Con cierto retraso por causas fuera de mi control expreso y divulgo la pesadumbre que me ha causado el reciente deceso de mi amiga y compañera de afanes Carmen Rivera Izcoa. Algún libro estaba incompleto por falta de una puntillosa referencia histórica, y Carmen se percató y tomó la intrépida decisión de corregir aquella omisión con su propio fallecimiento, ocurrido el pasado 28 de septiembre.

Por Bernardo López Acevedo Claridad
Con cierto retraso por causas fuera de mi control expreso y divulgo la pesadumbre que me ha causado el reciente deceso de mi amiga y compañera de afanes Carmen Rivera Izcoa. Algún libro estaba incompleto por falta de una puntillosa referencia histórica, y Carmen se percató y tomó la intrépida decisión de corregir aquella omisión con su propio fallecimiento, ocurrido el pasado 28 de septiembre. Apenas dos meses antes había cumplido los 95 fructíferos años desde que vio la luz en Naranjito en agosto del 1928.
¿Por qué afirmo que tal vez Carmen ha partido a asegurar la escrupulosa corrección de algún libro que tuvo la venturosa dicha de caer en sus manos antes de llegar a imprenta? Porque si alguien se ocupó y preocupó por el enriquecimiento de la aportación cultural de muchos volúmenes y tomos que luego llegarían a los estantes de las librerías, ésa fue Carmen Rivera Izcoa.
Sé que no es de entero buen gusto citarse a uno mismo, pero lo haré con la condescendencia de mi querida amiga Carmen. Escribí en mi libro Sambumbia de plato principal, publicado en 2022, que a la altura de la publicación estaban sin haber sido reconocidas en todos sus méritos las dos instituciones culturales fundadas por Carmen Rivera Izcoa: Librería La Tertulia y Ediciones Huracán. Y apunté entonces que si aquel reconocimiento estaba pendiente, tanto o más lo estaba el correspondiente a la fundadora misma. Dice la cita respecto a esa carencia de una justivaloración del aporte cultural de las dos instituciones y de su abnegada fundadora:
«Mucho menos lo ha recibido ella [Carmen] que por derecho propio debe fulgurar entre la pléyade de mujeres ilustres, destacadas y consagradas a la divulgación y el florecimiento de la cultura nacional boricua, con énfasis en la devoción a la Historia y la Literatura».
Hoy, ante la partida física de esta extraordinaria amante de las letras y los libros, que nunca supo ni quiso medir los riesgos de sus iniciativas, que nunca se amilanó ante lo que parecieran derrotas previsibles, sino que proseguía adelante con quijotesco arrojo, hoy suscribo y reitero cada una de las palabras antes citadas, y lo hago en sentido homenaje y sonoro aplauso a la vida laboriosa, valiosa, ejemplar de Carmen Rivera Izcoa.
Está en orden señalar que ella jamás persiguió reconocimientos ni aplausos a su labor cultural y patriótica. Nadie en su tierra es profeta, nos apercibe el adagio. Pero profeta o no, a riesgo de incurrir en una indiscreción, sépase que Carmen fue al menos propuesta para ser distinguida con un grado doctoral honoris causa de la Universidad de Puerto Rico. Que ello no haya cuajado en hecho palpable no se debió a falta de atributos meritorios, sino a otras razones de esas que con frecuencia desvían o enderezan, según les parezca, la otorgación de grados honoríficos universitarios. A tiempo está la UPR para exaltar póstumamente a quien fue una gran educadora sin cátedra ni plaza ni ambiciones que no fueran esparcir el conocimiento mediante la publicación de buenos libros ajenos al abundante redil de textos y manuales de ármelo y úselo y olvídelo.
Como ya debo de haber pecado de indiscreto, seguiré en ese derrotero para subrayar el carácter patriótico y solidario de Carmen. Y digo que ella misma me contó que en cierta ocasión su casa sirvió de albegue protector de unos compañeros independentistas acusados y buscados por las autoridades policíacas del patio y del extranjero, ya sabemos con cuáles excusas. La policía no dio con el paradero de los perseguidos sino varios días después cuando ellos mismos decidieron abandonar el escondite que Carmen les había facilitado. Esto lo cuento para que se aprecie el sentido incondicional que Carmen adscribía a la solidaridad y a la amistad.
A ese sentido solidario apelo y recurro para expresar mi más calurosa felicitación a Yvette, hija de Carmen, a Cristina y Mario, sus nietos, a su hermano, cuyo nombre se me escapa, así como a sus amigos y amigas por la extraordinaria oportunidad de haber compartido por mucho tiempo la presencia y el amor de esta gran mujer y sensible ser humano.
Muchas, muchas veces me dijo Carmen que un buen libro se sostiene en pie por sí mismo, sin que precise de prólogo o preámbulo. Quizá sea cierto y haya prólogos prescindibles. Pero epílogos no. Éstos, todos son inescapables, como el que le tocó escribir a Carmen el pasado 28 de septiembre para cerrar su libro en este plano con un significativo pie de imprenta: «Esta edición de ‘‘Carmen’’ se imprimió en Naranjito en los talleres de la audacia en 1928 y consta de un único ejemplar irrepetible».