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LAS HUELLAS DE SANDINO

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Cuentan que un día, reunido junto a su gente, dijo que algo tenía que cambiar. Así no podían seguir. Si el invasor elegía las reglas, los momentos y el lugar, estaban destinados a perder. Combatir contra los Estados Unidos usando machetes y fabricando bombas con latas de conserva no tenía buen futuro. Por eso, había que aprovechar lo que tenían a su favor: el territorio y su pueblo.

Revista Livertá

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LAS HUELLAS DE SANDINO

(Un día como hoy… nacía #AugustoSandino)

Cuentan que un día, reunido junto a su gente, dijo que algo tenía que cambiar. Así no podían seguir. Si el invasor elegía las reglas, los momentos y el lugar, estaban destinados a perder. Combatir contra los Estados Unidos usando machetes y fabricando bombas con latas de conserva no tenía buen futuro. Por eso, había que aprovechar lo que tenían a su favor: el territorio y su pueblo. La sorpresa sería su mejor arma y la táctica de guerrillas su herramienta. El 19 de septiembre de 1927 sus ideas se pondrían en práctica en la ciudad de Telpaneca y, por la noche, el enemigo estaba vencido. Para cuando divisaron su escondite, diría Sandino, él y sus guerrilleros ya habían iniciado “la retirada a los bosques, ordenadamente”.

Augusto Sandino creció en un país que apenas sobrevivía entre intervenciones de los Estados Unidos, miseria y explotación. La situación social era una bomba de tiempo que nunca parecía explotar y el campesinado dejaba su vida para recibir a cambio menos que migajas de todo lo que producía. Para 1926, en un contexto de golpe de Estado orquestado por sus verdugos del norte, Sandino regresaba del exterior tras haber vivido experiencias con grupos antiimperialistas, anarquistas y comunistas que lo habían marcado para siempre. Volvía convencido de que algo debía cambiar, que el sometimiento y la quietud solo puede “acarrear el descrédito y la desaparición como pueblos autónomos”. Así, decidiría emprender su lucha. La lucha de todo el pueblo de Nicaragua

Ayudado por un grupo de prostitutas, consiguió un lote de armas que habían sido desechadas al mar y emprendió un viaje para organizar un grupo rebelde. Poco a poco, tras rechazar ofrecimientos en cargos políticos y sufrir persecuciones, ese hombre que creía en la “nacionalidad latinoamericana” y que entendía que la lucha del pueblo nunca puede tener propósitos mezquinos se fue ganando el respeto popular. No mucho después, 3000 combatientes lo acompañaban para establecerse en las selvas de la Nueva Segovia. Era el comienzo de un largo y desigual combate en el que, en alguna oportunidad, deberán librar batallas con no más de 30 guerrilleros.

Para inicios de 1933, luego de años de fuego cruzado, las fuerzas invasoras eran expulsadas de Nicaragua. Ni Sandino ni sus compañeros habían sido capturados. La guerra llegaba a su fin y el presidente Juan Bautista Sacasa decía aceptar la paz. Pero el tiempo evidenciaría que sus promesas no se cumplirían. El 21 de febrero de 1934, Sandino sería asesinado a traición por un grupo enviado por el futuro dictador Anastasio Somoza, quien tiempo después confesaría que había recibido órdenes de los Estados Unidos. Pese a todo, las huellas de Sandino seguirían allí, vivas en cada proceso de liberación latinoamericana. Su ejemplo aún es parte de cada sueño de libertad: “La guerra de los opresores de pueblos libres será matada por la guerra de libertadores y después habrá justicia y, como consecuencia, habrá paz sobre la tierra”.

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