
Típica recién llegada al programa graduado de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, mi plan, como el de muchos estudiantes que toman la decisión de seguir indagando en sus estudios supongo, era adquirir conocimiento, en mi caso, sobre la literatura. Mi expectativa era lógica, quería explorar la prosa de Pizarnik, quería comprender las dos versiones de Rayuela y quería entender el lenguaje decorado de Carpentier. Pensé que iba a aprender más y así saber o conocer más, pero de momento me di cuenta de que, mientras más aprendía, menos sabía, menos conocía. La prosa de Alejandra Pizarnik me exploró a mí, Rayuela tiene miles de lecturas posibles, el lenguaje de Carpentier construye, reconstruye y deconstruye el decorado que yo como lectora imagino. Que mucho aprendí para terminar sabiendo nada. Me asustó un poco, porque me estaba alejando por naturaleza de la “malvada defensa” del cuerpo.
Cuando hablo del cuerpo, es raro que me refiera a la entidad física que entendemos como cuerpo. Podría decir que los cuerpos como los míos por lo general eligen otros caminos, pero no lo digo por su feminidad, tampoco por su negritud. Llevo sortijas en cada dedo, de vez en cuando me pongo uñas acrílicas, no me aliso el pelo y la ropa que uso no disimula la naturaleza de los contornos y las curvas de mi cuerpo, además de que bailo, disfruto el diálogo corporal que se tiene con los demás, las miradas cómplices, las manos que expresan lo que uno quiere decir mientras, si en el área metro, está en competencia con el tráfico, y en el campo, en competencia con los animales o las matas que absorben las palabras como absorben la lluvia.
Por un tiempo tuve maestras en mi camino que pretendían enmarcar esta relación que tengo con mi ser dentro de una tragedia inevitable. Me habían advertido sobre la llamada academia. Me dijeron que me iban a ningunear por negra y que tenía que achicarme para evitar problemas. Me dijeron que el mundo literario espera de mi parte textos folclóricos, que insisten en los traumas y obras poco desarrolladas más allá del caos de la raza y el género. Me enseñaron a defenderme, pero, lo digo con mucho respeto, creo que fue en exceso.
Siguiendo su estilo me iba a traicionar, porque ese camino identitario me es muy estrecho. Hay una multiplicidad en el sujeto que deberíamos aprender a negociar y respetar, no esconder. Afortunadamente aprendí, aún siendo joven, que la mejor manera de defenderse y asumirse es a través de una confrontación con las contradicciones propias, no necesariamente peleando contra los prejuicios que los demás podrían tener o tratando de ser lo que una ya es. Hay poesía modernista que se caracteriza por su “evasionismo”. Eso fue para José Asunción Silva, Julio Herrera y Reissig o Julián de Casal una manera de expresar su aversión por la sociedad de esa época, pero creo que la actualidad, que está saturada con la agresividad de la incertidumbre, exige ciertos saberes rotundos y alborotados. Prefiero cuestionar la sociedad desde mi participación en ella y no necesariamente alejándome. No digo más. Leí Maldito amor de Rosario Ferré por primera vez en dos días, como una semana después del paso del huracán, acompañada por el resplandor danzarín de unos velones blancos y una linterna cuya luz iluminaba esas páginas durante ese tiempo pos-María. Rosario Ferré tiene una manera llevadera de confrontar las contradicciones propias y su libro me inspiró a usar las herramientas de la escritura para explorar y cuestionar los asuntos que para ese tiempo encontraba interesantes o incluso debatibles.
El trasero grande de la muerte, de Dorothy Bell Ferrer (La Secta de los Perros, 2022).
¿Qué relación tiene su trabajo creativo-investigativo previo a El trasero grande de la muerte y su trabajo creativo-investigativo posterior? ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de puertorriqueña y su memoria personal de la sociedad y la literatura actual de Puerto Rico o fuera?
