
Rizal y Betances
Por Félix Ojeda-Reyes
El ruido del tambor anunciaba la llegada del condenado a muerte. Detrás del tambor, flanqueado por jesuitas españoles, vestidos con sotanas negras “y tocados con sombreros de ala ancha”, caminaba con paso firme un joven de 35 años. Los disparos se harían en dirección al mar. Le preguntaron si quería arrodillarse, pero prefirió morir como los valientes, de pie y sin vendas en los ojos. Eran las siete de la mañana del 30 de diciembre de 1896 cuando las balas españolas destrozaron el cuerpo del Dr. José Rizal: médico cirujano, oftalmólogo de renombre, la figura más relevante de la vida intelectual de las islas Filipinas. Austin Coates, uno de sus biógrafos, informa que a partir del asesinato el dominio español estuvo sentenciado en aquel archipiélago: “La agonía duró otros dieciocho meses, pero… co

n un solo disparo, España había levantado su propio sepulcro en anticipación de su fallecimiento”.
El 18 de septiembre de 1998, a cien años exactos de los funerales del Dr. Ramón Emeterio Betances, hombres y mujeres de Puerto Rico y de Cuba, de Francia, España, Italia, República Dominicana, Martinica y Estados Unidos, llevamos a cabo en París una sencilla ceremonia. Recuerdo que se me concedió el honor de descubrir la tarja, cincelada en mármol, que señala en el 6 bis de la rue de Châteaudun la residencia que había ocupado Betances en sus años postreros y cuyo texto, traducido del francés, dice:
Aquí durante veinte años,
exiliado por sus ideas,
vivió y ejerció la medicina
un amigo sincero de Francia
El Dr. Ramón Emeterio
Betances
(1827-1898)
abolicionista apasionado
propagandista de la libertad
y de la unión de las Antillas.
Padre de la Patria puertorriqueña.

Dos años antes, en diciembre de 1996, en el número 4 de la misma calle, se había develado una tarja parecida a la nuestra y cuyo texto, traducido del francés, dice:
Aquí residió
en octubre de 1891
José Rizal (1861-1896)
Héroe nacional filipino,
escritor y doctor
En ocasión del centenario de su muerte
el 30 de diciembre de 1896.
Betances y Rizal vivieron muy cerca el uno del otro. ¿Se conocieron? ¡Vaya usted a saber!
En algunas ocasiones las comparaciones resultan atractivas. Betances y Rizal se adiestraron en la práctica de la esgrima, ambos se iniciaron en la masonería y sobresalieron en el campo de la medicina general, la cirugía y la oftalmología. Rizal trabajó como uno de los asistentes de Louis de Wecker (1832-1906): el oftalmólogo más importante de Europa durante aquellos días. Por su parte, Betances difundía en sus escritos médicos las técnicas quirúrgicas de avanzada originadas en la clínica del Dr. Wecker. Mucho más. Betances y Rizal ejercieron el periodismo, eran buenos poetas, redactaron novelas importantes y se distinguieron como pensadores de avanzada y tenían las miras puestas en el futuro de sus países.
¿Había diferencias? ¡Claro que sí! Rizal no pensaba en la independencia, sino en una amplia autonomía bajo la intromisión española. El nuestro era un radical incorregible e independentista insistente. Betances jamás confió en España. Rizal se dejó seducir por los agentes de Madrid. Y cuando el Cónsul español en Hong Kong “supo que el barco había partido sin novedad con Rizal abordo, telegrafió al Gobernador-General: La rata está en la ratonera”, dice Coates.
En Manila lo condenaron a exilio temporal. La odisea duró cuatro años. Ya existía una compleja organización revolucionaria, el Katipunan, fundado en 1892 bajo la dirección de Andrés Bonifacio. Numerosos planes se hicieron para facilitar la huida. Rizal no hizo nada para alentarlos. Ya en vísperas de su muerte pidió que sus pertenencias fuesen entregadas a su familia y dentro de una pequeña lámpara de alcohol había un trozo de papel, cuidadosamente doblado, su último poema, sin título, sin firma, sin fecha. Fue Mariano Ponce, amigo de Rizal y de Betances, quien le dio título: el Último Adiós, un grito de libertad y de condena al coloniaje. Recibido por la vía de Hong Kong, Betances lo envió a la Revista de Cayo Hueso para su pronta publicación:
Y cuando ya mi tumba, de todos olvidada,
No tenga cruz ni piedra que marquen su lugar,
Deja que la are el hombre, la esparza con la azada,
Y mis cenizas, antes que vuelvan a la nada,
El polvo de tu alfombra que vayan a formar.

Devolviéndole la vista a hombres y mujeres, curando enfermedades, practicando complejas cirugías, Betances y Rizal se transformaron en médicos legendarios que realizaban curas milagrosas. Resulta impresionante saber que ambos promovían la Emulsión de Scott, un brebaje manufacturado en Nueva York que producía “los mejores servicios en todas las enfermedades en que se acostumbraba a recetar el aceite de hígado de bacalao”.
Y usted, ¿no ha probado la Emulsión de Scott?
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Calces:
Homenaje a Betances, 1988.
José Rizal
París, tarja en mármol señalando la residencia del Dr. Rizal en el número 4 de la rue de Chateaudun.
París, tarja en mármol señalando la residencia del Dr. Betances en el número 6 de la rue de Châteaudun.