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Luis Pedraza Leduc: La censura

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La Dra. Luce López Baralt nos lleva por un viaje histórico desde el 1501 al presente, donde el hilo conductor es la censura, la intolerancia, el temor del que gobierna a las ideas, al conocimiento. Nos recuerda la quema de libros, la censura en las artes, la persecución, los castigos y las muertes llevadas a cabo para evitar que la gente piense y actúe.

La histórica quema de libros en Berlín, en 1933.

Buenos días. La Dra. Luce López Baralt nos lleva por un viaje histórico desde el 1501 al presente, donde el hilo conductor es la censura, la intolerancia, el temor del que gobierna a las ideas, al conocimiento. Nos recuerda la quema de libros, la censura en las artes, la persecución, los castigos y las muertes llevadas a cabo para evitar que la gente piense y actúe.

Lo más grave es que la secuencia de datos nos lleva al presente y muy cerca de nosotros. El imperio que nos invadió y controla nuestras relaciones económicas, políticas y sociales vive hoy la censura y la persecución de sectores del pueblo por pensar y querer sentir distinto a las mentes de los gobernantes.

Sobre la guerra cultural que se libra hoy en EEUU nos dice “Consterna pensar que esas protestas masivas a favor de la libertad de pensamiento no se podrían dar en el Estados Unidos de hoy. Mucho menos en la Florida del gobernador DeSantis, cuyas insólitas guerras culturales han dado paso a la censura abierta de libros y de ideas ajenas a su ideología fundamentalista. Su estrecha visión de lo que debe constituir la educación podría convertirse en la Ley 999, que muchos tachan de “apocalíptica” pero que ha estado bajo consideración de la Legislatura norteamericana. Dicha ley, cuyo nombre alude escandalosamente a la plata 99.9 “pura”, obliga a las universidades públicas a alinearse con el pensamiento oficial ultra conservador. Prohibe especializarse en gender studies (recordemos la ley “Don’t Say Gay”) y veda los estudios sobre la historia de la esclavitud. Suprime cualquier curso que se desvíe de los principios estipulados en la Declaración de la Independencia: el estudio del genocidio de los indios americanos y de los esclavos negros queda automáticamente al margen de la ley.”

Una visita a la Florida nos pone sobre aviso del frente cultural y político que se abre para quienes pensamos, leemos, respetamos la diversidad y las ideas. Lo grave es que cada vez más aparecen seguidores de esta ideología fundamentalista para promover que sus líderes asuman puestos claves en el gobierno. Puerto Rico no es una excepción.

Luis Pedraza Leduc

Del cardenal Cisneros a Ron DeSantis

El Nuevo Día   26 Mar 2023

Luce López Baralt

La plaza de Bibarambla en Granada fue el escenario de un suceso atroz en 1501: la quema de libros que el cardenal Cisneros organizó para “depurar” el cristianismo español de todo vestigio cultural árabe. Los moriscos y sus alfaquíes tuvieron que entregar todos sus libros, muchos de ellos encuadernados con lujosos cierres de plata. Allí voló en humo lo mejor de la cultura islámica española. Tan eminente había sido ésta, que los inquisidores decidieron salvar de las llamas los libros de medicina, para su uso propio.

Una censura inmisericorde habría de teñir de peligro el mero acto de escribir en los años sucesivos. López Pinciano se queja en 1556: …querrían [los inquisidores] que nadie se aficionase a las letras humanas por los peligros, entienden ellos, que en ellas hay […] ésta y otras necedades me tienen desatinado, que me quitan las ganas de seguir adelante.

El gramático Antonio de Nebrija se siente incluso inhibido de pensar: “¿Qué esclavitud es ésta […] que no se te permite decir libremente lo que sientes? […] Y no sólo no se te permite hablar, sino ni siquiera escribir algo escondido en tu propia casa, musitarlo solo en lo profundo de una fosa, o darle vuelta a solas”. Fray Luis de León, tachado como “bestia” por el censor inquisitorial de turno, admite que la angustia de escribir bajo censura produce textos hipócritas: “Me ha sucedido lo que debe sucederle a todos los que […] escriben algo, que no están de acuerdo con muchas cosas de las que escriben”. Enseñar era otro reto: Cantalapiedra, profesor de hebreo y árabe en Salamanca, tenía que comprar sus libros “chaperoneado” por un Inquisidor, pues la sola posesión de textos en estas lenguas ya estaba prohibida en España.

Santa Teresa de Jesús quemó sus Conceptos del amor de Dios, porque su confesor de turno consideró que rayaban en la herejía. San Juan de la Cruz engulló sus propios escritos a toda prisa porque lo incriminaban. Es obvio que tenemos que leer la literatura del Siglo de Oro entre líneas, pues sus autores comunican su mensaje oculto con “señas de sordomudos”. Ahí está, entre tantos otros, el caso de Cervantes. Si propone una idea demasiado arriesgada, tiene que desdecirse enseguida para complacer a los censores. Cuando su personaje morisco, Ricote, afirma que en la Alemania protestante se vivía “con más libertad de conciencia”, enseguida tiene que alabar el edicto de expulsión de su propia casta morisca, alabándolo como un “gallardo decreto”. Cervantes ha denunciado la inflexibilidad de la Iglesia española, y se ve obligado tratar con hipócrita amabilidad su terrible decisión de arrojar los moriscos al mar. ¡Y ello, a riesgo de parecer estúpido!