Antes de publicar esta novela, publicaba ensayos que destacan mis experiencias personales y mis observaciones. Admito haberme caído por un tiempo en la modalidad de la denuncia, la de reducir todas las complejidades e incomodidades de la vida a la dualidad “bueno” versus “malo”, pero abandoné esa política, reaccionaria y poco productiva. Mi razón principal era y sigue siendo el amor, una confrontación que surge sin la penetración del ego que nos revictimiza. En 2020, en plena pandemia, escribí un ensayo sobre el agua del mar, refiriéndome ligeramente a la importancia de Yemayá partiendo de mis conocimientos de la Regla de Ocha cubana guiados por Enrique Machín y Mercedes Armenteros, “Gracias a la tierra que el mar no nos suelta”, publicado en la antología Proyecto Azul. Fue una colaboración entre escritores y otros artistas tales como Omara Portuondo, Dayme Arocena y Bocafloja. Lo escribí el mismo año en el que defendí mi tesis de maestría. Ya después de realizar una investigación de manera tan contundente como la que exige el departamento donde soy estudiante, una ve las cosas con otros criterios y más detenidamente. Creo que este ensayo captura ese cambio del impulso hasta la contemplación que viví a través de mi preparación como escritora académica y creativa. Antes cultivaba una voz belicosa, defensiva; ahora dejo que la voz se cultive sola, la dejo quieta y le doy su debida libertad, la misma libertad que anhelaba hasta el cansancio cuando denunciaba como todos los demás; pero de nuevo, esto creo que lo deciden los lectores.
Soy una escritora bastante incestuosa porque, aunque escribo desde mi lugar, mi cultura personal, que huele a caldosa, suena como Maelo y el Septeto Santiaguero y se mueve como Iris Chacón, me estoy preparando como una crítica literaria en un espacio que ha sido desarrollado por las inigualables hermanas López-Baralt y la gran Concha Meléndez. No soy la única escritora creativa que ha hecho esto, obviamente. Para nada es una novedad, pero quizás soy una de los únicos escritores que reconocen esa relación particular que he destacado con un adjetivo tan asombroso. Aunque defiendo mi autonomía como escritora, no me puedo deshacer de todo el conocimiento que he podido adquirir como estudiante y francamente no me puedo deshacer por completo del encanto de mis mentores, sobre todo el de la profesora Melanie Pérez-Ortiz. Melanie es tan bienhechora… Lo digo así, ella sabe muy bien que la admiración es peligrosa porque puede llegar a ser la cómplice de la censura. Sin mucho esfuerzo, la profesora me aleja de la dependencia de la mirada externa, sobre todo la que ella podría tener siendo mi mentora, para que me pueda ver bien o ver mejor como escritora.
Tampoco puedo deshacerme de mi cuerpo, el que guarda tantas memorias personales que me han dado tinta y papel para el desarrollo de varios ensayos biográficos. Mi memoria personal recae en esa superación corporal que ya mencioné. De nuevo, cuando digo cuerpo, no hablo del caparazón caribeño que habito, sino que hablo del cuerpo mío, que más allá de los ojos, observa con cada entraña, incluyendo las entrañas no físicas. La observación más marcada por el momento es la que realizaba cuando niña, a las mujeres que me criaron. Cuando niña tenía ganas de ser sus caderas anchas, no de ser esas mujeres, tampoco de tener sus caderas. Tenía ganas de ser sus caderas, sus brazos y sus labios pintados. Para mí, las caderas, los brazos, no eran lo que las hacían mujeres, fue que ellas eran mujeres con una multiplicidad en la vida. Me impresionaba cómo mientras caminaban abrían paso. Amaba cómo sus brazos hacían el mismo movimiento cuando preparaban caldos que cuando arreglaban la plomería de la casa. Adoraba cómo una tía me tatuaba la piel con su pintalabios.
Cada vez que veía a la tatuadora de pintalabios, ella dejaba mi cachete derecho, rosado o rojo. Iba al baño para verme en el espejo. Me imaginaba con los labios pintados; entonces empecé a quitar la mancha con los dedos. Trataba de poner lo que pude salvar de la mancha en mis propios labios. Una vez me castigaron porque pensaron que había usado un pintalabios y como niña de cuatro, cinco o seis años eso fue una conducta prohibida. Se me ocurrió un día besar a mi tía por la boca. Empecé a subirle la falda cada vez que la veía, le decía que era linda, le acariciaba y le besaba la boca. Ella pensaba que era nada más que por el cariño que le tenía. Me consta, un beso es una expresión cariñosa primordial para mí. Siempre he recordado esa ternura como una picardía. Era una niña picúa, pero vuelvo a ese recuerdo como un refugio de la malísima reputación que nos han impuesto a muchas mujeres. Mi cariño y admiración por ella trascendió el beso. Quería besarla porque quería ser como ella con los labios pintados, en efecto, quería ser sus labios. Pintados y capaz de marcar y manchar, capaz de interrumpir la negritud de mi piel sin hacer daño, capaz de regalarme una belleza que a esa edad no sabía nombrar. Así es como me he desarrollado como escritora. Narro mis manchas, las que dejo, las que me dejan y las que imagino o veo en el espejo.
