Erasto nos advierte de las consecuencias nefastas que pueden provocar la IA si no discutimos el tema y presentamos nuestras opciones de vida frente al desarrollo de la tecnología. Yasinsky nos advierte del final de una sociedad donde se sustituye la solidaridad entre pares.

(Imagen de Bo Lind Knudsen)
Buenos días. El compañero Erasto Zayas Núñez, administrador de la Union General de Trabajadores reacciona al tema de la Inteligencia Artificial (IA) con el ensayo que hoy compartimos. Nos reseña una serie de escenarios y eventos con los cuales nos topamos cada vez con más frecuencia en los cuales la IA está presente.
Reconoce la necesidad de profundizar en el tema para lograr una armonía entre los avances de la tecnología, el desarrollo de la sociedad y los intereses económicos y objetivos de maximizar las ganancias del capital.
De otra parte, el periodista Oleg Yasinsky incursiona sobre la soledad como receta del sistema neoliberal. Nos retrata una sociedad donde el objetivo de lo individual persigue eliminar el interés colectivo que es la naturaleza humana. Hace un llamado a rescatar el Amor como combustible de la vida. A vivir en colectivo.
Para mí ambos autores nos hablan de las mismas preocupaciones en la sociedad capitalista que vivimos. Erasto nos advierte de las consecuencias nefastas que pueden provocar la IA si no discutimos el tema y presentamos nuestras opciones de vida frente al desarrollo de la tecnología. Yasinsky nos advierte del final de una sociedad donde se sustituye la solidaridad entre pares.
Es obvio que la tecnología mal usada permite la individualidad en su máxima expresión. Pero si aspiramos y luchamos por soluciones colectivas para las mayorías entonces podremos sentir el Amor que nos describe Yasinsky. Pensemos.
Luis Pedraza Leduc
La Inteligencia Artificial (IA) en la agenda de la clase trabajadora puertorriqueña
Erasto Zayas Núñez
En su publicación La noticia del día el compañero Luis Pedraza Leduc trae a nuestra atención la pertinencia y la necesidad de añadir un punto adicional de discusión en la cargada agenda de la clase trabajadora puertorriqueña: la Inteligencia Artificial (IA) y su aplicación al mundo del trabajo. Dramatiza su llamado el compañero Pedraza Leduc enfatizando el hecho de que la aplicación de la IA tiene el potencial de restar 300 millones de puestos de trabajo a nivel global. Sin pretender ser conocedor experto del apasionante tema, cuyos trabajos de investigación y desarrollo ya alcanzan medio siglo, respondo a su sugerencia de iniciar la conversación sobre el mismo.
Comencemos por señalar que la IA no es totalmente ajena a nuestra realidad cotidiana. Cuando hacemos uso de Siri o Alexa, del reconocimiento facial para activar el teléfono y en nuestras búsquedas en la Internet, entramos en contacto directo con la aplicación y uso de la IA. En el área de la salud conocemos de su uso en la cirugía robótica y somos un pequeño grupo los que no logramos un momento de diversión con los juegos electrónicos en la computadora.
De igual manera, en nuestros trabajos, somos también muy pocos los que no estamos expuestos a su utilización en el campo de la robótica y la automatización de procesos. Es claro que, en la medida en que se logra perfeccionar la ejecución de cada destreza humana realizada por una máquina, aumenta el interés por seguir investigando y avanzando.
De entrada me parece necesario establecer que la aplicación de la inteligencia artificial al mundo del trabajo no está determinada por nuestras necesidades particulares. Su inserción en los centros de producción solo toma en cuenta los objetivos de aumento de los niveles de eficiencia, reducción de costos de operación e incremento de los niveles de ganancia que obtenga la clase patronal que hoy invierte enormes recursos financieros en la investigación y desarrollo de la IA.
Igualmente, los trabajadores tenemos que tener muy claro que la clase patronal, como clase dominante, habrá de utilizar la IA y los frutos de su inversión en tecnología para perpetuar su existencia y su control, no tan solo sobre la producción de mercancías y el ofrecimiento de servicios, sino sobre todos los aspectos esenciales de la sociedad.
Por nuestra parte, los trabajadores nos hemos acostumbrado a reaccionar y a no tomar la ofensiva ante hechos que, eventualmente, van diezmando nuestras posibilidades de ampliar los derechos que nos cobijan, mejorar significativamente nuestras condiciones de trabajo, asegurar una mayor equidad económica en la sociedad, así como garantizar la calidad de vida y el desarrollo de nuestras familias.
Se ha estimado que la introducción intensiva de la IA en el mundo del trabajo tendrá como resultado la desaparición o la transformación de hasta la mitad de los empleos tal y como hoy los conocemos. Pensemos, a modo de ejemplo, en dos actividades que van tornándose parte de nuestra cotidianidad. Ahora usted puede hacer su compra y pagar la misma en el supermercado sin la intervención de personal alguno. La segunda, los taxistas saben el resultado de la aplicación Uber en su realidad laboral.
