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La Caja… una historia contada desde la trinchera de la resistencia

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En nuestra última entrega planteábamos que ante las elecciones de las PASO en Argentina y el escenario de una extrema derecha triunfante en las urnas de mano de las clases obreras, urgía la necesidad de transformar en acciones concretas el lema de que la batalla es cultural

La furia de Milei. Foto Página 12.

Por Mariela Rígano De la edición número 16 de la revista Nueva Pensamiento Crítico.

En tal sentido, proponíamos prestar atención al trabajo que vienen realizando ciertos colectivos teatrales cuya matriz son las dramaturgias de urgencia. Así, destacábamos que los grupos que integramos en Bahía Blanca y, particularmente aquellos que llevan adelante una práctica artivista, manejan realmente un marco glotopolítico y diseñan diversas políticas lingüísticas que implican trabajo creativo y estético con el lenguaje, trabajo editorial de difusión de materiales, desarrollo de espacios radiales alternativos y trabajo pedagógico en los espacios de talleres.

Por esto mismo, hoy y tras los resultados electorales del pasado domingo que nos pone ante el escenario de un balotaje entre Javier Milei, candidato de extrema derecha de La Libertad Avanza, y Sergio Massa, candidato de Unión por la Patria (frente amplio que nuclea al peronismo, sectores kichneristas y radicales de izquierda), proponemos el análisis de una obra que estamos llevando adelante desde agosto de este año como espacio de militancia y resistencia contra el negacionismo y en defensa de los derechos adquiridos.

La Caja. Una Historia hecha de Hilachas

La obra cuenta una historia real que ha sido ficcionalizada a fin de preservar las identidades reales de sus protagonistas. La historia que da origen a esta dramaturgia son los hechos de vida de una familia que en la última dictadura cívico-militar sufrió persecución y la desaparición de uno de sus hijos. La obra cuenta el derrotero de esa familia y los estragos que produjo en ella el silencio que se les impuso desde el terror a partir de la desaparición forzada del hijo del medio, Luciano en la ficción, maestro y alfabetizador popular.

El grupo recibió la historia como testimonio de Juan, un mediador que debió intervenir para que la familia pudiera comenzar a hablar y narrar los sucesos a partir de la enfermedad del padre, Beltrán en la ficción, y su necesidad de pedir perdón por los silencios y, particularmente, a la hija menor, Ana en la obra, por haberle negado la verdad sobre la muerte de su hermano y esa parte de la historia familiar. Juan, quien empatizaba profundamente con las vivencias de ese grupo de personas, dada su condición de militante sindical y porque, según su testimonio, él podría haber sido ese desaparecido, necesitaba sanar el dolor que ese proceso de mediación le produjo y porque entendía que era necesario comenzar a poner palabras para evitar que la violencia vuelva a instalarse en nuestro país.

El grupo de teatro entendió además que, ante el momento histórico que estamos viviendo, ante los discursos de odio instalados en nuestro país, particularmente contra la militancia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y el negacionismo imperante, esta historia contada desde la intimidad de una familia permitiría un mayor grado de empatía en el público, particularmente en este momento de la Argentina, donde parece haberse instalado la máxima de que es incorrecto hablar de política en espacios públicos y/o educativos. A propósito de esto último, recordemos que La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio (espacio político del expresidente, el empresario capitalista, Mauricio Macri) agitan como bandera de campaña el pedido de una escuela pública despolitizada y, en sus palabras, “sin adoctrinamiento”.

La obra fue escrita y montada en el transcurso de un año y se estrenó el pasado 19 de agosto. En el montaje el grupo apeló tanto al lenguaje simbólico (palabras) como al lenguaje sensible (música e imagen) para recrear esta historia y construir una metáfora potente que permitiera, sin golpes bajos, recrear estos hechos y que los mismos sirvieran de fuerte metáfora para pensar nuestra Argentina actual.

Los espectadores son recibidos al llegar a la sala por los personajes de la tía Clara (único personaje completamente ficcional) y el personaje de Ana, la hija menor. Ambas en el espacio de la cocina familiar, saludan a los ingresantes y les convidan un chocolate caliente mientras sostienen conversaciones triviales con el público. Junto al chocolate el público recibe un programa de mano en el que además de los datos de la puesta y las identidades de los actores y las actrices, se puede leer la siguiente frase:

Luego de 40 años de democracia ininterrumpida hemos avanzado mucho en materia de derechos fundamentales. Creemos, sin embargo, que algunas formas de violencia política no sólo no han desaparecido sino que se han perfeccionado en su crueldad simbólica. Para alcanzar el respeto y el ejercicio pleno de los derechos humanos necesitamos un acuerdo intergeneracional que delimite prioridades, agendas compartidas y nuevos liderazgos respetuosos del debate y el diálogo. Para ello necesitamos fortalecer la memoria colectiva. Quienes integramos La Caja, desde el teatro político, abogamos por ello.

Luego el público pasa a la sala de actuación donde lo reciben los músicos y se puede ver al personaje de Beltrán en el patio de un geriátrico sentado en soledad.

Al finalizar el ingreso del público, las luces cambian, los músicos (Guitarra y Chelo) dejan oír la melodía compuesta especialmente para La Caja y comienza la función.