Mis obras creativas varían porque escribo ficción y escribo ensayos autobiográficos y análisis académicos. Por el momento las obras autobiográficas cuentan con una resignificación de mis experiencias, mis observaciones y mi alejamiento de los discursos académicos o activistas que nos generalizan excesivamente a todos nosotros al introducirnos en ciertas categorías identitarias o ciertos papeles en la sociedad a partir de nuestras identidades (asumidas o presumidas). Prefiero darles espacio a los asuntos particulares que existen porque existen, como el deseo, la nostalgia inexplicable que sólo se entiende en portugués como saudade, como el amor y las sensaciones inefables. Hay que respetar la singularidad de las situaciones de la vida y la pluralidad del sujeto.
Si compara su crecimiento y madurez como persona, investigadora y escritora con su época actual en Puerto Rico, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo-investigativo? ¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo ha madurado usted?
Ya he destacado las diferencias en cuanto al desarrollo de mi voz, pero tengo un relato sobre mi profesora que me ayudó a reconocer el peligro del albergue que te ofrece la posibilidad de quedarte en “potencial”. Un día, recuerdo que fue un miércoles, me fui a tomar un café con mi profesora, Melanie Pérez. La profesora estaba emocionada porque le iba a entregar el primer borrador de El trasero grande de la muerte. Encima del borrador, había escrito unas cuantas instrucciones que quería que ella siguiera. Incluí como una minidefensa de lo que había escrito. Cogió la pila de papeles de mis manos con la mano de ella que no aguantaba la taza de café que había comprado en el timbiriche ahí en la plaza y no me dijo nada. Me miró y se echó a reír, “Ay, mi’ja”, y me miró con una sonrisa hasta en los ojos. “Bueno, profe, léalo primero y después me dice”. Se frotó los ojos, “ay, mi’ja, ven acá, pero ¿soy tu profesora?”. “Si no puede leerlo está bien”. “Ay, mi’ja, tú a mí, tu profesora de literatura, ¿me vas a decir cómo leer un libro? Ay, nena…”. “Ay, profe, pero no se ponga así, es que lo escribí”, y ahí seguía diciéndole que tenía mi visión y quería que supiera por dónde iba con la trama del libro y se echó a reír otra vez. Me dijo: “Y yo tengo la mía como todos tus lectores van a tener la suya; la tuya no me interesa, el texto se tiene que defender solo, sin ti, sin tu nombre, sin tu vida, sin tus problemáticas, tiene que ser y estar sin ti. Vete lejos de las lecturas ajenas, aléjate de la mía, de la mía, sobre todo, que no te importe. Ya te voy a leer y te digo, pero toma tu café y vete, jaja”. Se levantó para botar las instrucciones y empezó a leer las primeras páginas y corregir uno que otro error gramatical.
Traté de no fijarme en ella ni en su bolígrafo que se movía más que las palomas cínicas de la plaza de recreo de Caguas que nos dejaron compartir el espacio ese día.
Tenía ganas de llorar. Estaba nerviosa; entonces traté de no fijarme en ella ni en su bolígrafo que se movía más que las palomas cínicas de la plaza de recreo de Caguas que nos dejaron compartir el espacio ese día. Delante de mí y a la espalda de mi profesora me fijé en el carrusel. Nadie atendía ese día el carrusel, pero los figurines de los caballos estaban en su posición de hipódromo o de felicidad, lo que sea. El carrusel se burló de su propio estancamiento. Me fijaba en el reflejo de los carros que aparecieron en el metal y en los espejos del carrusel. Sabemos que si prendes el carrusel va a coger movimiento, va a dar vueltas, pero en el mismo lugar, detrás de la verja que aguanta los figurines. La libertad del carrusel está en sus espejos y en los metales de los tubos que aguantan los caballos y que aguantan los niños que los montan, porque reflejan el entorno que cambia y varía todos los días. Fue un momento que provocó en mí la resignificación de lo que había pensado que era ser escritora. Pensaba que todo era “romper el silencio”. Estaba incómoda con el silencio que hubo entre mi profesora y yo porque no era normal. Hablo y ella es capaz de terminar mis oraciones o dirigirme cuando me voy a la deriva con mis ideas. Quería a mi tía, quería robar un pintalabios ajeno, quería interrumpir algo o prender la lectura de mi propia profesora, pero ya tenía mis labios pintados. Dejé a la profesora con mi libro y mi primera confianza como novelista aprendiz. La profesora Pérez y mis experiencias personales me han enseñado una y otra vez la importancia de la dejadez controlada a la hora de escribir y también de vivir. Es parte de la madurez.