Pero no todos se plegaron a la censura. Margarita Porrete prefirió morir en la hoguera en el París de 1310 antes de retirar de circulación su Espejo de las almas simples. Giordano Bruno tampoco abjuró de sus ideas sobre la infinitud de los mundos –con las que se adelantaba a Einstein— y ardió en el Campo de Fiori de Roma con un bozal que le impedía arengar las multitudes. En 1633, y tras ser obligado a retractarse de su propuesta de que la tierra circulaba alrededor del sol, Galileo susurró para sí su célebre Eppur si muove (“a pesar de todo, se mueve”). Aunque se niegue la veracidad de un hecho, éste sigue siendo verídico.

En el siglo XX la censura franquista llegó a extremos bufos al doblar las películas al español. Como el romance adúltero de Clark Gable y Ava Gardner en Mogambo era inadmisible, se tradujo el parlamento como si fueran “hermanos” y no amantes. Los censores nunca han tenido muchas luces, y la película terminó por sugerir que se trataba de un incesto en vez de un adulterio…

La supresión de ideas surge siempre que hay crisis graves en una sociedad. Recordemos la quema de libros en la plaza Opernplatz de Berlín de 1933, con la que los nazis quisieron “depurar” la cultura alemana de “contaminantes” extraños y formular una cultura nacional aria “químicamente pura”. En Berlín no sólo ardieron libros judíos, como los de Stephan Zweig y Sigmund Freud, sino las obras de Thomas Mann, Hemingway y Bertolt Brecht. El acto salvaje fue repudiado internacionalmente, y el P.E.N. Internacional lo asoció con razón al advenimiento de un “periodo oscuro” en Alemania. Hubo también manifestaciones masivas en Nueva York, Chicago y Filadelfia para denunciar aquella inhumana quema censoria.

Consterna pensar que esas protestas masivas a favor de la libertad de pensamiento no se podrían dar en el Estados Unidos de hoy. Mucho menos en la Florida del gobernador DeSantis, cuyas insólitas guerras culturales han dado paso a la censura abierta de libros y de ideas ajenas a su ideología fundamentalista. Su estrecha visión de lo que debe constituir la educación podría convertirse en la Ley 999, que muchos tachan de “apocalíptica” pero que ha estado bajo consideración de la Legislatura norteamericana. Dicha ley, cuyo nombre alude escandalosamente a la plata 99.9 “pura”, obliga a las universidades públicas a alinearse con el pensamiento oficial ultra conservador. Prohibe especializarse en gender studies (recordemos la ley “Don’t Say Gay”) y veda los estudios sobre la historia de la esclavitud. Suprime cualquier curso que se desvíe de los principios estipulados en la Declaración de la Independencia: el estudio del genocidio de los indios americanos y de los esclavos negros queda automáticamente al margen de la ley.

Como protesta, Marvin Dunn, profesor emérito de Florida International University y autor de A History of Florida through Black Eyes, lleva a sus estudiantes a visitar las tumbas de afrodescendientes linchados por intentar votar en 1920 o bien por haber escrito una carta de amor a una joven blanca. Ese fue el caso de Willie James Howard, a quien el padre de la niña blanca saca de su casa a punto de pistola, y lo hace elegir entre recibir un tiro o ser lanzado, pies y manos atados, al río Suwanee. Willie eligió el río y murió ahogado.

Las obras que exploran la comunidad LGBTTIQ también están bajo asedio. Incluso resulta inadmisible la inclusión de personajes de grupos minoritarios en los textos literarios a ser estudiados. De acuerdo a la ley 999 los oficiales del Estado determinarían, por más, el contenido mismo de los cursos y de los libros, y tendrían la potestad de reclutar profesores afines a su ideología aunque estos no pertenezcan al claustro de la universidad pública. Los educadores ya han tenido que entregar los libros de estudio para revisión oficial, por si tuvieran contenido “prohibido”. Esta censura nos tocó de cerca a los puertorriqueños, pues salpicó las biografías de la jueza Sonia Sotomayor y de Roberto Clemente. Ni los museos quedan libres de la pesadilla persecutoria: la principal de la Tallahassee Classical School de Florida se vio forzada a renunciar porque en una clase de arte renacentista mostró a sus jóvenes estudiantes una estatua “pornográfica”: el David de Miguel Ángel. Pronto impedirán que los jóvenes visiten los museos de arte…

Prohibición de palabras, de libros, de cursos, de ideas: las guerras culturales en el Estados Unidos actual son en extremo preocupantes. Viene a cuento la advertencia que hizo Heinrich Heine en 1820: “Allí donde se queman libros se acaba quemando también seres humanos”.

Tomemos nota.

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