Una rica experiencia narrativa y reflexiva que invita a volver a pensar la complejidad de lo que somos y cómo nos representamos individual y colectivamente

El escritor José Edgardo Cruz Figueroa nos deja en la Revista Siglo 22 una rica experiencia narrativa y reflexiva que invita a volver a pensar la complejidad de lo que somos y cómo nos representamos individual y colectivamente
“Yo nunca podré explicarme cómo mi abuela, una mujer sola, migrante del sur de Puerto Rico, sin educación y sin trabajo, atacuñada con diez hijos en una casa de madera de tres cuartos, levantada en zocos en la calle Sagrado Corazón en el Fanguito, pudo criarlos a todos, cinco mujeres y cinco hombres, sin contar al varoncito que murió de tétano después de espetarse un clavo mohoso por andar descalzo debajo de la casa
¿Cómo alimentaba a tan inmensa prole? ¿De dónde sacaba dinero para comprarles ropa y zapatos? A veces cuando miro la foto de mi primer cumpleaños, rodeado de mujeres sonrientes, sentado sobre la mesa del comedor con un bizcochito frentre a mis piernas, y con un chiforobe en el trasfondo repleto de cristalería al parecer fina, me pregunto, ¿y de dónde salieron esos cristales?”