Establecida nuestra preocupación ante los avances de la IA y su aplicación en el escenario laboral debemos, por esta ocasión, tomar la ofensiva y comenzar a contestarnos la siguiente pregunta. ¿Qué nos corresponde hacer ante la ineludible presencia de la misma en nuestros talleres de trabajo? En el pasado, ante la introducción de las máquinas, la respuesta, sin mayores resultados, fue la destrucción física de las mismas.
Tampoco podemos quedarnos cruzados de brazos confiando en la promesa de la clase patronal de que las innovaciones vendrán a hacer más llevadero el trabajo que hoy realizamos. Todos sabemos muy bien las consecuencias de creer en los mensajes y los cantos de sirena que entona la clase patronal para, en la primera oportunidad que se le presenta, hacer uso de los avances de todo tipo para desplazarnos y dejarnos en la calle sin que le se le altere una sola célula.
No nos cabe la menor duda de que no faltará el patrono que nos diga que ahora, por fin, ha llegado el momento en la historia humana en que las máquinas trabajarán para nosotros y habremos de vivir la maravilla de contar con un gran lapso de tiempo para el ocio creativo.
Tenemos que comenzar por entender plenamente el reto que tenemos de frente y no meter nuestras cabezas en la arena. La IA está ya en nuestras vidas y estamos obligados a diseñar una estrategia de lucha que impacte directamente a los patronos, al gobierno y sus asesores, y primordialmente a los centros de enseñanza y sus directivos para que nos preparen y preparen a nuestros hijos para obtener el mayor provecho de los avances tecnológicos.
La amplia brecha de desigualdad económica y social que vivimos en el presente, producto de la avaricia de la clase que dirige la logística de la producción y el poder gubernamental, podría transformarse en un precipicio infinito por el cual descendamos los que hoy hemos creado las riquezas que se invierten en la IA. La desigualdad puede generar condiciones catastróficas si, desde ahora, no tomamos las medidas necesarias para establecer los mecanismos que nos permitan participar efectivamente de los avances científicos y su aplicación en el mundo del trabajo.
Adquirir conocimientos sobre la IA sobreponiéndonos rápidamente a la resistencia a los cambios que se introduzcan en nuestro trabajo, exigir la formación pertinente para nuestro desempeño bajo las innovaciones adoptadas por la empresa, establecer salvaguardas para los casos de desplazamiento involuntario, promover legislación que garantice el sostén social básico de la familia ante el uso de las noveles aplicaciones que van desarrollándose y la exigencia al gobierno de que supere la estrechez de miras por la cual hoy se conduce nuestro Sistema Educativo, es parte de la estrategia que se hace necesario adoptar por la clase trabajadora puertorriqueña de cara a la realidad que ya estamos viviendo. Lo anterior, sin abandonar uno solo de los urgentes reclamos que las condiciones presentes nos imponen.
Concluyamos con una nota de optimismo, sin que la misma signifique una justificación para bajar la guardia. Nos dicen los entendidos que, al presente, la IA carece de creatividad y compasión y también de la capacidad de comunicarse con los seres humanos y ganarse su confianza. Por lo tanto, cuanto más necesarias sean la compasión o la creatividad en un trabajo, menos probable será que la IA sustituya a los seres humanos en esas labores. (BBVAOPENMIND.COM). Aún así, mantengamos la bandera de lucha en alto.
La soledad: receta del sistema
19.03.23 – Moscú, Rusia – Oleg Yasinsky
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Uno de los principales objetivos del proyecto neoliberal, que además es su método, es la atomización del ser social –humano– en mil esquirlas esquizofrénicas de pseudolibertadesy pseudoindependencias personales.
Podemos buscar los ejemplos más burdos. No hemos visto nunca ningún comercial o publicidad de ningún negocio promocionando algo colectivo, intangible, locamente desapegado del fetiche material, aunque sea disfrazado con mil promesas espirituales. No. El asunto es bastante más sencillo. Desde muy temprana edad, nos enseñan a distinguir el mundo de nuestras fantasías del «mundo real» y este mundo real suele ser explicado como una carrera, una competencia hacia una meta llamada «éxito», y en este mapa que nos presentan y obligan a seguir, hay muchos continentes intencionalmente omitidos, tales como la vejez o la muerte, que siguen siendo tabúes en la civilización occidental.
Parece que todo está hecho para que evitemos hacernos algunas preguntas. Para que no descubramos que los momentos de felicidad más grandes en nuestras vidas poco o nada tenían que ver con nuestra situación económica de entonces. Prefieren tenernos siempre en pequeñas metas materiales con el gran vacío esperando después de lograrlas.
Es interesante analizar estos procesos en el ámbito laboral. La enorme mayoría de los mortales trabajamos para satisfacer nuestras necesidades económicas, algunos pasando por realidades muy crudas y apremiantes. Varias veces, más allá de la indemnización o de los resultados económicos de un negocio propio, nos sentimos satisfechos con algo que hicimos bien hecho, lo que nos da la felicidad de saber que la motivación material no es la única. Y también, a veces, nos pasa como a mí ahora, esta sensación de inspiración viva, cuando les escribo estas palabras. Me siento de regreso a Latinoamérica, donde pasé la mayor parte de mi vida, o con un pedacito de Latinoamérica en algún lugar de mi mundo en Moscú, con las personas que conozco y quiero. Sin prisa y con una total confianza, conversamos de tantas cosas que vamos descubriendo en este camino.