¿Cómo visualiza su trabajo creativo-investigativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico y fuera? ¿Cómo ha integrado su trabajo creativo-investigativo a su quehacer de escritora y su trabajo escrito de interés literario?
Creo que soy la novelista más joven en Puerto Rico por el momento, entonces estoy conociendo el campo y los modos de cada cual más allá de lo que he podido aprender estudiando y observando. Aunque acabo de publicar El trasero grande de la muerte, lo terminé hace unos años, cuando tenía veinticinco años. Los escritores nacidos durante la época finisecular del siglo XX, los últimos del milenio, en Puerto Rico son en su mayoría poetas, aunque hay uno que otro cuentista. Puerto Rico siempre ha tenido una hermosa tradición poética, aunque no me limito al archipiélago, tampoco a la poesía escrita en español. Tengo mucho respeto por la trayectoria poética de Chile, de Argentina, de Nueva York, de República Dominicana, pero no soy poeta y mucha poesía contemporánea me es difícil de admirar. No prefiero la poesía de la causa porque la gran mayoría de esta poesía se ha escrito no para poetizar sino para indagar en el trabajo político. Creo que el trabajo o el discurso político tiene su espacio, pero esa rebeldía tajante tiene sus límites. Siempre lo comparo con el sexo. He observado, en las redes y en otros foros, que mucha gente “joven”, o quizás debería decir de mi edad, no tiene sexo con deseo, sino para asumir una rebeldía poco explorada. Me frustra la agresividad que exige el momento histórico, aunque no la descarto.
Mi tarea como escritora no cuadra con una línea temporal ni con la reducción que pueden hacer los lectores a la hora de hablar de “generaciones”. Surge de miradas expansivas. Desde que he sido estudiante de literatura, he encontrado otras razones para leer y para escribir. Me identifico como la estudiante informal de la prosa contemporánea de Leila Guerriero, Karla Suárez y Cristina Rivera Garza. Respeto mucho el legado caribeño o latinoamericano de Claude McKay, Cortázar, Borges, Carpentier, Alejandra Pizarnik, Manuel Ramos Otero, Maryse Condé, Ana Lidia Vega Serova, Jamaica Kincaid, Ana Lydia Vega, Janette Becerra y Rosario Ferré. Me creo analista primeriza de Guillermo Cabrera Infante, Lydia Cabrera, Luis Rafael Sánchez y una que otra obra de Leonardo Padura y de Samanta Schweblin. Finalmente debería decir que soy oyente activa de las clases que me dan con su experiencia, su prosa y sus comentarios Rima Brusi, Glendalys Marrero, Luis Negrón, Ana Marina Rúa, Alberto Martínez, Rafael Acevedo, John Torres y Margarita Pintado. Ellos son los escritores creativos puertorriqueños que más me han ayudado a identificarme como escritora también.
Nunca he visto la escritura como un quehacer porque escribo desde mi alma. Desarrollo mi prosa gracias a las mujeres que me criaron, la cara (si esas expresiones pasionales) de Lola Flores, todo lo que abarca el arte de Awilda Sterling Duprey, el baile de Carlos Acosta, la relación que mantuvo Rubén González con el piano durante sus últimos años, la manera como compartía la tarima Celia Cruz con Pete “El Conde” Rodríguez, el manejo como si fuera la misma Oyá Yansá guerrera de los espíritus que poseía Johnny Pacheco sobre toda una orquesta, la delicadeza de Pío Leyva, la manera cómo mi profesora Carmen Pérez Marín da clase como una lectora seria y entregada (me inspira más como escritora que como lectora, ella camina en poemas de Neruda, ríe en cuentos de Borges y explica las cosas en metáforas carpentianas), la esencia de Aymée Nuviola y su terquedad para seguir desarrollando el son cubano desde su feminidad sumamente cubana, el estilo que mezcla los colores con lo gótico de nuestra Carola García, Basquiat y la conversación que tuvo su arte con el cubismo de Picasso y con las calles de Nueva York, Villana Antillana y Bad Bunny y cómo enojan y arrebatan al mismo tiempo por ser tan contradictorios como los que los critican constantemente, los estribillos de artistas de zonas urbanas estadounidenses como Cardi B que se defienden con una franqueza predilecta. Había otros, hay otros, habrá otros.
A veces sólo necesito mirar a las mariposas que traquetean entre los solares abandonados en los barrios colindantes del centro de Mayagüez.
