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Recursos, robos y falta de bienestar en Puerto Rico

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​El Departamento de Educación tiene un presupuesto –creo que le dicen operacional– de 2.5 mil millones de dólares para el 2023, cantidad que, por más que intento escribirla en guarismos, no lo he logrado porque no sé trabajar con tantas comas y ceros. Eso sí, esa cantidad es un fracatán de billetes.

RAMÓN EDWIN COLÓN PRATTS El Post Antillano

Como no pretendo hacer la historia –y no quiero gugulear–de las privatizaciones en Puerto Rico –fábrica de acero, cemento, papel, vidrio, etc., porque no conozco bien los detalles pero que siempre ha ocurrido, me referiré a la macabra época que comenzó en 1993. O sea, desde la privatización de los servicios de salud, para acá.

No soy experto en nada de nada, pero a fuerza de amenazas de fracasar en economía básica porque no me podía copiar de Blanca Cardona, que era la más inteligente pero estaba en otro grupo, aprendí leyendo a Marx, no con Adam Smith, lo que es el capitalismo, palabra que quedó magistralmente expuesta en las fauces de Luis Fortuño cuando gruñó sus sabia$ y aladas palabras: “Vale más un peso en el bolsillo del capitalista que en manos del gobierno”. Escalofriante.

Para resumir mi recuerdo de aquellos difíciles días en que quería tener un camión de volteo o de tumba para trabajar pero que nunca me he explicado por qué estaba estudiando en la Universidad de Puerto Rico, el capitalismo tenía como regla de oro que el bienestar individual generaba el bienestar colectivo y el socialismo decía lo contrario. Es por eso que el sabio Fortuño decía lo que dijo. No dijo que si el dinero lo tenía el gobierno era difícil robárselo porque ese dinero está en bancos, o sea, no hay efectivo, y ningún funcionario electo o designado podía ir a Hacienda a decirle al Secretario, “Oye Gallo, hazme un cheque por un millón para comprarme unas chucherías”.

​Lo que sí hacen los malvados es pasar el dinero de todos a manos privadas, incluyendo el que se recibe del mantengo americano, que se lo roban ellos mismos y que es algo así como el sitiado mexicano. A esas manos privadas los funcionarios del gobierno de turno sí les pueden pedir dinero de lo mucho que reciben porque hay muchas formas de ocultar la entrega: favores, depósitos en cuentas desconocidas en el país o en otros lugares, en especie y en futuros contratos bien remunerados una vez salen de la función pública, como lo es el caso de Fortuño.

​No nos llamemos a engaño. Detrás de las privatizaciones está el tumbe, el robo, la engañifa, la corrupción a galope. ¿A quién que haya terminado de gatear en este país de peculados escandalosos se le ocurre pensar que una compañía privada que existe para enriquecerse puede brindar mejor servicio que el gobierno que se supone que existe para servir y a base de ese servicio será reelecto? ¿Quién reelegirá a Luma o a las demás compañías privadas a las que se le entregan contratos por decenas de años?

​Pues todo lo que acabo de decir tiene que ver con las altas temperaturas en los salones de clases. Algún idiota de nuevo cuño, porque salen choretos como ratas de las alcantarillas, se le ha ocurrido que nuestras hijas e hijos tienen que aguantar el calor asfixiante en un salón diseñado para una escuela en Michigan, sin ventanas, con columnas cortas, poca ventilación, sin arboleda y construidos en concreto de siete pulgadas y losa de techo de cinco pulgadas,  a nueve pies de altura. Se han levantado argumentos que oscilan desde lo más ridículo hasta los más ingenuos: que las niñas y niños son changuitos; que se adapten al clima; que en Disney hace más calor; que antes no había ese problema; que no hay acondicionadores en el mercado porque todos están comprándolos y se acabaron los inventarios –eso es para el que compra uno, no para el que ordena una barcaza– que… Es mejor dejarlo ahí porque la mentalidad fecunda de la imbecilidad tiene fundamentos insospechados y, evidentemente, la lista de disparates es interminable. Basta con decir que no hablamos de Disney ni de viajes al Sahara, viajes que se hacen por elección si se tiene dinero. Hablamos de salones de clases en una época en que esas compañías privadas que una oraciones antes mencioné, han malogrado el clima hasta la asfixia “para brindarle mejor servicio a la humanidad” porque son privadas y lo privado es “mejor”, como diría un viejo amigo de la remota infancia.

​Pues, ¿qué tiene que ver el calor con la privatización? ¿Es que no lo ve? Si el Departamento, dije el Departamento, no un contratista privado, instala acondicionadores de aire y sub estaciones de energía, entonces al gobierno no le sobra mucho para robar ni puede robar como nos acostumbró Fajardo y la Keleher, gringa que le siguió creo que en la misma galera. ¿Que el Departamento no tiene dinero? Eso es un chiste de mal gusto, tipo Dr. González, que ahora, además de cambiar válvulas y corazones, quiere cambiar opiniones. ¿Sabe cómo funciona el relajito ese? Pues como está funcionando. Primero, el gobernador –el Departamento– ordena a alguien que compre 21,000 abanicos de pedestal, o sea que abanican a los tres estudiantes que están frente a él, por unos tristes $1,200,000, sin especificaciones, garantías ni nada de nada, como cuando ordenaron las pruebas del COVID –que no recuerdo que se haya devuelto el dinero–, y declara un día sin clases para pensar qué vamos a hacer con el maldito calor. Los 21,000 abanicos –que llegaron un día antes del día libre para pensar– según los entendidos en esos mundos giratorios, cuestan en cualquier timbiriche $35.00 por unidad, pero el gobierno los pagó a $80.00. ¿Qué pasó con la diferencia? ¿A dónde fue a parar? ¿Cómo se los repartieron?

​Segundo: ¿Para qué es el día para pensar? No se llame a engaño. Ese día, y otros, los usarán para montar el andamiaje del frío escolar: ¿A quién del gobierno de turno le darán el contrato, que sea de mucha confianza, que tenga experiencia en la transferencia de dinero a los bolsillos de los funcionarios gubernamentales y partido en el poder, que acepte sus condiciones de robo, que los almacene hasta que los descubran -como el agua de María- y que haga mutis si lo cogen?

​Mientras tanto, los que se han acostumbrado a ser cajas de resonancia de cuanto imbécil pagado –les dicen fotutos– está en los medios, seguirán inventando excusas mientras el gobierno se muere de la risa. Escuché una de esas excusas irracionales, que es muy buena: “Antes los muchachos caminaban descalzos millas para llegar a la escuela, sin almuerzo, con un buche de café negro en el estómago y no se quejaban”. Y antes de ese antes, no había escuelas, ni caminos, ni enseñanza, ni café, y mucho antes, creo que lo que había eran reptiles, y no había muchachas ni muchachos.

​¿Qué les parece si, en solidaridad con nuestros niños, le pedimos al gobernador y a la legislatura que apaguen los acondicionadores? Antes no había nada de eso y se gobernaba y legislaba. Que metan mano, como dicen los acalorados muchachos de escuela pública.

​Y no sigo porque estoy molesto.

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