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Luis Pedraza Leduc: la revolución haitiana la que inspiró la cascada de independencias en nuestro continente

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Las principales naciones del mundo borran de la historia y nuestra memoria colectiva el hecho de que Haití es la primera república negra libre y la primera en abolir la esclavitud en el mundo, con su revolución real (1804)

Buenos días. La columna de opinión que compartimos es un grito de denuncia ante la explotación económica y la condena política impuesta a la primera república en abolir la esclavitud negra en el mundo, Haiti. Las principales naciones del mundo borran de la historia y nuestra memoria colectiva el hecho de que Haití es la primera república negra libre y la primera en abolir la esclavitud en el mundo, con su revolución real (1804). No lo fue la francesa (1789) la cual tuvo como destinatario solo al varón blanco, ni la de Estados Unidos (1776) la cual mantuvo encadenadas a 650,000 personas esclavizadas. Es la revolución haitiana la que inspiró la cascada de independencias en nuestro continente.

Es la revolución haitiana la que solidariamente apoyó al Libertador Simón Bolívar en su gesta latinoamericana. El peso de este gesto político y solidario no se divulga, ni se reconoce en su justa magnitud por las clases sociales emblanquecidas por el dinero.

La situación política de Haití destaca la ausencia de un estado que gobierne con eficiencia. Existe un estado fallido que permite tras la presencia de bandas organizadas el saqueo del país. Urge educar sobre la realidad haitiana, las intervenciones de los diversos países de la región y los efectos nefastos de las fuerzas militares enviadas por la ONU luego del terremoto ocurrido en 2010.

Se impone la solidaridad con nuestros iguales en el Caribe.

Luis Pedraza Leduc

Haití y el peso de su melanina

  • El Nuevo Día
  • 12 Mar 2023
  • Agustina Luvis Núñez úñez

Varias personas desplazadas de sus casas por la violencia entre las gangas ocupan un antiguo gimnasio convertido en refugio de largo plazo. Miles de haitianos se han visto desplazados por las guerras entre pandillas.

En pleno vecindario está Haití, a solo 377 millas de Puerto Rico. La colonia que más enriqueció a Francia, con su más del 75% de la producción mundial de azúcar, hoy es uno de los países más empobrecidos del Sur Global.

El imperialismo eurocéntrico llevó a cabo el genocidio y etnocidio, reduciendo a la gente africana e indígena a la categoría de “costales de huesos”, “entes salvajes”, “bestias de carga” … en una palabra, objetos. El pensamiento ahistórico aduce que la miseria de Haití se debe a su sobrepoblación o al castigo de Dios por atreverse a ser la primera colonia en el mundo, encabezada por negros, en abolir exitosamente la esclavitud.

Las narrativas colonialistas han manipulado sistemáticamente la interpretación de los acontecimientos para que encajen con su universo de posibilidades inimaginables. Es por eso que hemos heredado una historia que silencia y trivializa los verdaderos hechos. Borran el hecho de que Haití es la primera república negra libre y la primera en abolir la esclavitud en el mundo, con su revolución real (1804). No lo fue la francesa (1789) la cual tuvo como destinatario solo al varón blanco, ni la de Estados Unidos (1776) la cual mantuvo encadenadas a 650,000 personas esclavizadas. Es la revolución haitiana la que inspiró la cascada de independencias en nuestro continente.

Pero Haití nació, creció y continúa pagando la “deuda eterna”, siendo el blanco de la “ayuda humanitaria” y experimentando el bloqueo y castigo internacional por parte de hasta el Sur Global. Ese es el precio que está pagando por haber humillado a Napoleón Bonaparte y a la Europa toda.

Los imperios enriquecidos del Norte Global le siguen pasando la factura. Empezó Francia, la cual, además de heredarle suelos agotados y seres humanos explotados, todavía le impuso una deuda por “daños y perjuicios” desde 1804 hasta 1947, por un monto de 150 millones de francos o el equivalente a 1,200 millones de euros.

Los Estados Unidos no están libres de culpa. Ocuparon Haití del 1914-1934. Liquidaron el Banco de la Nación, impusieron trabajos forzados a gran parte de la población, prohibieron la entrada de negros a hoteles y restaurantes, se llevaron las reservas de oro y se retiraron cuando lograron cobrar las deudas del City Bank. Posteriormente apoyaron la dictadura de la familia Duvalier entre 1957 y 1986, permitieron que desviaran dinero prestado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial a paraísos fiscales o a empresas estadounidenses. Siguen apadrinando a la multinacional Walt Disney y una de sus mayores fábricas de textiles, donde cientos de mujeres son explotadas (salario de $2.00 al día). No sacaron a la Texaco que tampoco ha tenido reparos en explotar a los trabajadores con largas jornadas y salarios miserables. Desmantelaron su industria avícola y su agricultura e impusieron las semillas transgénicas.

En el aspecto religioso, individuos como Pat Robertson y su estilo amarillista interpretaron el devastador terremoto del 2010 como la ira divina contra Haití debido a la presencia de sus religiones afrocaribeñas. El narcisismo religioso de algunos grupos cristianos califica de “dioses falsos” a los de otras religiones, pero es ciego ante la idolatría y el culto a Mammón, el dios dólar y su consumismo. Silencian el hecho de que la mística y el apego a la madre tierra de la espiritualidad del Vudú mantuviera sana su dignidad humana y le inspirara la revolución que les devolvió su libertad. En cambio, Hollywood por delante y algunos grupos cristianos distorsionan groseramente su religión.

Vinculan al Vudú con violencia, sangre y retratan a sus practicantes como caníbales y fieles al diablo. Históricamente el Vudú ha sido una religión emancipadora a la que recurrían las personas esclavizadas, buscando consuelo y fuerzas para resistir el maltrato y brutalidad de sus amos blancos cristianos.

Pero alguien objetará: ¿y qué de los muchos y muchas misioneras y ayudas que las iglesias envían a Haití? Afortunadamente el trabajo misional asistencialista alimenta y viste provisionalmente, pero no soluciona el problema estructural del empobrecimiento, la desigualdad, y el racismo. Demasiadas veces esa ayuda llega con precio, condicionada. ¿Y qué si vamos a Haití a vivir con la gente, a escuchar sus experiencias y a aprender cómo podemos acompañarles en sus luchas por una vida digna? ¿Qué si en lugar de ir a convertirlos, nos dejamos convertir? y ¿qué si en lugar de evangelizarlos, dejamos que nos evangelicen?

Haití no es un país pobre. Es un país empobrecido desde su nacimiento. Quizás no necesite demasiada caridad, sino ser tratado con la justicia social plena por la que todavía hoy continúa luchando.

“¿Y qué si vamos a Haití a vivir con la gente, a escuchar sus experiencias y a aprender cómo podemos acompañarles en sus luchas por una vida digna? ¿Qué si en lugar de evangelizarlos, dejamos que nos evangelicen?

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