A veces la gente y sus maneras de ser son suficientes para mí. El mundo es una tarima hermosa. A veces sólo tengo que leer el pentagrama del ritmo urbano entre Santurce que era Cangrejos y Santurce que quiere ser otro Santurce provocando. A veces sólo necesito mirar a las mariposas que traquetean entre los solares abandonados en los barrios colindantes del centro de Mayagüez. A veces sólo necesito reírme con los borrachos que inundan las calles ahí cerca del centro de la ciudad de Santiago. A veces sólo necesito molestarme con el celular tratando de sacar una foto de calidad de la luz de las calles de Pinar del Río que no encuentro en ninguna otra parte del Caribe, sólo necesito oler el perfume de una señora en la máquina de camino a Guanabacoa porque es el mismo que usaba mi madre cuando era pequeña. A veces sólo necesito el resplandor que pertenece a la costa de Luquillo. A veces sólo tengo que admirar la inocencia de los niños que corren detrás de las palomas y toda su asquerosidad entre los adoquines antillanos. A veces sólo necesito sentir esa decadencia que una experimenta cuando el orgasmo decepciona porque las ganas estaban y al explotar, pasó algo y ya es menos poderoso de lo que uno esperaba. Escribo como vivo. Observo lo que vivo, investigo lo que observo y leo. Los análisis que realiza Ángel “Chuco” Quintero en su obra Cuerpo y cultura me han ayudado a explorar varios temas creativos. Los que realiza Henri Lefebvre en La producción de espacio han sido mi marco teórico para mucho de mi trabajo académico. Mi bibliografía es extensa y complicada, pero cabe considerar estos nombres y entidades principales por el momento. Pero por si acaso dejo esta respuesta abierta… No he terminado de contestar esta pregunta porque no hay manera ni ahora ni luego…
Ha logrado mantener una línea de creación-investigación enfocada en la literatura en y desde Puerto Rico. ¿Cómo concibe la recepción a su trabajo creativo-investigativo dentro de Puerto Rico y fuera, y la de sus pares?
Quizás debería aclarar que mi línea de creación-investigación no es exclusivamente puertorriqueña, sino hispanoamericana y caribeña. Siempre trato de mantener un acercamiento más panorámico para evitar los límites del insularismo y para respetar lo puertorriqueño que sólo el puertorriqueño de pura cepa conoce.
Tengo una comunidad de académicos y críticos literarios puertorriqueños que me respetan como escritora, pero cabe destacar que no vivo muy lejos de la censura puertorriqueña que se le impone a cualquier individuo que no se mantiene dentro de los estrechos límites del imaginario identitario que le otorga a cada persona un guion a base de su identidad física. Pero “lo malo” de esto, está bien porque soy escritora.
Aprecio a mis lectores, especialmente a los que no se dedican a analizar la literatura de una manera formal. Me refiero a, por ejemplo, las señoras dominicanas que comparten conmigo las calles que usamos para comprar malanga al viandero. Me honra mucho su reconocimiento porque son los sujetos que viven la literatura que escribo, pero son mejores que yo porque no usan la palabra literatura. Vivo conscientemente, en dos mundos, el letrado y el popular. Aunque no me complace dividirlos, estoy consciente del clasismo que existe en nuestra sociedad. He podido cuestionarlo y contradecirlo nada más por la oportunidad que he podido tener como estudiante. Soy académica, pero sé de dónde vengo, de cajitas de pollo, de obreros y trabajadores, soy bailarina de salsa, rumba, son y bomba, entrenada por las caminatas de mis tías, y soy de esas muchachas que escuchaban a escondidas el reggaetón prohibido. Compro mi almuerzo donde el dinero me deja, en esos sitios por Barrio Obrero, Villas Palmeras, Puerto Nuevo y Santa Cruz que te venden suficiente para comer dos veces y a diez pesos, a veces menos. Por ende, frecuento los espacios folclóricos y de la cultura popular de una manera natural, y los que se consideran burgueses, porque, francamente, mi madre exigía que aprendiera a tocar varios instrumentos y me llevaba a sitios como el museo y soy amiga de docentes que me han invitado a diferentes sitios.
Fuera de Puerto Rico tengo una comunidad bastante amplia. Mis textos se leen principalmente en Cuba, Colombia, Venezuela, Argentina, México y Estados Unidos. Estamos organizándonos para que la novela sea accesible en estos países también porque hay interés. Estoy muy agradecida.
Sé que es usted de Puerto Rico. ¿Se considera una escritora puertorriqueña o no? O, más bien, una escritora, sea ésta puertorriqueña o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente usted?