Sé que alguien verá en estas palabras «la propaganda de Putin». Otros, los más estudiosos, encontrarán una falta total de rigor científico y un caos mental imperdonable para el periodismo serio. Algunos en sus críticas tendrán una u otra razón. Pero lo importante es que juntos estamos construyendo este espacio de compartir y sentirnos muy cerca, mucho más allá de no vernos físicamente, de no estar siempre de acuerdo en todo y de no exigirnos perfecciones inexistentes. Pero este placer de la conexión humana siempre es la fuente inspiradora de mis palabras.
Nos enseñan a no confiar en los demás ni en nosotros mismos, y si seguimos haciéndolo, entonces es que no hemos entendido los principios básicos de las nuevas reglas de la modernidad. La falta de principios es declarada «flexibilidad», el oportunismo es «la capacidad de adaptarse a las nuevas condiciones» y la falta de sentimientos de asco y responsabilidad es nombrada «hedonismo».
Todo parece ser una evasión. Mil tareas importantes desde el momento de despertar, las emergencias más urgentes, todo para no tener que mirarse al espejo antes de salir al mundo.
Parece que la idea de lo «individual» fue una trampa mental para convertirnos en una masa de soledades incapaces de conectarnos con mundos que llevamos dentro. Cuando «el librepensador» del siglo antepasado abandonaba su iglesia, su familia, su sindicato o su partido para construir su «mirada independiente», en su ingenuidad, él seguramente no podía ver que para nuestra naturaleza de seres sociales, el único verdadero desarrollo personal posible es mejorando y profundizando nuestras interrelaciones con los otros seres humanos, que sin el espejo del otro simplemente no tenemos cómo vernos y que para descubrir y cumplir nuestra misión en este mundo, debemos junto con otros aprender a construir relaciones de interdependencia, complicidad y armonía. Como la felicidad humana siempre es un mal negocio para el sistema, ahora nos mantienen en masa la gran parte de nuestras vidas mirando las pantallas de los dispositivos electrónicos, para que ojalá no veamos el de al lado y, en lo ideal, ni recordemos de nuestra existencia.
No es cierto que detrás del impenetrable y oscuro manto de la historia anterior no haya habido momentos de luz. En algún momento, nuestros ancestros aprendieron a compartir y ponerse de acuerdo. Sin esto, habrían sido devorados por bestias prehistóricas y nunca habríamos abandonado las cuevas. Tal vez en este caminar de las cuevas, muchos hacia las chozas y algunos pocos hacia los palacios, se produjo el primer desvío que la prensa y los políticos con los años supieron explicar y justificar utilizando los conceptos sobre la «naturaleza humana», muy convenientes al poder para eternizar su cómodo statu quo.
El sistema anula la base de la sociedad humana: la antigua búsqueda de un acuerdo social, que emana de los valores, los principios y las ideas acerca del bien común. El triunfo de las utopías individualistas que se nos inculca desde el momento de nuestro nacer en la sociedad capitalista es justamente el «fin de la historia» buscado por el poder, para condenar a los humanos a una muerte de soledad y vacío.
El factor político clave para resolver el problema es el amor. Después de tantas telenovelas, historietas, cómics y mil cátedras de hipocresías de todo tipo, que todos conocemos muy bien, esta palabra suena tal vez incluso peor que las palabras «democracia», «libertad», «justicia» o «derechos humanos». Lo sé. Pero coincidamos que la pobre palabra no tiene la culpa y que no nos queda otra que seguir abusando de ella, mientras no encontremos alguna mejor (o si el amor llegara a ser una norma de las relaciones humanas, tal vez, desaparecería por innecesaria). Y entonces… los que saben algo del amor dicen que no existen amores ni grandes ni pequeños, ni románticos, ni infelices, ni ardientes, ni malditos. Dicen que existe solo el amor como algo completo, absoluto, íntegro, que no aguanta los adjetivos, ni necesita la literatura.
En una sociedad emocionalmente fracasada, que es un paraíso para los sicólogos y guionistas de teleseries, no se puede hablar de casi nada en serio. Nunca he sabido cómo explicar por qué el amor no «se hace», no «se busca» ni mucho menos «se reclama», pues son conceptos profundamente ofensivos y equivocados. Tratando de evocarlo, hablo de otra cosa. Debe ser como una manera de ubicarse en el mundo, sin piel, uniendo todo lo que llevamos dentro con el infinito que nos rodea, buscando las palabras, las miradas y los silencios que son abrazos, y unidos con los de otros son una revolución.
El sistema hace todo por desintegrarnos y fragmentarnos. Cada vez le sobramos más. Las extrañas enfermedades, los remedios peores que las enfermedades y las armas de destrucción masiva cumplen la misma función que los plasmas que nos ofrecen soledad y vacío. Nuestro deber es volver a relacionarnos como humanos y recuperar nuestra esencia colectiva, algo sin lo cual simplemente no tendremos hacia dónde avanzar.