
Por Mauricio Escuela
Marcelo Pogolotti fue un artista total. No solo había que hablar de él como el conocedor que fue de las técnicas de la pintura, en especial de las vanguardias europeas y del Futurismo, sino como el hombre que a través del pincel sabía llegarles a las personas más humildes, a los obreros, a quienes hacen la historia. Es muy fácil ser artista rebelde cuando nada te amenaza y hoy dicho papel deviene casi en una pose para una parte de la comunidad de los creadores. Pero la irreverencia de Pogolotti era real y poseía una causa humana y noble. La gente que no contó con oportunidades para hacer estudios, los desclasados, los que jamás irían a una galería por puro esnobismo; a esos va dirigido el arte de este demiurgo.
La capacidad lo desbordaba y de esa forma usó sus estudios de filosofía y de otras ciencias para combinar arte con activismo, crítica social con belleza, irreverencia con lucha por los intereses colectivos de la humanidad. En la Cuba de entonces, casi una imagen deslustrada de la nación que soñó José Martí, declararse de izquierdas o progresista, denunciar la plusvalía escamoteada al proletario por las formas de propiedad burguesas, eran posiciones que te podían valer la cárcel o algo peor. Se vivía el férreo mundo del anticomunismo que nada dejaba en pie, sino que hundía las narices de todo aquel díscolo, del que se atreviera a ser demasiado humano. Y Pogolotti, que era hijo de extranjeros, hizo de la patria esa humanidad añorada, le dio los colores que el momento requería.
Y es que en el artista hay una savia que lo nutre y que le da entidad. Se puede hablar del legado de los Pogolotti en Cuba. En la familia se hacían tertulias en las cuales lo mismo se abordaban las últimas tendencias del teatro europeo o de la vanguardia poética, que los más acuciantes temas de la realidad nacional. Eran momentos en los cuales la sensibilidad iba de la mano con el compromiso y no se podía crear si no se hacía alusión a los dolores de un país contrahecho. Un artista en aquel entorno político era de por sí un sujeto subversivo que no tenía la mínima oportunidad de realizarse. Una tormenta inmensa se cernía sobre el archipiélago desde que la crisis de inicios de siglo golpeara la credibilidad de la clase burguesa que nos gobernaba. Y en el arte iban esos arpegios de la rebelión, de la búsqueda de un camino. Pogolotti posee una pintura que no se quedaba en los entornos de lo formal, sino que le imprimía al Futurismo, movimiento que reivindicó, ese trance progresista, obrero, esa magia de las personas que crean un universo con sus manos.
En una de sus obras más trascendentales, hay un intelectual sentado enfrente de su máquina de escribir. Está rodeado de libros y una sombra se coloca en el fondo, una especie de silueta con una guadaña. El mensaje es uno de los más enigmáticos de la historia del arte cubano y universal. ¿Se trata de la muerte?, ¿es acaso el destino trágico de los artistas? La marca que persigue a alguien que dice lo que piensa es tremendamente dura. Así se debía vivir en la república. En aquellos años, ser poeta ni pintor eran el pasaje a ninguna gloria, más bien se trataba de echar sospecha sobre ellos. En el cuadro de Pogolotti de alguna manera se prefigura que el intelectual está destinado a una muerte relacionada con su compromiso. Si él escribe, deberá responder ante el mundo por eso. Y casi seguro sobrevendrá la desgracia. Hay un abismo entre lo privado y lo público, entre la lucha social y los intereses individuales. Y en el desenlace de todo se halla una especie de dolor, de fuga de las energías de la vida. En ese puente estaba Pogolotti siempre a punto de ser marcado para toda su existencia. Hay que recordar que en su casa también se formó la conciencia preclara de su progenie, que luego seguiría dando personas ilustres.
Lea más en Cubahora ⬇️⬇️⬇️⬇️
https://www.cubahora.cu/cultura/pogolotti-contra-la-sombra-de-la-guadana