Debería aclarar que mi país en este mundo es, en efecto, la ausencia de uno. De ahí vengo, de la nostalgia perpetua. Soy universitaria puertorriqueña, pero eso es porque mi formación académica y literaria ha sido casi completamente puertorriqueña, aunque por cierto he tenido experiencias académicas en Cuba y en los Estados Unidos con la nuyorriqueñidad y la cubanidad exiliada y compleja y otros asuntos latinos. Soy escritora con muchos adjetivos que se podría colocar. Creo que caribeña sería uno de los adjetivos más importantes, pero de nuevo, me alejo de los límites de la identidad. Vengo de muchos mundos, una mezcla, y no hay manera de reducir mi prosa a una sola nación porque, aunque escribo desde Puerto Rico, yo no uso pantallas, sino aretes, y cuando niña no me gustaba chupar pilones, sino chambelonas y pirulí. Me fijo en esto, en el lenguaje, la gente reduce la significación de los regionalismos, pero es probablemente porque sus propios regionalismos se reducen a una sola región geográfica. Decodifico mi vida a través de muchas aguas y muchas experiencias particulares y no es mi intención ser ni expresar ninguna otra cosa, mucho menos elegir entre una cosa o la otra a la hora de hablar sobre mí.
Me identifico como escritora, y también obviamente como puertorriqueña, caribeña.
Gracias a mi formación puertorriqueña y la prosa que me ha dado Puerto Rico en sus luchas, sus tormentas, su cultura, me identifico como escritora, y también obviamente como puertorriqueña, caribeña, pero juntarlo todo quizás debería decir caribeña radicada, preparada y disponible en Puerto Rico para escribir y aportar a la larga historia literaria del archipiélago, por el momento.
La identidad puertorriqueña es delicada y la quiero respetar. Puerto Rico ha sido ninguneado e ignorado como país porque no es una nación soberana. A veces ni respetan la literatura que se produce aquí y esto ha provocado un sinnúmero de peleas entre los escritores de aquí porque no tenemos los recursos que merecemos. Tanto aquí como en las comunidades puertorriqueñas en Estados Unidos se producen formas culturales que se celebran a nivel internacional. La constante falta de respeto que “sufre” Puerto Rico de parte de muchos otros países es mi razón por ser activamente de aquí como escritora, aparte de que vivo aquí, pero con la conciencia de la multiplicidad de mi identidad siempre sabiendo cómo esto me puede dar ciertos privilegios en diferentes espacios. No soy la portavoz de absolutamente nadie ni de ninguna comunidad. Soy simplemente una voz y espero que sigan apareciendo otras voces latinoamericanas, caribeñas, puertorriqueñas, cubanas, dominicanas, afrodescendientes y voces “otreadas”, desde donde sea.
Es importante reconocer a todos los que te dieron las semillas y te enseñaron a sembrarlas para que florezcan, independientemente de quien te vaya a reclamar las flores, pero, y quiero que esté muy claro esto: no hay país en este mundo que reciba una flor de mi parte sin que Puerto Rico no tenga su propio ramal. Puerto Rico me dio (“un”) papel en el mundo literario, literal y simbólicamente. Me enseñó a usar bien un bolígrafo para marcar los textos, la llamada literatura, diría que la tinta viene de muchas realidades cubanas, una que otra dominicana y latinoamericanas desplazadas y diaspóricas en los Estados Unidos de ser y no ser de ninguna parte…
¿Cómo integra su identidad étnica y de género, y su ideología política con o en su trabajo creativo-investigativo y su formación en Puerto Rico?
En Puerto Rico, como en toda América Latina contemporánea, se habla de escritoras y de escritoras negras. Las escritoras escriben desde un lugar que hay que descubrir, elaborar, que hay que cuestionar. Escriben desde sus contradicciones, sus deseos, sus querencias, sus molestias, sus malas mañas, sus gustos. Esas escritoras tienen permiso de perderse y vuelven a aparecer como les da la gana. Las escritoras negras tienen deberes. Tienen el deber de responder, y reducirse a la misma categoría racial que para nada tiene que ver con el mérito de escribir o no. Creo que hubo un tiempo para insistir en el reconocimiento y en la visibilidad, pero no quisiera que nos quedáramos atrapadas en el pasado, la ancestralidad y la reducción racial. Me interesa más ser escritora. Me interesa ser escritora con un punto final, quizás una coma. Quisiera ser escritora que escribe desde su lugar, su deseo, su amor, sus problemáticas, sus contradicciones, y no desde un lugar inventado por la modalidad neoliberal identitaria que me impone un espacio y exige que lo use tal como estipulan los discursos producidos por la academia y el activismo. No me interesa escribir para complacer esos discursos que se apropian del capitalismo racista para devolvérnoslo totalmente igual pero negro, femenino y cuir. Me interesa ser escritora y la única manera de realmente narrar es reclamando las complejidades de la vida. Soy negra y en otros casos mulata, siempre afrodescendiente. Reconozco mi afrodescendencia como parte de mi “lugar”, pero cuestiono ese acercamiento que realizamos muchos a lo afro como una categoría organizada en vez de un complejo lleno de ambigüedades y posibilidades que la desorganiza, hermosamente. Puedo escribir sobre mi pelo rizo, sobre el flujo cervical, sobre la vagina, sobre los ritmos afros que me criaron, sobre mi piel cobriza, sobre las mujeres negras o no que me han amado o que he admirado, pero escribo desde el alma. Mi cuerpo, tan afro y tan femenino, es un gran mérito, pero no es el único que tengo.