La dramaturga puso especial cuidado en la escritura del texto, haciendo uso de un lenguaje que remitiera a la época, que pusiera el foco en lo ideológico sin dejar de hacer sentir en el lenguaje la tensión de las palabras no dichas y de los silencios que amordazaron las bocas durante décadas. Para ello se buscó una prosa que rozara lo poético. Asimismo, esto se refuerza con la música en vivo. La música, especialmente compuesta para la obra, no tiene como intención acompañar la obra sino entrar en diálogo con los personajes y las escenas en un intento de reponer la presencia del hermano desaparecido en todo el transcurso de la obra. De la misma forma, las luces vienen a hacer presente, ante la mirada de los espectadores, la presencia de Luciano a través de tonalidades de violeta que tiñen por momentos los ambientes y las paredes.

La música tiene en la voz de Julián Ponce de León solamente un breve estribillo que suena una sola vez al develarse la verdad. La letra dice:

No pude volver

No pude sentir

Y cuando volví en tu voz…

El final de la frase se canta en una nota que queda suspendida y sostenida… el resto de la obra en diálogo con la música será esa voz de Luciano encarnada en los retazos de historia que la familia pugnará por recomponer hasta dejar de ser hilachas para ser una narrativa reparada y completa.

Los lenguajes de esta historia: una apuesta política

El grupo buscó crear una metáfora potente que, desde el entrecruzamiento de lenguajes estéticos, apelara al sentido crítico del espectador en un intento político de instalar imágenes y sonidos que trajeran al presente los efectos del terror que sembraron las fuerzas militares en nuestro pasado reciente y que, al mismo tiempo, pusiera en evidencia las consecuencias personales y colectivas del silenciamiento al que fuimos sometidos los argentinos y con el cual nos amenazan nuevamente bajo falacias que pretenden instalar que hablar de política y desde posicionamientos políticos claros es adoctrinamiento, apelando a una pretendida objetividad y ascetismo propio de las clases dominantes y colonialistas que se han apropiado de nuestras voces para contar una versión de los hechos falaz, violenta, reaccionaria y negacionista.

Asimismo, a partir de la figura de la tía Clara y de la referencia a Alicia, hermana de Clara ya fallecida, el grupo apela a evocar el rol que han cumplido las mujeres y las madres en la recuperación y el mantenimiento de la memoria en Argentina y el sostenimiento del pedido de Justicia y el NUNCA MÁS. La construcción de la corporalidad de la tía Clara apela a la lentitud y la amorosidad. Se destacan en su composición las caminatas lentas, cargadas de dolor, de silencio, de tristeza e incomodidad. Una caminata que también habla de ausencias. Los gestos además completan su presencia como un gesto amoroso, que se manifiesta en los detalles pequeños (la preparación de la mesa, el chocolate preparado y servido para “endulzar” tanto dolor, las caricias reparatorias que intentan combatir la violencia de los silencios y de la muerte), que vienen a poner hilo en las hilachas en las que ha quedado destrozada la historia familiar.

El personaje de Ana se construye alrededor del rol político que han tenido las mujeres en la postdictadura como quienes han venido a poner palabra y reparar, unir, los retazos de nuestra historia reciente, asumiendo la responsabilidad de defender el derecho de nuestros muertos a no ser negados, a no ser envilecidos y el deber, de quienes realmente defendemos la libertad, de llamar a las cosas por su nombre y hacer bandera de la militancia sin sentir ni culpa ni vergüenza. 

También la corporalidad de Beltrán habla de la dureza y la enfermedad que el silencio ha instalado en los cuerpos. Rubén Dambrosio compone un Beltrán con medio cuerpo paralizado y eso se sostiene también en la gestualidad de la cara y en su andar, reflejando la parálisis en la que ha quedado atrapado y la violencia que ha dirigido hacia sí mismo.

Esto causa un fuerte impacto en los y las espectadores, quienes acabada la obra se expresan en el marco de un espacio que se abre para la reflexión y el diálogo post función. Algunos de los comentarios señalan que la obra les parece imprescindible, dado que a 40 años de democracia es necesario recrear algunas vivencias para que los jóvenes nacidos bajo gobiernos elegidos popularmente y que viven con naturalidad la existencia y el cobijo de ciertos derechos, no los den por naturalizados y comprendan la importancia de sostenerlos y defenderlos.

El público también destaca el impacto que logra una historia pequeña, contada desde el interior de una familia, con personajes cotidianos con los cuales se puede empatizar. También desde ese lugar destacan la movilidad que produce la historia, aún en quienes no han vivido esa época, sin golpes bajos a las emociones.

La obra ha comenzado también a ser pedida por las escuelas de la ciudad. Y, en estos casos, no sólo se acude con la puesta escénica sino que se acompaña la misma con materiales didácticos y el texto de la obra para que el impacto disparado por la función replique en las aulas con el abordaje y la profundización de la temática.

Ficha Técnica

Elenco: Mónica García, Mariela Rígano, Rubén Dambrosio, Marcelo Romano

Música Original: Juan Cerritelli y Julián Ponce de León

Luces: Nadia Guzmán

Dirección: Mariela Rígano

Asistencia de Dirección: Nicolás Breno

Texto y Dramaturgia: Mariela Rígano

Nueva Pensamiento Crítico de noviembre de 2023, La Revista, exíjala en su librería.

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