Ay Lucía, ni la condesa de Pardo Bazán superaría las indiscreciones de tus cartas. Dudo que Hans entendiera las primeras, aunque me dicen que se bebía los vientos por ti, eso dice la viuda.

Por Marta Aponte
Lucía
20 de marzo de 1888
Ay Lucía, ni la condesa de Pardo Bazán superaría las indiscreciones de tus cartas. Dudo que Hans entendiera las primeras, aunque me dicen que se bebía los vientos por ti, eso dice la viuda. Las últimas, que dan cuenta de tu fuga, esas jamás las recibió, porque cuando llegaron a Guayama, Hans llevaba meses lejos de estas islas. Sin embargo, a pesar de la ansiedad que me provoca saberte desaparecida, saberlos desaparecidos a ti y a Hans, algo me dice que a los seres misteriosos no hay que llorarlos. Quiero para ti la astucia que reflejan estas cartas que me devolvió la viuda de Pavía con la encomienda de quemarlas.
Y, ¿por qué no quemarlas o enterrarlas en el jardín, sin necesidad de mezclarlas con las memorias que escribo sobre Hans y Sintenis? Después de todo, ellos son los personajes principales del relato
llamado “Los botánicos alemanes”. La desaparición del muchacho y de la planta y el regreso de Sintenis el recolector a su
aldea natal se desvanecen sin rastros, pero dejan una memoria. Tú cantas en un tono tan diferente, que la moraleja oscura
de las páginas anteriores perdería sentido si las junto con tus páginas.
Pero tu recuerdo exige que te añada a la trama de
los botánicos alemanes. Fui yo quien, en lugar de hacerme cargo de ti, como me lo rogó tu madre, te dejé en manos de la esposa del boticario. Y te hago caso, pensando en aplacar la agonía que me tocará el día de mi muerte.” (De mi novela “Los botánicos alemanes”).