En El trasero grande de la muerte, Soledad es una negra como el barro, Mayi es una negra robusta, Consuelo es una negra “asesinada” y olvidada, Génesis es una pianista negra. Estas figuras son mujeres negras, pero tienen sus particularidades. Mejor sería definirlas por sus búsquedas y sus deseos.
¿Cómo se integra su trabajo creativo-investigativo a su experiencia de vida tras su paso por la Universidad de Puerto Rico? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de escritora en Puerto Rico hoy?
Casi todo mi trabajo conlleva una investigación y muchos profesores me han ayudado a desarrollarme como crítica literaria e investigadora, pero hay lecciones más importantes que debería mencionar. Vengo de una tradición literaria académica particular que no se reduce al recinto de Río Piedras. He tenido varias maestras que son respetadas en los círculos literarios y académicos, pero se destacan las que fueron jíbaras, hijas del humedal, las que vienen de la clase obrera y, en unos casos, sumamente pobres. Se destacan en sus familias como las sobrevivientes o las que superaron las luchas sociales que usurparon sus casas durante las décadas de los 60 y 70. Vengo de una realidad parecida, pero hay una diferencia, más que generacional, hay una diferencia sagaz. Tengo unas maestras que asumieron un falso silencio allá en los Estados Unidos. El falso silencio no es un silencio en sí, sino un “silenciamiento”. Lo digo así porque quiero destacar que el silenciamiento es un acto subversivo, un juego consciente entre la autocensura y los actores del Estado. Pero esta negociación a lo Xica da Silva resulta ser muchas veces dolorosa y confusa. Puede alejar a una persona de su procedencia, y bueno, la academia te puede saturar la vida.
Me han dicho con ese lenguaje que “no se usa” que lo tengo que abandonar porque nací para crear nuevos mundos con mi prosa.
Estas maestras han mirado mi melancolía o esos destellos de insatisfacción con el mundo que puedo experimentar, en los ojos, y me han dicho con ese lenguaje que “no se usa” que lo tengo que abandonar porque nací para crear nuevos mundos con mi prosa. Sus palabras han sido un bálsamo, pero no las tomo a la ligera porque sé de dónde viene ese deseo de ver (leer) otros mundos. Admiro su autocensura, su miedo a hablar demasiado, su preocupación por el qué-dirán, la oscilación que viven entre el autorreconocimiento y la autocrítica porque esa negociación que han asumido me ha lanzado a descubrir el mundo a través de la prosa. No escribo para nadie particularmente, pero ellas trascienden mis bibliografías formales y llegan a la bibliografía personal que organiza el mapa que he utilizado para llegar a asumir una libertad que no les fue accesible por las condiciones sociales de su momento de desarrollo. Quizás me ven hasta loca o como algún tipo de disidente, pero simplemente soy libre y están sus nombres en los agradecimientos de mi libertad. Es una responsabilidad escribir, y más escribir sabiendo que vas a ser leída. Esas maestras silenciadas y yo la estudiante sonante podemos chocar, pero esos choques siempre me revelan la eufonía entre la cacofonía de esos conflictos inevitables. Me ayudan a sacar las palabras correctas, a pulir bien la prosa, y eso es lo que importa. Creo que estaremos bien porque no hay ninguna realidad que la ficción no pueda descifrar.
¿Qué diferencia observa, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo-investigativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?
