Y esa verdad es su madre Flora (Magali Carrasquillo); esa verdad es un Vieques sin Marina, pero contaminado; esa verdad es una pecera que no le cambiaron el agua; un mapa mitad tesoro y mitad condena

Por Cezanne Cardona Morales El Nuevo Día
Juni dibuja con los dedos el mapa de Vieques en el muslo de Noelia. El dedo índice de Juni (Modesto Lacén) va haciendo el contorno imaginario de la isla muy cerca de la entrepierna de ella. Pero Noelia (Isel Rodríguez) conoce bien ese mapa; no solo tiene viejas cicatrices de operaciones en el abdomen, una colostomía y carga con una bolsa para las heces fecales, sino que además padece un cáncer terminal, y a veces eso es suficiente para saber a dónde uno pertenece. Entre la ternura y la sensualidad, Juni va trazando un camino de carne, hueso y deseo, bordeando tanto el ruedo medio descosido del pantalón como los hilos sueltos de la memoria, hasta que a Noelia se le zafa un peo -un pedo o un vientito, según los más castos- y se derrumba cualquier atisbo de erotismo, lanzándonos de nuevo al terreno rudo y sutil de lo cotidiano. La escena pertenece a “La pecera” de Glorimar Marrero, un filme que también es una carta náutica, una cartografía urgente y una máquina de cazar naufragios que me recordó ese otro mapa que urdió Pedro Juan Soto en su novela Usmaíl.
Quien dibuja el mapa de Vieques en la novela es un ministro de la corte española que, según Nana Luisa, buscaba complacer los caprichos de la reina Isabel II. Nana Luisa, la mujer que se encargó de Usmaíl cuando murió su madre Chefa, cuenta el mapa desde un sillón, mece que te mece, frente a una ventana por la que se divisa el almacén de la Base Naval. Según Nana Luisa, la mala suerte de Vieques viene de aquel dibujo que trazó el ministro porque la engreída reina se entusiasmó con la idea de construir un fortín Conde Mirasol en la isla nena, pero tras una perreta y un espejo roto la construcción se quedó sin fondos. Destronada la reina, el fortín se convirtió en una cárcel de ladrones. Nana Luisa reía a carcajadas contando la anécdota, pero Usmaíl no entendía la ironía. Entonces era muy pequeño para saber que su nombre procedía de los sacos de cartas y que su madre se lo puso mientras esperaba en la oficina de Correo la carta que nunca escribió Mr. Adams, un gringo colorao’ y corrupto, administrador de la P.R.E.R.A en la islita, que embarazó a la negra Chefa y luego la abandonó a su suerte.
“La pecera” viene a ser, en parte, el reverso de Usmaíl; si en la novela Usmaíl huye de Vieques a San Juan buscando otro nombre y una nueva identidad, en “La pecera” Noelia regresa a Vieques, desde San Juan, en busca de esa verdad que somos de cara a la muerte. Y esa verdad es su madre Flora (Magali Carrasquillo); esa verdad es un Vieques sin Marina, pero contaminado; esa verdad es una pecera que no le cambiaron el agua; un mapa mitad tesoro y mitad condena. “Hueles a bomba”, le dice Noelia a su madre confundidas en un abrazo. La casa de Flora, llena de cachivaches, ropa usada en bolsas plásticas, pero de sábanas limpias y almohadas frescas me recordó a la casa de Nana Luisa, construida con pedazos de otras casas y con los materiales que meticulosamente algunos obreros robaron del almacén de la Base Naval. La casa de una madre siempre es un fortín abierto. A pesar de la distancia que las separa, la película y la novela sondean territorios semejantes; en ambas hay desalojo y rabia; huracanes (San Ciriaco, San Cipriano, Irma); impotencia, ternura, sobrevivencia y abandono gubernamental (una sopa de letras federal acumulada: P.R.E.R.A., P.R.R.A, F.E.R.A, W.P.A., F.E.M.A.).
En su huida a Vieques Noelia lleva bolsas ziplock con cabello; en su huida a San Juan Usmaíl lleva un pañuelo en su bolsillo que contiene un puñado de tierra de la tumba de Nana Luisa. Mientras que Usmaíl camina ilusionado por los adoquines y se dice: “¡San Juan, aquí estoy!”, “¡San Juan, salúdame!”, “¡San Juan divina, aquí está tu negrito!”, Noelia por su parte parece decir: “Vieques, aquí estoy” o “Vieques, ¿dónde está el resto de ti?” Es decir, “La pecera” lanza un reclamo cartográfico, íntimo y público, veinte años después de la salida de la Marina. Los mapas no están hechos solo de líneas y, por eso, Noelia busca la tierra olvidada -cámara en mano- hasta debajo del mar, incluso entre los peces que merodean las balas vivas. Ya bien lo dijo Josep Brodsky: memorizar es restaurar la intimidad.
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Reseña: “La pecera” ofrece una historia compleja, ambiciosa, acertada y maravillosa