No veo diferencias en la recepción del público. Veo diferencias en mí como escritora como las que destaqué y mi manera de interactuar con los demás y lo digo con mucho orgullo porque ha sido parte de mi crecimiento. En fin, tengo más flexibilidad porque he podido encontrar mi voz y mi felicidad. Creo que soy más compasiva, pero eso siempre se trabaja. El trasero grande de la muerte apenas salió y, hasta el momento, los comentarios que he recibido han sido positivos. Mi obra está metafóricamente sacando su pasaporte, un pasaporte puertorriqueño, de hecho, porque la han invitado a varios países, y eso me encanta porque se destaca en muchas partes de la novela un lenguaje puertorriqueño despreciado por muchos y hasta olvidado por la misma academia que me ha “celebrado”, pero también porque intenta relatar experiencias puertorriqueñas particulares. Mi obra literaria no tiene la intención de establecer muchas fronteras, aunque me considero detallista y hablo de circunstancias específicas.
¿Qué otros proyectos creativo-investigativos tiene usted recientes y pendientes?
Estoy actualmente escribiendo dos obras creativas y dos obras formales. Mi segunda novela, cuyo título he decidido no anunciar públicamente todavía, es algo que le debo a mi primera década siendo mayor de edad. No quisiera expresar muchos detalles sobre este proyecto, pero ha sido un placer escribir el texto. Mi otra obra creativa es un libro de ensayos. Estos ensayos se caracterizan por ser ensayos autobiográficos y académicos que exploran temas eróticos, la afrodescendencia, la música, la cultura y la espiritualidad. Son ensayos académicos y a la vez informales que llevo cultivando desde que empecé a escribir ensayos personales a los diecisiete años. Mi libro de ensayos es un proyecto muy parecido a mi proyecto digital conocido como La sandunga que se repite, que es la colección de varias reflexiones (no editadas) sobre la caribeñidad y la afrodescendencia. Obviamente el proyecto imita el título del libro de Antonio Benítez Rojo La isla que se repite (1986), pero lo que diferencia mi proyecto de lo que quiere decir Benítez Rojo con ese título es el hecho de que me enfoco en la reinterpretación de los marcadores culturales afrodescendientes, partiendo desde el cuerpo como espacio y a la vez productor de espacio. Isla que se repite, cuerpo que imita, isla que se repite, cuerpo que compite. Tengo varios borradores para otros libros creativos que debería publicar, pero me enfoco principalmente en esas obras.
Formalmente estoy aún empezando mi investigación de doctorado. Me enfoco en temas sobre la subversión en la literatura y la música.
Escritor puertorriqueño (Puerto Rico, 1976). Cursó estudios de Bachillerato en Artes en la Universidad de Puerto Rico, especializándose en Sociología (B.A., 1998). Completó su educación terciaria en Puerto Rico con un Doctorado en Derecho de la Escuela de Derecho de la Universidad Interamericana de Puerto Rico (J.D., 2004) y una Maestría en Artes del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe (San Juan, Puerto Rico), especializándose en Estudios Puertorriqueños y del Caribe (M.A., 2005). En la Universidad de Salamanca (Salamanca, España) realizó estudios superiores y avanzados en Antropología Social y Derecho Constitucional (DES-DEA, 2004-2006). Obtuvo su título de doctor de la Universidad de Salamanca en 2010. Su Tribunal de Tesis calificó su disertación doctoral con un Sobresaliente “Cum Laude” por unanimidad. Posteriormente, la Comisión de Doctorado y Postgrado de la Universidad de Salamanca le concedió el Premio Extraordinario de Doctorado en Ciencias Sociales (2009-2010). Sus principales investigaciones están publicadas por, entre otras entidades, el Instituto de Derecho, el Instituto de Estudios del Caribe y el Instituto de Antropología del Derecho. Otros de sus trabajos de investigación han sido publicados por revistas de la Universidad de Puerto Rico, la Escuela de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico y el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile. Parte de su obra literaria ha sido publicada en El Sótano 00931 y Panfletonegro. Su obra literaria ha sido presentada en la Sala Café Teatro Sylvia Rexach del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré. La mayoría de sus investigaciones pueden ser libremente adquiridas en amazon.com, amazon.es, amazon.co.uk y, entre otras librerías, en Barnes & Noble. Ha sido conferenciante en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, la Universidad Autónoma de Madrid, el Museo de la Historia de Ponce y la Universidad de Salamanca. Fue el decano fundador del Instituto de Derecho Avanzado, y director académico de su Programa de Educación Jurídica Continua con el Colegio de Abogados Católicos de Puerto Rico. En marzo de 2013 fue invitado a fundar la Comisión de Asuntos del Fiscal General del Estado y del Departamento de Justicia, Sección de Estado y Gobierno Local, Colegio Americano de Abogados (A.B.A., por sus siglas en inglés), Illinois, Estados Unidos de América.
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